Nota del editor: La serie Boricuas en la Luna destaca las historias de los puertorriqueños que han extendido las fronteras de la Isla al establecerse por el mundo, cargando con nuestra bandera, cultura y tradiciones.

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Lo que al principio pareció una derrota en su carrera como bailarina profesional, terminó siendo el giro inesperado que llevó a Natalie Nazario Ayala a comenzar una nueva vida en El Cairo, Egipto, donde no solo ha visto cumplir su sueño de dedicarse completamente al baile, sino que también descubrió una nueva cultura que, a pesar de la distancia, la conecta con sus raíces puertorriqueñas.

Natural de Toa Baja, Natalie recuerda haber tenido una niñez afortunada, marcada por el amor incondicional de sus padres y la compañía de sus dos hermanos. Desde muy pequeña demostró tener una pasión natural por el arte, cantaba y bailaba hasta los anuncios de televisión, transformando la sala de su casa en su primer escenario.

A la edad de seis años, cruzó por primera vez las puertas de un salón de baile, un momento que, sin saberlo, marcó el inicio de su camino artístico.

Durante su etapa escolar —desde la elemental hasta la superior— el baile siempre fue una constante en su vida. Como pasatiempo, tomó clases de distintos estilos y participó en concursos de baile que le permitieron explorar una amplia gama de ritmos.

Sin embargo, al llegar el momento de escoger una carrera universitaria, aunque seguía viéndose como una artista, decidió seguir los consejos que apuntaban a un futuro más estable. Así, eligió estudiar Contabilidad en el Recinto de Bayamón de la Universidad Interamericana de Puerto Rico.

“Escuchando todos estos consejos pues estudié contabilidad, que es completamente lo opuesto de ser artista. El artista tiende a ser más espontáneo, a dejarse llevar por sus sentimientos, por el entorno de su vida, de lo que les rodea, pero en la contabilidad todo es por fórmulas, números, sumas, restas, tiene que todo cuadrar y en el arte es completamente lo opuesto”, precisó la toabajeña en entrevista telefónica con Primera Hora al recordar esa época de su vida.

Como ella misma cuenta, cuando se propone algo, se entrega por completo hasta lograrlo. Así fue como se graduó Cum Laude en Contabilidad. No obstante, durante sus años universitarios nunca dejó de bailar. Continuó haciendo presentaciones y, con el tiempo, comenzó a ofrecer talleres de baile en diferentes partes de la isla. Aunque en ese momento practicaba diversos géneros, fue el belly dance —una danza tradicional del Medio Oriente, conocida por sus movimientos fluidos y rítmicos del abdomen y las caderas— el estilo que capturó por completo su atención y pasión.

Para ese entonces, el baile seguía siendo la segunda opción de su vida, y aunque ganaba algo de dinero, no vivía completamente de él, por lo que comenzó a buscar empleo como contable.

“Yo dije, pues bueno, vamos a intentar esto, a ver qué tal nos va. Empecé a ir a entrevistas y todo súper bien, porque yo siempre tengo como que mucho entusiasmo. Pero después de un tiempo yo digo, siento que me va súper bien (en las entrevistas) pero no me llaman nunca”, rememoró.

Meses después de haberse graduado, mientras seguía buscando empleo como contable y al mismo tiempo ganaba algo de dinero bailando, un encuentro inesperado con uno de los supervisores que la había entrevistado para una firma de contabilidad marcó un antes y un después en su vida.

“Natalie, ¿sabes por qué no te contratamos?”, recuerda que le preguntó. “Porque sí, tenías entusiasmo... pero no estabas completamente convencida de que esto era lo que querías hacer por el resto de tu vida.”

Aquellas palabras la sacudieron y la obligaron a enfrentarse a una verdad que había tratado de ignorar: ¿qué era lo que realmente quería hacer con su vida? La respuesta fue clara y no la sorprendió, siempre había sido el baile.

Lista para apostar a su verdadero sueño y tras haber ahorrado cerca de $5,000, Natalie empacó sus maletas y partió a Nueva York, la ciudad que tantos artistas consideran su punto de partida.

Nueva York

Otro destino que es muy común en la lista de destinos de los puertorriqueños durante finales del año es Nueva York. En la ciudad los turistas pueden aprovechar para disfrutar de una noche en Broadway o pasar un día en Times Square. (Pixabay)
Calles de Nueva York

Para el año 2012, ya radicada en Nueva York, Natalie comenzó a buscar talleres y oportunidades para formarse en el belly dance. Su plan era claro: invertir tres o cuatro meses entrenando intensamente en la ciudad que nunca duerme, con la esperanza de abrirse paso en el exigente mundo del baile neoyorquino.

Pero pronto se dio cuenta de que el dinero que había llevado no rendiría tanto como pensaba. Sin dominar completamente el inglés y enfrentando el alto costo de vida, se vio obligada a replantear sus prioridades.

