“El que guarda siempre tiene”, decía mi abuela mientras acomodaba latas de salchichas y de sardinas, cajas de galletas, potes de aceite y sal y algunos saquitos de arroz en una tablilla larga y flaca del pequeño clóset de la cocina. En la esquinita guardaba un paquetito de fósforos, dos quinqués y una docena de velas, de las que se usan para rezar y otras de las pequeñas votivas.

Tenía razón mi abuelita. Cuando nos azotaba una tormenta inesperada -en aquel entonces no existían los sofisticados sistemas detectores de hoy- se echaba mano de aquel pequeño arsenal para sostenernos un par de días.

Guardar es imprescindible en estos tiempos en los que el cambio climático ejerce un efecto directo y nefasto sobre las cosechas de alimentos. En algunos lugares las sancocha de calor, en otros las desbarata de frío, en algunos las deshidrata por falta de agua. En fin, que terremotos, tornados, fuegos, huracanes, sequías y nevadas -por mencionar algunos- han mermado las cantidades de alimento que se producían. El maltrato al clima nos va pasando factura.

Pero ahí no para. La pandemia desequilibró los sistemas de distribución ocasionando una crisis de contenedores, un tapón monumental de esos vagones gigantescos atestados de mercancía que llegan a los puertos para abastecer las tiendas de productos. Ya se venía hablando de esa crisis por lo bajito, como se hablan siempre las cosas importantes, a pedacitos y en tono secreto. Muy pocos alzaron la voz.

Para colmo, existe una crisis de fertilizantes que nadie menciona, excepto los agricultores, que se han visto enormemente afectados porque no tienen el producto para abonar sus siembras y, por consecuencia, no cosechan en la misma cantidad y mucho menos en calidad. Un horror.

Guardar alimentos para tiempos de emergencia es vital. La inseguridad alimentaria se nos viene encima a este lado del planeta, porque en el otro lado ya está. La primera vez que leí del tema, entré en estado de pánico. Busqué información en la Organización de las Naciones Unidas, tutoriales de preparacionistas y hasta de miembros de la Iglesia Evangélica que por sus creencias practican el guardar como un hábito de supervivencia.

Les cuento un poco de lo aprendido:

•Emergencias hay muchas y distintas. Enfermedad, pérdida de empleo, falta de dinero, sistemas climatológicos, cada cual utiliza su alacena de emergencia cuando la necesite.

•Destine un dinerito en su compra mensual para adquirir unos cuantos productos para almacenar. No tiene que salir en estado de histeria a gastarse una millonada, vaya poco a poco.

•Comience por las latas. Son fáciles de conseguir, a precios bastante económicos y le permiten guardar carnes, vegetales, frutas, sopas y salsas, una variedad que podrá utilizar siempre.

•Guarde aquellos alimentos que le gustan a su familia. No compre lo que no comen. Tenga en cuenta las necesidades especiales de sus familiares -enfermedades, condiciones- para que la alacena cumpla con el gusto y la salud de todos.

•El alimento seco -pastas, arroz, cereales, granos- puede guardarse en botellas de plástico grueso utilizando absorbentes de oxígenos para, precisamente, retirar el oxígeno y mantenerlo fresco por varios años. Busque información sobre el tema.

•También puede guardar el alimento seco en bolsas milares -que parecen de papel de aluminio pero son más fuertes y capaces- con absorbente de oxígeno, selladas (se sellan con el calor de la plancha) y dentro de pailas de plástico donde se mantendrán libres de insectos y a salvo del agua si es que surgiera una inundación en su casa.

Al toro por los cuernos, busque información, oriéntese, edúquese sobre el tema de la insuficiencia alimentaria. Guarde.