Zúrich, Suiza. La vida en Suiza puede ser intimidante para el puertorriqueño promedio. Se trata de un país con un costo de vida altísimo, superestructurado y regido por una puntualidad extrema, que encuentra en las reglas un orden imperioso para marchar adelante.

Eso, precisamente, fue lo que enganchó a Abel F. Ávila Jiménez, quebradillano del barrio Cacao que echó raíces en Zúrich, donde satisface prácticamente todos sus anhelos de vida. Hace poco más de seis años que el hijo de don Gabriel Ávila y doña Iris Celeste Jiménez se mudó a este pedazo de Europa. Aquí vive con su esposa Patrycja y su hija Chloe, quien hoy día define las decisiones de la pareja.

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“Suiza siempre fue mi opción preferida”, dice nuestro Boricua en la Luna, quien ya había conocido el país por viajes previos de trabajo.

Fue precisamente su empleo en la empresa multinacional en la que trabajaba lo que posibilitó que se radicara acá.

Abel Ávila lleva 7 años en la ciudad, donde vive con su esposa e hija.

“Siempre pensé que iba a terminar en Europa. Conseguí un trabajo en Estados Unidos que me permitiera explorar el mundo; eso era lo que buscaba y lo conseguí. Luego de un tiempo allá (EE.UU.) me trasladaron y dentro de ese panorama había tres países: Alemania, Francia y Suiza, y esa era la primera opción, porque el estilo de vida acá es bien diferente y, pues, conseguí el trabajo y estoy bien contento”.

Abel es el primero en reconocer que su aprecio por su país de residencia no es común entre los boricuas por la cantidad de leyes y normas que tiene, pero sobre todo porque son implementadas en todos los espacios de la vida cotidiana.

En ese sentido, no tiene reparos en admitir que esa estructura no representó para él mayores problemas para aclimatarse al estilo de vida.

“La realidad es que a mí me encantan las reglas, porque crean disciplina, crean orden. Así que la verdad para mí fue llegar a un sitio donde se vive como pienso. Para mí fue un beneficio... algo que no es lo usual”, expresa riendo.

Caro, pero a gusto

Al hacer balance son más cosas buenas que malas las que encuentra aquí. Entre las últimas señala el costo de vida. Hacer compra puede ser tan caro que Abel y su familia viajan cada par de semanas a Alemania para apertrecharse de provisiones.

De otro lado, afirma que la misma forma de vivir es la que la encarece. “Suiza es el país de los paisajes panorámicos, por eso tanta gente camina y corre bicicleta; tienen una gran conexión con la naturaleza. Entonces es tu deber como ciudadano cuidar el ambiente. Por ejemplo, en Zúrich reciclas papel, cartón, plásticos, composta, metales, equipo electrónico, cristal, y el cristal se separa por color. El cartón lo tienes que amarrar y usar un hilo en particular. Para la basura pagas un tax y hay diferentes formas de cobrarlo. La más común es con bolsas. Por 10 bolsas especiales pagas 25 francos ($24.50). Ese es el tax. Así que mientras más basura generes más bolsas vas a gastar. En otros lugares no pagas la bolsa, pagas por peso”, explica antes de dar otro ejemplo.

“En Suiza el sistema está hecho para que las madres se queden en casa. Por ejemplo, cuando nos casamos, a mí las contribuciones me bajaron y a Patrycja le subieron. Y el cuido es bien caro, nosotros pagamos 2,500 francos ($2,460) al mes. ¡Al mes! Así que está diseñado para que sea tan caro, que sea más fácil cuidarlo en casa. Pero si te quedas con tu hijo en casa, otra regla acá es que todos los adultos son responsables de todos los niños. Y aquí desde pequeñitos los exponen a ir solos a la escuela. Así que cuando ves un niño por la acera es tu responsabilidad asegurarte que no le pase nada”.

Pero a pesar de eso, no cambia su vida en Suiza por nada. “Yo no me muevo, a menos que Suiza me saque de aquí”.

Echa raíces

Su encanto por este país lo comparte con su esposa, una polaca que conoció en la empresa en la que laboraba cuando vivía al otro lado del Atlántico.

“Nos conocemos hace casi 10 años. Trabajábamos en la misma compañía, yo basada en Suiza y él en los Estados Unidos. Trabajábamos en proyectos juntos y viajábamos por el mundo. Al principio éramos amigos, con el tiempo nos enamoramos... y aquí estamos”, cuenta Patrycja en español.

“Me mudé a (la ciudad de) Basilea y después con el tiempo nos unimos como pareja; nos casamos y nos radicamos en Zúrich”, dice Abel sobre el inicio de su vida juntos.

Se casaron en Polonia, en una boda a la que viajó su familia desde Puerto Rico, y en junio se cumplirán dos años de la llegada a sus vidas de Chloe, a quien su padre llamó “polarriqueña” en un poema que llena de orgullo a Abel.

Suiza es una sociedad multicultural, un ambiente en el que quieren que la niña se desenvuelva. A la pequeña le enseñan cuatro idiomas y desde ya la exponen a las tradiciones de sus respectivos países.