“Yo fui allá a empezar a tomar clases de baile, a entrenar, a tomar talleres. Estaba invirtiendo todo mi dinero en eso, en la renta y en el costo de vida, pero para mi sorpresa no pude llegar a bailar directamente. Tuve que llegar a trabajar”, relató.

La barrera del idioma se convirtió entonces en un obstáculo. “Yo no sabía inglés. Lo que sabía era: ‘¿Hi, how are you?, good afternoon’, cositas básicas”, dijo con honestidad. “Yo no me preparé para eso… porque jamás pensé que me iba a mudar de Puerto Rico. Jamás en mi vida”.

Aunque no dominaba el inglés, había algo que Natalie sí tenía de sobra: perseverancia. Siguió buscando empleo y asistiendo a entrevistas, enfrentando cada reto con entusiasmo, a pesar de las dificultades del idioma. Una de esas entrevistas fue en la tienda Forever 21, ubicada en el corazón de Times Square, donde, rodeada de candidatos que hablaban inglés con soltura, se atrevió a presentarse con la determinación que la caracteriza.

“Yo fui a esa entrevista con mi inglés masticado, hablando cosas bien básicas… era una entrevista grupal, con como veinte personas”, recuerda. “Y yo veía que todo el mundo se desenvolvía súper bien en inglés, y yo ahí con lo mío, bien limitado, pero con entusiasmo. Siempre con entusiasmo”.

Pese a la barrera del idioma, Natalie fue avanzando en cada ronda. “Me llaman para otra entrevista… y luego otra. Y yo seguía ahí pensando: ‘Ay, Dios mío’. Hasta que un día me llaman y me dicen: ‘Te queremos, tienes el trabajo’.”

El nuevo trabajo de Natalie le permitió tener estabilidad económica y hasta la ayudó a fluir mejor en el inglés al estar constantemente en contacto con clientes y compañeros de trabajo. Sin embargo, con esa estabilidad llegó una nueva encrucijada que no tenía nada que ver con el idioma.

“Cuando ya llevaba como tres o seis meses en el trabajo, me empezaron a llegar invitaciones para ensayos y presentaciones”, recuerda. “Y yo tenía que decir: ‘Disculpa, no puedo, tengo que trabajar’. Luego volvía otra persona: ‘Mira, hay un show hoy, ¿puedes bailar?’. Y yo, ‘Ay, no puedo, salgo a las diez u once de la noche’.”

Las oportunidades comenzaban a tocar a su puerta, pero ella no podía abrirles del todo porque su jornada laboral de ocho horas la mantenía atada. Fue entonces cuando tuvo que volver a detenerse, mirar su vida con honestidad y ponerlo todo en la balanza: seguridad económica o la posibilidad de vivir de lo que verdaderamente amaba.

Yo dije: ‘Mira, yo vine a Nueva York a cumplir mi sueño, a tratar de bailar. Eso fue lo que yo quise, no estar en una tienda ocho horas trabajando, y que me llamen y yo no pueda’. Yo dije: ‘Voy a renunciar y voy a poner todo mi empeño para poder subsistir, básicamente, y trabajar de lleno en el baile’. Y así fue. Poco a poco me empezaron a llamar”, relató también.

Con esfuerzo, dedicación y mucho trabajo, las oportunidades comenzaron a llegar. Natalie empezó a presentarse en eventos sociales de gran escala, incluyendo presentaciones en el icónico Teatro Apollo, con capacidad para más de mil personas. También comenzó a impartir clases de belly dance, compartiendo su pasión con otras personas.

Nueva York no solo le ofreció un escenario local, sino también una proyección internacional. Como parte de la compañía Belly Queen, tuvo la oportunidad de viajar a países de Asia y Europa para presentarse en distintos escenarios. “Yo me sentía viviendo en un sueño,” recuerda sobre esa etapa.

Aún en medio de esa efervescencia artística, en el año 2014 se presentó una oportunidad decisiva: participar en una competencia de belly dance con estilo egipcio, celebrada en Nueva York. Emocionada, Natalie llegó hasta la final. “Hasta mi mamá vino a apoyarme desde Puerto Rico,” comentó con orgullo.

En la gala final, sin embargo, no se llevó el primer lugar, sino el segundo. “Anunciaron el premio, pero la realidad es que ni escuché lo que decían, porque obviamente todos queremos ganar el primer lugar. En ese momento no me sentía bien,” confesó.

Lo que no sabía era que ese premio —aunque no fue el que esperaba— estaba a punto de cambiar nuevamente el rumbo de su vida.

