Tenemos un problema de salud mental, punto. No lo admitimos, nos cuesta reconocerlo y lo tratamos en volumen bajo quizás porque nos da vergüenza. Y vergüenza nos debería dar no atenderlo, no meterle mano a esas condiciones que afectan nuestro bienestar y el de los demás. Mucha gente -y afortunadamente no me incluyo- anda con la mecha corta y a la menor provocación explotan como siquitraque. Entonces se forma el merecumbé.

¡Santa Cachucha! En los últimos tiempos, gracias a la viralización que aportan a nuestro mundo las plataformas de videos y las redes sociales, hemos visto incidentes a puntito de convertirse en uno de esos episodios de lucha libre internacional. Sólo les falta que aparezca Hulk Hogan, Místico o cualquiera de esas figuras de la lucha en sus bikinitos, con pañoletas cubriéndole el cabello y prestos a lanzarse al ruedo de uno de esos combates que a mí me parecen terribles y hasta ridículos. Es más, hasta Rey Mysterio y los hijos de El Santo y Blue Demon, sin dejar fuera una asomadita del puertoriqueño Bad Bunny, a quien le ha dado por meterse en esos bretes.

Halones de pelo, puños, gaznatás, insultos con las peores palabretas de nuestro florido lenguaje… ¡Uy Dios mío! La cartelera de los peores espectáculos ocurre en la calle, en las tiendas, en los establecimientos y hasta en áreas frente a escuelas.

Lo cierto es que los problemas económicos, los enredos de los enamoramientos, la inflación, la pérdida de seres queridos, la falta o exceso de trabajo, la frustración y si seguimos no terminamos el listado, se cocinan en un caldo espeso y amargo y revientan como olla de presión. Puede ser por algo importante o por alguna tontería, la gente explota o como diría mi abuela, prenden de un maniguetazo. El problema es que el maniguetazo ofende, lastima y latiga al receptor. En algunas ocasiones, quien recibe el cantazo estalla también como siquitraque y se forma la tángana. En otras, afortunadamente, el receptor mantiene la calma, el control, respira, contesta con tranquilidad y aguanta.

El hilo que hilvana nuestra salud mental anda finito. Ciertamente hemos recibido demasiados cantazos. Pero ese hilo hay que agarrarlo, sostenerlo y repararlo porque, de lo contrario, el país completo se convierte en una cartelera con principio y sin fin. ¿Que sentimos coraje? Pues claro, corajes y furias. ¿Que tenemos razón? Pues unas veces sí y otras no. Pero hay que controlarse hermana y hermano, hay que controlarse. Como diría mi santa madre, que en paz descanse, dar un paso hacia atrás, respirar, esperar, morder la almohada, meterse bajo la ducha y gritar, o llorar, lo que sea que nos ayude a sacarnos ese demonio de la violencia de adentro. O agarre usted la pantalla de su computadora, o mucho mejor, un papel, y escriba, escriba todo lo que siente, hágalo sin pena, sin privarse, que el papel aguanta todo y al final se estruja, se bota y le deja a usted livianito y relajado sin tener que entrar en materia de una violencia que no, no y no necesitamos.

Manejar nuestras emociones requiere que estemos decididos a despojarnos de lo negativo para vivir en bienestar. No todo el mundo puede hacerlo por sí mismo, pero tranqui, que hay ayudas, muchas ayudas. Así que no tenga pena, despójese de la vergüenza y el pachó y BUSQUE AYUDA. Aléjese del riesgo de explotar como siquitraque.