Las escenas de desespero y frustración volvieron a repetirse este jueves en la oficina regional del Departamento del Trabajo y Recursos Humanos (DTRH) en Caguas, a donde acudieron decenas de ciudadanos que aun no han recibidos el dinero de asistencia por desempleo o de asistencia de desempleo por pandemia (PUA, en inglés), a pesar que hace meses ya que han sometido la documentación a la agencia.

La única diferencia con respecto a lo que se ha visto antes en otros lugares que ha dispuesto el DTRH para atender al público, como su sede principal en Hato Rey o el Centro de Convenciones, es que no había una larga fila esperando y cocinándose bajo el sol por horas, porque no había ninguna persona que los atendiera. En su lugar, la gente se encontraba con que solo podían interactuar con un buzón, en el que debían depositar un papelito con sus datos, y luego esperar a ver si tenían suerte de ser llamados para una cita en la que algún empleado de la agencia finalmente trate de resolver su reclamación.

“Esto es un calvario. Yo llevo por lo menos desde marzo bregando con este problema. Me deben más de dos meses, me deben abril, mayo, parte de marzo, del desempleo estatal y del PUA. O sea que no recibí en ese tiempo nada. Me dieron dos semanitas para entretenerme y todo lo demás a sido… ni llamadas, ni ‘mail’, o sea nada, las puertas de los sitios están cerradas. Lo único que hay es este procedimiento ahora, que lo escuché por la televisión, y vine a llenar esto y entregar unos documentos. Esto es para sacar cita, pa’ que te den una cita para después entonces bregar con tu caso será, para ver si me manda ese dinero porque la verdad que esto ha sido fuerte”, comentó Luis A. González Otero, que había llegado allí desde Cayey.

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Con evidente disgusto confirmó que allí no están atendiendo a nadie, a pesar que han pasado meses desde que comenzó este proceso.

“Todo el mundo que ha venido es, a entregar esta hojita, si tiene algún documento, y echarlo en ese buzón, y esperar que ellos te llamen, no se sabe ni cuando va a hacer, para entonces atender tu caso, y después ver a ver cuándo llega ese dinero. La verdad que es fuerte”, afirmó.

Agregó que, “en ninguno de los servicarros que ellos han hecho me han atendido”.

¿Cuántas veces has ido a oficinas del Departamento?, preguntó Primera Hora.

“Ahh, mi hermano…”, respondió González.

“Un millón de veces”, interrumpió enfadado otra persona que iba camino a depositar su hojita.

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“Yo cuando me enteré de esto vine hoy rapidito. Pero ya he ido un montón de veces, y he llenado todo, emails, esto, aquello, cartas, he mandado cartas semanal, fui a Hato Rey, al Centro de Convenciones, y las veces que fui no alcancé ni tan siquiera números, así que me tuve que ir porque qué voy a hacer allí si no tengo número. Gracias que vi esto y dije pues voy pa’ allá, porque es lo único que ahora mismo se ve que se puede hacer. Y esperar, hay que esperar. Pero, mi hermano, fueron dos meses duros sin cobrar un centavo. Y como yo hay un montón, no soy yo nada más. Hay miles de personas que no han recibido nada”, agregó.

Otros ciudadanos que prefirieron no identificarse se hacían eco de las repetidas quejas por el ineficiente proceso de la agencia para tramitar la asistencia.

“Si por lo menos saliera allí alguien, el supervisor, no sé, alguien, y te explicara. Te dijera, ‘mira esto es lo que está pasando, pero yo me comprometo, lo voy a mirar, a ver que hay que hacer, y voy a llamar, y mira aquí está mi número pa que vean que de verdad me comprometo a atender. Pero no, nada, es terrible como te tratan”, afirmó otro ciudadano que llegó desde Las Piedras, luego intentar en vano, hablar con algún funcionario del DTRH.

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“Yo estoy en esto desde que empezó esto. Ahora estoy tratando de ayudar a mi prima, mi hermana en esta cosa también, pero ya tú sabes”, comentó un joven mientras llenaba el papelito para su caso, el de su prima y el de su hermana, pues ninguno de los tres ha recibido la asistencia.

Aseguró que ha hecho múltiples gestiones por internet y por teléfono, sin ver resultados.

“Ahora me topo con eso de que están estos papeles pa’ volverlos a llenar… ya ellos tienen esa información realmente, pero nada, no se mueven”, agregó.

A cinco pasos, otro hombre en sus treinta años, cabizbajo, agarraba el pasamanos con la mirada perdida en el vacío. A su lado, otro más, en sus cincuenta, sacudía la cabeza de un lado a otro, y miraba al cielo, en busca de paciencia.

“Yo radiqué a principios de abril. Me dicen tengo un punto controvertible. Voy al Yldefonso Solá Morales, llevo los papeles. Me dijeron, después de mes y medio, y me dicen te vamos a llamar en una semana o dos. Pero ya han pasado cuatro semanas. Entonces acceso a las redes sociales, me dicen o tienes que pasar por aquí o llame a un teléfono. ¿A qué teléfono? Si no lo cogen. Tú estás ahí ocho horas esperando que te contesten. La paciencia se agota. Y yo tengo que pagar mis deudas. Lo lamento mucho pero el sistema que han utilizado no es el más apto”, condenó el de mayor edad, agregando que “yo espero que por lo menos alguien se compadezca y me atienda… a ver si, por gracia de Dios, alguien se compadece y nos atiende”.

Otra persona más agregó que “ya los ahorros están en rojo” y condenó además que “el (secretario) que está ahora, que se nombró… tiene que verse el cambio, y al momento no lo estamos viendo”.

Por un breve instante, se abrió la puerta, decorada con un sinnúmero de letreros, algunos bastante chapuceros, con diversas instrucciones, y al menos uno de ellos con fecha de principios de abril pasado, y los de último minuto que indicaban que no se atendería a nadie e instruían depositar la información en el buzón. Se asomó un empleado, flanqueado por dos guardias de seguridad. Llamó tres nombres. Eran parte de los pocos afortunados que habían recibido ya la famosa llamada para una cita. Declinó escuchar las otras personas allí, limitándose a decir que las instrucciones eran que llenara la hojita y la dejaran en el buzón.

En cuanto entró el último de los llamados cerraron otra vez la puerta, decorada con varios letreros hechos con sin dar oportunidad a nada más. Apenas un par de segundos después llegó corriendo por la rampita una mujer desesperada. Tocó ante la puerta, sin que pasara nada.

“Yo necesito hablar con alguien, necesito que me atiendan. Tengo a mi mamá allí en el carro echando chispas. Estamos en esto desde marzo. Dios mío no puede ser”, se lamentó.

No le quedó más remedio que hablarle, a través del papelito, al buzón que, irónicamente, tenía otro letrerito hecho a último momento anunciado que pertenece al “Negociado de Seguridad de Empleo”.