Siempre se ha hablado del poder que tienen las palabras. 

Esos sonidos que emanan de nuestras cuerdas vocales son capaces de cambiar sociedades o de acabar con el mundo.

Adolfo Hitler era un dictador despreciable.  Hay que reconocerle, sin embargo, que poseía un poder de oratoria capaz de movilizar una nación completa hacia sus ideales de conquista y de destrucción.  Los resultados los conocemos: sobre 60 millones de muertos en una guerra mundial y el genocidio de más de 6 millones de judíos. 

Martin Luther King, por otro lado, fue capaz de traer una revolución pacífica en su nación mediante una lucha basada en sus mensajes, sus discursos, sus palabras.  El icónico discurso de ‘Tengo un sueño’ frente a las escalinatas del Lincoln Memorial en la capital estadounidense solidificó la conciencia nacional que movió al gobierno a redactar una carta de derechos en que se reconoció, al fin, la igualdad entre los ciudadanos.

Ahora en Puerto Rico estamos viviendo otro momento histórico en que la palabra vuelve a ser protagonista.  Ha levantado su voz un pueblo indignado por un chat colmado de palabras denigrantes, ofensivas, homofóbicas, misóginas y otro sinnúmero de adjetivos bochornosos; palabras que pusieron de manifiesto la verdadera cara desfigurada de un gobernante y de su gabinete.  Esas palabras que el viento no se llevó, tuvieron el efecto, en el alma de un pueblo cansado y harto, de una bala que atraviesa un órgano vital: nos sentimos heridos, y por nuestras venas rotas se desangra la indignación.

Aquel refrán de que ‘A palabras necias, oídos sordos’ no aplica a esta coyuntura histórica.  La voz contundente de un pueblo se alza a gritos en un clamor de justicia. 

La palabra en un cartel, la palabra en una pared, la palabra en una canción, la palabra en una consigna callejera, la palabra en un tuit, la palabra en un grito, la palabra en un meme, la palabra en un comentario de una noticia, la palabra en una marcha, la palabra en nuestras conversaciones, la palabra, la palabra, la palabra.  Esa es la fuerza: la palabra como arma.

La ciudadanía tiene la palabra.  En la era digital en que vivimos, por primera vez en la historia de la humanidad podemos ser escuchados a nivel masivo.  Cada persona, desde el punto más recóndito de la isla, desde el barrio hasta los montes, puede hacer valer su opinión.  No somos ya entes pasivos que recibimos las palabras de los poderosos a través de los medios tradicionales de comunicación, sino que ahora la voz del pueblo y de cada uno de sus integrantes se lee y se escucha a nivel mundial.

Tu palabra tiene un espacio y es tu arma más poderosa; más poderosa que una dinamita o que una bomba nuclear, más poderosa que una piedra o un adoquín arrojado. 

Usemos la palabra para gritar nuestra indignación.  Usemos la palabra para exigir lo que es digno y justo para un país herido.

Seamos articulados en nuestros reclamos e inteligentes en el uso de nuestros argumentos para alcanzar los fines que el pueblo reclama.   El país ha sido sabio en reconocer que en las luchas es importante centrarse en un objetivo claro.  “Ricky renuncia” es una afirmación sencilla, directa, contundente.  Su repetición, persistente, firme y sin tregua, seguirá calando en el oído y en la conciencia del que no quiere ceder. 

Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere oír, pero en la democracia es imposible ignorar la voz de un pueblo.  Esa voz que es capaz de elegir en una urna, o destituir en un reclamo poderoso. 

Sigamos alzando nuestra voz.