Supongo que me caerá un chubasco de chinches y otros insectos por esta columna, porque las fans de Barbie son miles y acérrimas defensoras de la icónica muñeca de Mattel. Pero la honestidad es necesaria en este ejercicio de contar historias y diferir no está catalogado como pecado. Digo, todavía.

Lo cierto es que me siento totalmente fuera de grupo en la fanfarria que se ha formado alrededor del comeback de Barbie que, sin duda, será el más impactante del año.

No critico a quienes se han zumbado de cabeza -tacones altísimos incluidos- en ese movimiento que ha revolucionado casi todo el planeta pintándolo de rosa subido en honor a la muñeca. Si usted es fan, vístase de rosita, bien bella, y celebre. Pero a mí, les confieso, nunca me gustó Barbie. Me parecía tonta, e igual de tonto -en realidad, un poco más- Ken.

No nací con la habilidad de agarrar la muñeca y jugar con ella inventándome el diálogo y hasta el tono de voz. Y mucho menos para estar cambiando trajecitos, que me parecían muy lindos, pero ya, hasta ahí.

Prefería las maquinillas con teclas duras, el sandwich de dos papeles blancos y en el medio uno de carbón. Tocar guitarra, correr bicicleta y confeccionar unas plastas que cocinaba en un hornito Kenner y que, afortunadamente, no le ocasionaron dolamas estomacales a ningún ser que las probaba.

Así que en el furor por Barbie -que ha arrasado en taquilla- estoy requete fuera de grupo.

Tampoco me gustaron las Cabbage Patch, que llegaron mucho después. Ya les digo, yo no era de muñecas. Por suerte mis hijas tampoco, hasta que descubrieron las que eran defensoras del universo y batallaban por la paz mundial.

Pero bueno, en respuesta a la cantaleta de varias amigas que me relataban extasiadas el mensaje feminista e inclusivo inyectado por la directora Greta Gerwig -quien en estos menesteres es fenomenal- fui a ver la peli. Creo que se me notaba en la cara el asombro y el susto de ver grupos de mujeres vestidas a lo Barbie, con cabellos Barbie, calzado Barbie, maquillaje Barbie y hasta una que otra acompañada de un hombre vestido de Ken, los que me dejaron con la boca abierta. Bendito, vi a uno con chaqueta corta de mahón, botas y sombrero, y hasta sentimiento me dio presenciar su solidaridad hacia su novia, amiga o esposa, qué sé yo, con quien andaba orgulloso, culibombo y “holding hands”. Iban sandungueros, jubilosos, contentos de formar parte de la historia.

El marketing ha sido descomunal y produjo una ola de fanatismo que ojalá se replicara para salvar al mundo de los estragos del cambio climático, de las drogas, la criminalidad, los abusos con los viejitos y todos los problemas que nos aplastan a nivel social.

La producción fue de primera. Anda pa’l cará, reprodujeron el mundo fantástico de Barbie a la perfección. Los colores, las estructuras, las muñecas, los muñecos, las casas, las piscinas, la moda… Diantre, hasta escuché varios suspiros emocionados en la oscura y repleta sala de butacas reclinables. Sospecho que alguna hasta derramó su lagrimita.

Me alegra que mucha gente haya captado un mensaje que le inspire, motive y fortalezca. A mí me pareció un discurso trillado, y hasta diría que aburrido. Pero esa soy yo, a la que nunca le gustó jugar con ella, con Barbie, quien, por cierto, es mayor que yo. Una pena que no hayan incluido una versión adulta y otra, maravillosa y espléndida, en la viejitud.

Así las cosas, hay que darle una vueltita al refrán: Para los gustos los colores… y la Barbie.