“Yo le hablo polaco y Abel español. Entre nosotros hablamos inglés y en el cuido le hablan alemán”, comenta Patrycja. “Y parece que entiende todo. No habla mucho todavía, pero mezcla algunas palabras. Dice agua y jugo en español, pan también”.

Abel Ávila Jiménez vive cerca de Nurburgring Grand Prix Track que visita semanalmente y con su carro de pista, un Reanault Megan

“¡Y vamos!”, interrumpe entre risas Abel, quien orgulloso le pregunta a su hija cómo dice nuestro animalito símbolo y escuchamos de la niña esas dos sílabas que tanto nos definen: “¡coquí!”.

Entonces, al igual que Polonia, Puerto Rico es una referencia constante en el hogar.

“Quiero que ella conozca Puerto Rico y nuestra intención es volver (a la Isla) siempre. Para mí es muy importante que sepa y retenga sobre Puerto Rico y sus cosas. Que ella sepa decir que a pesar de que tenemos el pasaporte americano, somos puertorriqueños y siempre decimos que somos puertorriqueños y no americanos”, sostiene.

Abel se desempeña en Suiza como jefe de la oficina de administración de programas de Syngenta, donde divide su tiempo en diferentes proyectos. Uno de los que más le apasiona es el de formación de liderazgo, para el que ha desarrollado una estrategia de aprendizaje utilizando go-karts. Y es que después de su familia, la aceleración es su gran pasión. Desde pequeño, visitando el taller de mecánica de su tío Carlos Jiménez, se enamoró de los carros y a medida que creció fue desarrollando un gran entusiasmo por el funcionamiento y la conducción de autos.

Su fiebre por la velocidad la quema en Alemania, en la famosa pista de carreras de la ciudad de Nürburg: el Nürburgring. Allí viaja al menos una vez al mes para correr en la que es considerada la más grande y peligrosa, y hoy día la única pista profesional que abre al público para su uso. Ponerle el tema es provocarle una sonrisa inmediata.

“Es una pista legendaria y poder correr en ella es otra de las razones por las que me gusta vivir acá”, asegura sobre el hobby que aprueba su esposa. “Cuando nos casamos acordamos que cada uno iba a tener su espacio para satisfacer sus gustos. A ella le gusta viajar y tiene un grupo de amigas con el que programa unos a los que yo no voy. Ahora están planificando uno para Antártica. Entonces la pista es el mío”, expone riendo.

El quebradillano Abel Ávila es un “Boricua en la Luna”

Hasta el tuétano

De la Isla extraña sus costas, la proximidad al mar y la arena. “Las amistades, la accesibilidad a la playa, porque la realidad es que en Puerto Rico podía salir a las 5:00 p.m. del trabajo y decir voy a la playa y a las 5:30 estaba allí. Sí, hace falta. Viviendo y criándome en Puerto Rico, pues fue mucho el tiempo que estuve allá y extraño sus cosas, a las amistades, la familia...”, afirma con nostalgia.

Hace años que Abel salió de Puerto Rico, pero Puerto Rico nunca salió de él; por eso se tatuó en la muñeca, a la vista de todo el mundo, el coquí taíno, que le da la oportunidad de hablar sobre sus raíces.

“Todo el mundo me pregunta siempre y les digo que el coquí es nuestro símbolo nacional, para siempre decir que soy de allí. Puerto Rico siempre está conmigo”, subraya esta alma viajera de 37 años que salió de la Isla para conocer mundo y desde entonces no se ha detenido. Por eso, piensa que la expresión “Boricua en la Luna” lo define a perfección.

Estos caribeños han hecho de este país su hogar.

“Es exactamente eso, ser boricua donde quiera que estés. No dejas de ser puertorriqueño a pesar de los cambios o la vida diferente que tengas donde quiera que vivas. Siempre, Puerto Rico está ahí... siempre el español, siempre el sonido del coquí”.

¿Que cuesta cuánto?

Zúrich es una ciudad cara. En prácticamente todos los renglones del consumo, los suizos pagan más que sus contrapartes europeos. Esto se debe, en parte, a que el poder adquisitivo es uno de los más altos del mundo. El salario promedio anual en Suiza es $78,000 (según la Oficina Federal de Estadísticas Suiza); en Puerto Rico $21,000 (según el Departamento del Trabajo). De otro lado, el consumidor suizo es uno de los más exigentes del mundo, que da prioridad a productos de origen regional sobre los importados o de origen desconocido, y el que gasta más en productos orgánicos a nivel mundial. Para tener una idea de cómo compara consumir algunos de los productos más conocidos en la Isla podemos decir que un combo de Whopper de Burger King cuesta $17.50 (el ketchup y mayonesa se venden aparte a 30 centavos, las salsas para nuggets a 40 centavos). Otros ejemplos:

docena de huevos: $8

libra de pollo: $11.50

libra de top round (carne): $23

padrino de Coca Cola: $2.43

detergente de ropa líquido (100 ozs.): $25.95

litro de gasolina (regular): $1.64

mahon Levi’s (501): $122

entrada al cine: $19.50