El pelito corto y gris enmarca un rostro dulce del que sobresalen una mirada picarona y una sonrisa perfecta. El orgullo le brota del espíritu y acá, del otro lado de la página digital que publica la noticia, ese orgullo se siente como una brisa juguetona que nos refresca.

Doña Carmen posa espléndida ante la cámara que la capta sosteniendo el diploma de escuela superior que ha obtenido a sus 83. Se le ve feliz, contenta, con esa satisfacción que nos revolotea el alma cuando se alcanza una meta.

Y mire usted, según narra su historia, Doña Carmen fue diagnosticada hace 42 años con una condición en la piel que se conoce como pánfilo, es paciente de osteoporosis - de forma severa en su columna-, tiene un reemplazo de válvula aórtica, es sobreviviente de cáncer, operada del corazón y hasta enfrentó el infame COVID. O sea, que frente a esta titana puertorriqueña nosotros somos todos unos nenes y nenas de teta. Peor aún, aquellos que se escudan tras cualquier excusa para no estudiar o dejar de hacerlo, porque ni al tobillo le llegan.

Su logro es para nosotros un tutazo, una lección gratuita que debería estremecernos y sacudirnos esa inercia que nos traga y nos escupe hacia un laberinto en el que damos vueltas y más vueltas avanzando lentamente por una tripa cuya salida nos resulta difícil encontrar.

Doña Carmen me recuerda a mi abuela, Aurora, quien a duras penas alcanzó estudiar hasta el cuarto grado porque en su casa, para comer, había que trabajar. Creo que por eso nos machacaba tanto y a cantaleta limpia cuando llegábamos de la escuela, para que luego de una meriendita ligera preparada con sus santas manos, nos sentáramos en una mesa redonda de ratán a estudiar.

Los programas de Educación para Adultos me parecen fabulosos. Educarse no es únicamente para la niñez, la adolescencia y la juventud. No es exclusivo de nadie porque es un derecho de todos. El junte de las ganas con la ilusión, como en el caso de doña Carmen, es hermoso y poderoso. Es que ya me la imagino atenta, absorbiendo y riéndose sola cada vez que aprobaba uno de los cursos. Lo imagino porque el año pasado retomé los estudios y pude fajarme durante un semestre para poder obtener mi título como Coach de Vida, a lo que le tenía gran ilusión. No fue fácil, pero lo logré. Y es que siempre es un buen momento para estudiar, para renovarse, para aceptar el reto de educarse, crecer, aprender, evolucionar. Es más, debería ser requisito que todos tomemos algún curso ya de adultos. Finanzas personales, idioma, redacción, sicología, en fin, la materia que sea que nos mueva el coco y nos brinde la oportunidad de escapar hacia ese mundo maravilloso del estudio.

Pero doña Carmen nos ofrece también otra lección, la de la hija que deja todo para colaborar con su trabajo al ingreso familiar y mitigar las obligaciones monetarias y el hambre…. La de la madre que con ese desprendimiento que nace del amor, pone en pausa sus metas para dedicarse a criar… La del ser humano sabio que remata con esa frase “mientras uno esté vivo, hay esperanza”. Atúkiti.

Gracias doña Carmen. ¡Enhorabuena!