Comienzo a escribir esta columna con la intención de que sea divertida, de que a alguien le provoque una carcajada de esas que tanta falta nos hacen en estos tiempos de inflación en el bolsillo y en el espíritu.

Quiero hablar sobre el amor, porque el lunes es ese día que a alguien se le ocurrió que debemos festejar con cenas, rosas, chocolates y otras garambetas aunque en realidad deberíamos celebrar a diario ese sentimiento que es el principio, la esencia. Vivirlo como debe ser. Honrarlo como merece.

¿Cómo se vive el amor en la época covidiana? ¿Cómo nace el gusto y la chispa detrás de una mascarilla? ¿Cómo en medio de la intimidad más sublime y romanticona se lanza la pregunta de los quinientos mil chavitos: “¿Te hiciste la prueba? ¿PCR? ¿Antígena? ¿Casera?”.

Quisiera chacharear sobre las peripecias, los retozos y los brincos, sobre las pasiones eléctricas tipo cortocircuito y los gestos románticos que parecen sacados de algún libro. Ya les digo, quisiera. Pero no puedo. Se me aprieta el alma y se me descascara el corazón a pedacitos porque la realidad que nos golpea con demasiada frecuencia es que muchas de nosotras no están.

El “amor” –así, entre comillas porque en realidad NO es amor- las mató. Somos una menos porque la muerte, sin misericordia alguna, reclama una más.

Las madres no parimos hijas para verlas sufrir. Mucho menos morir a manos de un amor que, repito, no es amor. Se supone que nos vamos primero y no estamos equipadas para que sean ellas quienes marchen destrozadas y a destiempo.

La violencia de género se levanta como un monstruo que arrebata vidas y que deja un rastro de madres, padres y familias desgarrándose con un dolor que les dobla, les parte, les hace añicos y tira al suelo lo que queda de ellos. A nosotras y nosotros, los que atestiguamos el horrendo crimen a través de algún medio de información, también el feminicidio nos parte en cantitos.

Inevitable para mi mente peliculera imaginar a esa mujer de niña, con sus lazos, su loncherita, entrando al salón de clases, jugando… en la adolescencia, floreciendo en todo su esplendor… en su adultez temprana, disfrutando, estudiando, trabajando…. Igual que mis hijas. Igual que tus hijas. Entonces el amor que no es amor -lo menciono por tercera vez, porque no me canso de repetirlo- llegó y le engañó los sentidos, le encarceló el cuerpo y el corazón, le secuestró la libertad y le dio un final horrendo y espantoso a una vida que tenía todo el derecho a continuar.

¿Será que nos hemos dedicado a promover que hay que celebrar con cenas, rosas, chocolates y otras garambetas y hemos olvidado enseñar lo que verdaderamente es el amor y, sobre todo, lo que no? ¿Será que invisibilizamos las señales de alerta porque nos embobamos con la apariencia y el engaño? ¿Será que nos perdimos en su significado?

El amor respeta, eleva, mima, apapacha, motiva, enaltece, suma, engrandece, emociona y te provoca un tucutucu en el interior que produce felicidad y ganas de vivir.

El amor no aprieta, no ahoga, no priva, no calvariza, no resta, no insulta, no lacera, no acapara, no violenta, no golpea, no troncha. El amor no asesina. Eso NO es amor.