Amor con malicia
“La violencia de género, y la violencia como tal, es un verdugo al que hay que exterminar”

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 3 años.
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Leo con detenimiento los casos tristes y desgarradores que aparecen en las páginas de los periódicos -o en sus sitios web- informando que una madre clama por encontrar a su hija o hijo.
Escucho también la noticia en los medios televisivos y devoro con angustia los mensajes solicitando ayuda que se publican en las redes sociales. Los comparto con el alma rajada en dos, porque la angustia de una madre tiene la capacidad de traspasar el papel o la pantalla hasta instalarse en nuestro corazón.
Puedo sentir su sufrimiento, su angustia y comienzo un rezo largo y tendido pidiendo que aparezca esa criatura y para su madre, fortaleza durante la espera.
La maternidad llega con una maleta de temores que antes desconocíamos. De joven fui capaz de las aventuras más arriesgadas, extremas, le llaman ahora. Vivía sin miedo. Y podría jurar que no fui la única. Hasta que parí.
Ser madre llegó con abundancia de sentimientos, con ese encuentro con el amor más puro y más tierno. Pero también con miedos, con ansiedad, con desasosiego. Desde el momento en que esa criatura ocupa el vientre comenzamos a temer por su salud y tan pronto aterrizan en nuestro mundo, el temor se convierte en terror. A que se enfermen, a que se accidenten, a que los humillen, a que fracasen, a que se pierdan, a que los secuestren, a que les maltraten, a que tronchen esa vida que es de ellos, pero también es nuestra.
Recuerdo un accidente aparatoso que sufrieron mis hijas. Una persona las embistió con su vehículo y las dejó con el auto destrozado y dando vueltas en pleno expreso. No fue capaz de detenerse y ayudar. Al contrario, huyó de la escena y las dejó ahí, tiradas. Menos mal que siempre hay un ángel. Una enfermera que salía de su turno en el hospital se detuvo, las acompañó, las ayudó a llamarnos y alertar a la policía. Esos minutos de no saber transcurren con una lentitud que destroza los nervios y se convierten en horas. El cuerpo se contrae, la garganta se tranca, el corazón se aprieta…
Fue duro, espantoso, pero ese dolor no igualará jamás al que sienten las madres que esperan por noticias sobre ese hijo o esa hija que no llega a casa. Mucho menos se compara con el dolor de una madre -y un padre, y una familia- que pierden a su hija porque fue asesinada. Feminicidio, le llaman, pero en arroz y habichuelas es un asesinato, un cruel, injusto y horripilante asesinato que acaba con una vida de una mujer y que responde a la “pasión” enfermiza y desmesurada de su pareja. Sólo basta un instante para destruir una vida.
Son catorce las mujeres que han sido asesinadas hasta este mes. Catorce las que no llegarán a casa. Catorce amores de sus madres, padres, familias. Catorce espacios vacíos en alguna mesa de nuestra Isla. La violencia de género, y la violencia como tal, es un verdugo al que hay que exterminar. Y aquí estamos otra vez, levantando bandera, pensando qué hacer para vencer a ese monstruo al que cada año le brotan más garras.
No es suficiente la labor del Gobierno, la ley de protección es simplemente un papel que en el momento preciso no vale nada, que no protege nada. Papel es papel. Punto. El respeto por la vida y cómo detectar y distanciarse de un “amor” enfermo deben comenzar a enseñarse desde casa. Habrá que enseñar amor con malicia.
Sesentona y puertorriqueña, esposa, madre de cuatro, abuela pandemial, profesional de las Relaciones Públicas, bloguera, colaboradora de televisión, opinionada, pizpireta y autora de TiTantos. Seguida por miles de mujeres que se ven reflejadas en sus columnas, escritas con un estilo liviano, divertido, lanzado y hasta dramático, y basadas en la cotidianidad de la vida de una mujer.
TiTantos
Todo lo que vivimos, sentimos y opinamos las mujeres de titantos años....desde la locura de mi vida hasta la locura de la tuya