Celebrar la vida de una persona fallecida es una manera de mantener vivo a alguien que merece perpetuidad en la memoria colectiva de una sociedad, un pueblo y en algunos casos de la humanidad completa.

Tal es el caso con el pelotero puertorriqueño Roberto Clemente, el carolinense que fue un gran pelotero y digno merecedor de ser miembro del Salón de la Fama del Béisbol en Cooperstown por sus logros deportivos. No obstante, esos elementos no son los que han hecho al Astro Boricua merecedor de tener un día declarado en su honor por Major League Baseball desde ya hace 20 años y a partir de este, en perpetuidad en la fecha exacta el 15 de septiembre.

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A Clemente se le recuerda además como un gran humanitario que fue capaz de entregar su vida buscando ayudar a otros, esto al perecer el 31 de diciembre del 1972 cuando un avión que abordó para llevar ayudas a una devastada Nicaragua por causa de un terremoto se estrelló tras despegar del Aeropuerto Internacional Luis Muñoz Marín.

Nacido en el Barrio San Antón de Carolina el 18 de agosto de 1934, Clemente fue el menor de siete hermanos de Melchor Clemente y Luisa Walker. Aunque practicó muchos deportes, entre otros el atletismo y específicamente especialidades de velocidad y lanzamiento de la jabalina, fue en el béisbol en el que encontró la oportunidad de tener una carrera a nivel profesional. Firmó su primer contrato profesional con los Cangrejeros de Santurce y ya con ellos alcanzó el ojo de los cazatalentos de los Dodgers de Brooklyn, quienes lo firmaron por $10,000 en el 1954.

El pelotero es el eterno héroe, ídolo e ícono de nuestra historia

Una vez en las Mayores, Clemente se convirtió en un gran jugador y ancla de un gran equipo de Pittsburgh que ganó campeonatos de la Serie Mundial en el 1960 y 1971. Lo hizo teniendo que vencer los aún vivos prejuicios hacia los peloteros de la raza negra y en su caso, además, latino.

Al final de su carrera, la que fue cortada por su muerte y no porque tomara la decisión del retiro, acumuló premios de 12 Guantes de Oro,15 Juegos de Estrellas, cuatro títulos de bateo y dos anillos de campeón de la Serie Mundial. Terminó su carrera con 3,000 hits exactos, logrado en su último juego de la temporada regular del 1972. Al día de hoy es el único boricua en haber alcanzado esa cifra de hits. Fue además el primer boricua y primer jugador latino americano en ser exaltado al Salón de la Fama.

Pero si bien esos méritos eran suficiente para ser considerado una leyenda, lo que sucedió con su trágica muerte fue lo que lo elevó a estatus de persona extraordinaria. Falleció trágicamente cuando cayó al mar el avión en que llevaba los suministros que recolectó junto a otras figuras, para socorrer a las víctimas del terremoto del 23 de diciembre de 1972 en Nicaragua. Viajaba en la víspera del nuevo año porque quería estar seguro que las ayudas que llevaba fueran dadas a los ciudadanos, acción que según reportes no estaban siendo entregadas con equidad a los necesitados por los que estaban en el poder a nivel gubernamental en aquel tiempo.

Lo más triste de su muerte es que su cuerpo nunca pudo ser recuperado, como tampoco de los otros tripulantes de la nave que según reportes estaba sobrecargada.

Tras su muerte, MLB y el Salón de la Fama decidieron exaltarlo póstumamente sin esperar el periodo de cinco años que se debía esperar tras el retiro de un jugador para ser exaltado al recinto. Le sobrevivieron su esposa Vera Zabala, quien falleció a los 81 años en el 2019, y sus tres hijos.