Marian Pabón es una brava. Esa flaca lleva una fuerza interior gigantesca que entremezcla con gracia y humor. No sé si usted se ha fijado que, al hablar, sus labios van siempre en forma de sonrisa, con las esquinitas hacia arriba. Y así la vimos aún en ese momento en el que compartió con el pueblo, a través de sus redes sociales, que enfrentaría un proceso de quimioterapia debido a un diagnóstico de cáncer del seno.

Por segundos las comisuras de la boca se vinieron abajo, pero fueron sólo eso, segundos, porque de inmediato regresaban a su estado natural de sonrisa alegrando ese rostro que nos resulta tan familiar y cercano por sus tantísimos años de trabajo en televisión y teatro.

“¡Se cura!”, exclamó pausada, con el rostro iluminado por esa esperanza tan linda que brota en momentos delicados. El proceso, contó, tomará seis meses, así que, para marzo, mes de su cumpleaños, posiblemente la veamos “con ‘bubbies’ nuevas y Burbu sea una nena de teta a mi lado”. La risa, decía una sección fija de aquella revistilla titulada El Readers Digest, es un remedio infalible. Yo le añado que es sanadora y que resulta la mejor compañía.

Esta semana, el martes, Marian reapareció en sus redes para contar que la primera quimio, en dosis doble “para atacar la cosa esa”, le dio duro. La pateó. Pero ahí estaba ella nuevamente, con el tono suave, la palabra exacta, la sonrisa… Hermosa con su cabello cortito, cobrizo, que podría mermar a consecuencia del tratamiento. Pero eso de la pérdida de pelo es lo de menos, la ovación de amor que el pueblo le ha dado ha sido impactante y contundente, y eso es lo que importa.

El abrazo del pueblo no se ha hecho esperar. No faltaba más, tanto tiempo entreteniendo le ha llevado a ocupar un lugar en cientos de miles de corazones puertorriqueños. Y los boricuas, cuando queremos, lo hacemos con intensidad. Cuando tenemos que reír, reímos; cuando tenemos que llorar, lloramos; y cuando tenemos que rezar, doblamos rodilla, unimos las manos y pedimos con devoción.

En este proceso, Marian va acompañada, cargada, abrazada y sostenida por los pensamientos positivos, las oraciones y las buenas vibras. Como debe ser y como debería ser para todas y cada una de las mujeres que enfrentan un diagnóstico igual.

Todo empieza por esa bolita que aparece en el seno y, que al descubrirla cuando palpamos, nos deja sin aire, sin respiración. Luego el examen médico y la antipática, pero poderosa y necesaria mamografía. El tiempo se detiene esperando un resultado que, en ocasiones, es alentador y en otras, devastador.

La medicina está adelantada en materia de cáncer del seno, pero no deja de asustar, de apretar el corazón y los ovarios. El miedo es parte del proceso. Y el temor, decía mi madre, se enfrenta con bravura. No queda de otra que respirar profundo y enfrentarlo con valentía. El sartén por el mango y el toro por los cuernos. Eso sí, el amor alivia, es como ese sobito cálido que nos dan en la espalda cuando lloramos a pucheros.

Así que es momento de desbordarnos en amor, por ella y por todas. Ese es nuestro deber solidario. ¡Brava Marian! ¡Bravas todas!