El Cairo, Egipto

El Cairo, Egipto.
El Cairo, Egipto. (Shutterstock)

El premio que Natalie ganó al obtener el segundo lugar en aquella competencia en Nueva York fue un curso gratuito de belly dance en uno de los festivales más importantes del mundo: el Festival de El Cairo, en Egipto. La emoción fue inmediata, pero también lo fue la incertidumbre.

“Siempre en las noticias, todo lo que nosotros recibimos es de guerra, es de bombas, es de muerte... como que peligro”, recuerda. “Y entonces, pues nada, obviamente eso fue un caos. Ese primer año que se suponía que yo fuera, no pude ir.”

Pero al año siguiente, en 2015, decidió finalmente hacerlo. Viajó a El Cairo para tomar el curso, y aunque le encantó la experiencia, el miedo persistía. Durante su estadía, no se atrevió a salir del hotel más allá de asistir a las clases. La idea de estar sola, tan lejos de casa y en un país cuya imagen siempre le había parecido peligrosa, la mantuvo en constante alerta.

Sin embargo, ese primer viaje le dejó una sensación clara: quería volver. Y así lo hizo. En 2016 regresó al festival, esta vez por dos semanas. Se permitió explorar un poco más allá del hotel, conectar con la cultura árabe y comenzar a ver similitudes con su propia identidad. “La hospitalidad egipcia me recuerda mucho a la puertorriqueña”, asegura.

Al año siguiente, en 2017, Natalie decidió extender su estadía aún más: pasó más de un mes en El Cairo. En 2018, su visita se alargó a tres meses. “Cada vez que iba, me quedaba más tiempo”, comenta, describiendo cómo poco a poco fue sintiendo que ese lugar lejano comenzaba a sentirse cercano.

Para el 2020, la pandemia golpeó fuerte. Nueva York, donde aún residía oficialmente, detuvo los espectáculos. Y con esa pausa, también llegaron nuevas reflexiones: Natalie sentía que ya había logrado lo que quería en la ciudad. Había bailado, viajado, enseñado, y construido una carrera. Era momento de otro salto.

“¿Sabes qué? Voy a intentar irme a vivir a Egipto”, se dijo con convicción. Esa nueva mudanza tenía como objetivo profundizar en la cultura que había dado origen al baile con el que se ganaba la vida. Y así lo hizo.

El inicio en El Cairo, sin embargo, no fue fácil.

Una vez más, el idioma se convirtió en un obstáculo. A diferencia del inglés, no estaba familiarizada de ninguna manera con el árabe, pero decidida a mejorar, comenzó a tomar clases.

“Yo recuerdo que yo hasta lloraba en las clases de árabe,” confesó, al narrar que al principio, no entendía nada de lo que la profesora decía.

A los problemas con el idioma se sumaron las diferencias culturales. Una de las más impactantes fue el tema de la vestimenta. “Por ejemplo, en Puerto Rico uno camina en pantalones cortos. Aquí yo nunca voy a caminar en pantalones cortos en la calle. Cuando salgo tengo que ir con un estilo más conservador, manga larga, no mostrando mucho la silueta del cuerpo”, explicó.

A pesar de haberse mudado oficialmente a El Cairo, el miedo a su seguridad seguía presente. La cultura le resultaba ajena en muchos sentidos, y uno de los momentos que más la inquietaban era el llamado a la oración desde las mezquitas. “Cada vez que yo escuchaba ese llamado y no entendía lo que decían, yo decía: ‘Dios mío, aquí va a pasar algo’,” confesó.

La falta de comprensión del idioma intensificaba su sensación de vulnerabilidad, y a eso se sumaba la nostalgia por su hogar. “Yo necesito cocinar y comer criollo”, decía, echando de menos los sabores y olores de la cocina puertorriqueña.

Sin embargo, como siempre ha hecho ante la duda, Natalie respondió con determinación. Recordó por qué había tomado la decisión de mudarse: quería aprender en profundidad la cultura que dio origen al baile al que ha dedicado su vida. Lo que inicialmente sería un mes de clases de árabe, terminó extendiéndose a varios meses. Poco a poco, fue entendiendo el contexto que antes la asustaba. Descubrió, por ejemplo, que ese llamado que tanto le inquietaba no era una advertencia, sino una invitación a la oración, y con el idioma, también empezó a entender la vida que la rodeaba.

Hoy, varios años después de haberse mudado oficialmente a El Cairo, Natalie sigue extrañando los plátanos, los gandules y los sabores de su tierra natal.

Pero ha aprendido a vivir su puertorriqueñidad a través de la calidez y la hospitalidad árabe, que tanto le recuerdan a Puerto Rico.

Con el tiempo, comprendió que aquella derrota que sintió al no ganar el primer lugar en la competencia fue en realidad, la puerta que la condujo a la vida que hoy abraza: una vida dedicada al baile, inmersa en la cultura que dio origen al arte que ama, y desde un lugar donde sigue bailando y soñando.

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