A mis hijos les encanta cuando les hago cuentos de mi crianza. Uno de los favoritos son los teléfonos públicos y las veces que se me llenó la oreja de ketchup cuando alguien quería hacer una maldad.

Siempre con menudo en el bolsillo para cualquier emergencia y si me tocaba llamar fuera de Cidra, la llamadita colet (por cobrar) y no era a mi amiga Janet.

También las leyendas urbanas de apretar varias veces corridas el botón donde se enganchaba el teléfono para tratar que saliera gratis la llamada. Lo intenté, pero nunca me funcionó.

A mis hijos y su generación se les hace difícil imaginar un mundo sin celulares, pues nacieron y crecieron con ellos. Además, la conexión social en las redes lo entienden como parte natural de la vida, no como algo opcional.

Para quienes nos ha tocado criar en estos tiempos, resulta complejo y muy retante poder trazar la raya en el lugar correcto. Ese balance que le permite una conexión social saludable en las redes, pero garantizando la seguridad y evitando que la enajenación.

Estos cambios sociales son muy nuevos, no existe por lo tanto un “libro de receta” que defina el procedimiento. Nos toca descubrirlo e ir aprendiendo mientras practicamos. Usar el sentido común y nuestro instinto de padres. 

¿A qué edad debemos autorizar a nuestros hijos para que puedan participar en las redes sociales?

No creo que alguien se haya atrevido a establecer una edad específica. Les cuento sobre mi experiencia.

Mi hijo mayor, Adrián, de 11 años, tiene su cuenta de Instagram, se la abrí yo y tengo acceso directo a ella. Tiene prohibido subir información o comentar sin antes tener mi autorización. El no cumplir con las reglas conllevaría perder la oportunidad de participar en las redes, algo que el valora muchísimo. Hasta el día de hoy nunca ha fallado, pero lo llevo muy de cerca.

Algunos coincidirán conmigo, otros no, pero prefiero ser parte del proceso, a que busque la experiencia sin mi compañía y supervisión. Por supuesto que me preocupan los excesos y la información inadecuada a la que pudiera tener acceso, por eso tenemos que estar pendientes y no subestimar lo que implica para nuestros hijos el estar activos en la redes sociales.

Por otro lado, existe el riesgo de que el contenido y continúo uso de las redes sumerjan a nuestros hijos en una realidad alterna.

Primera Hora publicó la semana pasada un reportaje que recomiendo leer a todos los padres.

Una universidad en Canadá hizo un estudio que concluye que los medios sociales inciden en el aumento de depresión y otras enfermedades mentales en los jóvenes. Explican los investigadores que el detonante para comenzar a sentir depresión es la invitación que hacen las redes para que la gente compare sus vidas con historias que en su mayoría son irreales. 

Esta realidad nos obliga a estar con los ojos abiertos. La prohibición nunca es la mejor alternativa, el balance es la clave y la participación de los padres en el día a día de sus hijos.

Todo esto es muy joven, somos las primeras generaciones de padres que tenemos que lidiar con las redes sociales durante el proceso de formación y crianza de nuestros hijos.

¡El tiempo dirá!