Nota de la editora: El protagonista de esta historia prefirió mantener su identidad anónima. El testimonio fue redactado como contado al periodista Emmanuel Estrada.

No fue lo primero que supe de ti cuando comencé a salir contigo. Antes vino tu color favorito –el verde– y lo más que te gustaba hacer –ir al cine–.

Estábamos saliendo, pero todavía no éramos nada formal cuando me contaste que a veces no manejabas tus emociones de la mejor manera. Me lo dijiste así, como de pasada, como algo sobre lo que tenía que hacer una anotación si pretendía, luego, estar en una relación contigo.

No fue hasta cuando nos hicimos novios, poco después, en aquel noviembre de 2013, que entendí la razón detrás de los cambios de ánimo, del trastorno bipolar. Pero desde entonces hasta hoy te he dicho lo mismo: que estoy aquí, que te voy a amar todo lo que tú quieras. Aun cuando me duela.

Me duele porque yo no puedo ser la figura paternal que tu padre nunca fue. Un padre que nunca ha estado, aun cuando le decías que lo querías ver. Un padre que le dice a su hija las cosas que te dice a ti inútil… en fin, no vale la pena repetirlas, porque no son verdad.

Me duele porque toda esa ausencia, toda esa rabia y emociones que la acompañan, la descargas en mí. Lo sé porque sucede que estamos bien, juntos, conversando, pero de repente la conversación se deteriora sin yo saber bien por qué y las palabras dulces se tornan en gritos y recriminaciones. Como si todo lo que no le pudieras decir a tu padre, me lo dijeras a mí.

Tuvimos unos meses felices. Para ese tiempo ibas a una psicóloga. Pero luego desististe, y a partir de ahí nuestra relación se define más por los momentos de conflicto que por los momentos de paz. No es la versión óptima de nosotros.

Sin embargo, aquí sigo. A pesar de todo, porque sé qué no es tu culpa. Siempre lo he visto de esta manera: yo tengo toda la paciencia del mundo para estar contigo, con esta muchacha que quiere salir de ese lugar, que quiere atender sus emociones. Tengo la paciencia para mantenerme a su lado y estar juntos siempre. Y eso es lo que quiero que recuerdes.

Que recuerdes también que tienes 22 años. Que quizás lo mejor es dejar de buscar al padre que nunca ha estado. Que comiences a buscarte a ti, tu felicidad. Que viajes y explores el mundo, como siempre me has dicho que sueñas con hacer. Que yo también quiero conocerlo a tu lado.