Apenas sale el sol en la “Ciudad del Grito”, don Luis A. Robles arranca para su trabajo, un lugar que resultaría tenebroso para muchas personas, pero que es un aliciente de vida para el llamado sepulturero del centenario cementerio de Lares.

En su agenda no cabe el descanso cuando se trata de atender las 6,000 tumbas que hay en el camposanto que considera su refugio hace más de seis décadas.

“Aquí donde me ves llevo toda mi vida trabajando aquí. Estamos hablando de sesentipico de años en las que solo me he ido a descansar un par de semanas, pero regreso rápido al taller”, relata el hombre de 73 años.

Relacionadas

“Tengo que estar aquí siempre porque en casa no puedo estar. Hago este trabajo con un cariño enorme. Para mí esto es una terapia... vengo aquí los siete días de la semana. Yo me siento ahí (señala un área en el que se visualizan las miles de tumbas) y soy el hombre más feliz de la tierra”, agrega con sentimiento.

Narra que su relación con los difuntos inició cuando apenas tenía nueve años, uno de esos días que acompañaba al trabajo a su padrastro, Ceferino Alemán, quien fue por décadas el sepulturero del pueblo montañoso.

“Él me traía para acá para que le ayudara. Y mi primera experiencia la tuve a eso de los 9 años porque resulta que estaban sacando unos restos y él se lastimó la espalda. Entonces, me metió al boquete y yo saqué los restos... eso nunca se me olvida. De ahí en adelante seguí trabajando y estaré aquí hasta que me muera”, enfatiza el enterrador.

El reconocido sepulturero reconoció que el momento más difícil fue cuando tuvo que enterrar a su señora madre.
El reconocido sepulturero reconoció que el momento más difícil fue cuando tuvo que enterrar a su señora madre. (Pablo Martínez Rodríguez)

Han sido múltiples las experiencias, algunas sobrenaturales, las que ha vivido este singular personaje del cementerio a lo largo de su carrera. Don Luis ha dicho en múltiples entrevistas que ha visto de todo: desde accidentes en plenos actos fúnebres, peleas familiares y discusiones por amoríos secretos hasta haber sentido quejidos y que lo tocan en la espalda (y al voltearse no hay nadie junto a él) mientras trabaja en los panteones.

“Para algunas personas puede ser una profesión difícil... yo me he ‘jallao’ muertos que están ahí enteros y he tenido que seguir trabajando, aun con la peste que se produce. Pero hay que hacer el trabajo”, comenta.

¿Tiene idea de cuántas personas ha sepultado?, indagamos.

“Jum... estamos hablando de mucha gente. Estaríamos hablando de miles entre los que he enterrao y los que he sacao porque antes yo iba también a otros cementerios. Pero ya estoy viejo... yo creo que soy el más que ha sepultao gente en Puerto Rico. El sepulturero que más tiempo lleva y más viejo haciendo este trabajo tengo que ser yo”, responde con simpatía.

Y, ¿qué ha sido lo más difícil como sepulturero en todos estos años?, preguntamos.

Entonces, su semblante alegre cambió. Se le aguaron los ojos y respondió: “enterrar a mi madre...eso sí que fue difícil. No me creí capaz de hacerlo, pero lo hice”.

“Yo visito su tumba y le llevo florecitas y le hablo. Le pregunto: ‘mai, ¿cómo está?’ Y le pido la bendición. Mucha gente viene aquí a hacer eso. Aquí hay gente que viene todos los días a visitar la tumba de sus madres, esposas o hijos”, añadió.

Cremación: la alternativa a la crisis

Además de darle mantenimiento al cementerio, hacer panteones, exhumar restos y “hacer todo lo que se tenga que hacer”, don Luis ha dedicado los últimos años a la confección de columbarios, cuyo uso exclusivo es para ubicar las urnas que resguardan las cenizas de aquellos difuntos que son cremados.

Aunque Lares es un pueblo con tradiciones arraigadas a la religión y la mayoría de sus compueblanos prefieren velar a sus muertos y enterrarlos en tumbas, lo cierto es que la conocida emergencia ocurrida en el cementerio municipal -cuyas tumbas quedaron severamente afectadas por el huracán María en 2017- ha llevado a muchos parroquianos a optar por la cremación.

Solo la primera parte del cementerio, que data de 1855, no sufrió daños y es la que permanece abierta. En esa área es que yace el Mausoleo de los Mártires de la Revuelta de 1868. El resto del histótico camposanto está cerrado por disposición del Departamento de Salud y en espera hace más de seis años por un proyecto de reconstrucción. Los enterramientos se tienen que hacer en nichos que se improvisaron para atender la situación tras el paso del huracán o en un cementerio transicional que ubica en otra área del pueblo. Pero en plena crisis fueron muchos los lareños que tuvieron que enterrar a sus muertos en otros municipios, mientras algunos vieron una opción en la cremación.

Fue entonces, que don Luis, dentro del respeto y solemnidad con el que realiza su profesión, decidió diseñar y confeccionar columbarios que están ubicados en un espacio contiguo al conocido necrópolis.

“Esto del problema que hay en el cementerio de Lares me ha tocado de cerca. (Después del huracán) yo fui el primero que bajé para allá abajo (área clausurada) y ver lo que había pasado. Los nichos eran un desastre, había panteones en el piso y las cajas se veían viradas y abiertas.... pero eso ya se sabía porque eso estaba roto hacía tiempo. (El huracán) María tuvo culpa, pero no tanto”, recuerda don Luis.

Reitera que se puso a disposición de ayudar al gobierno con la gestión de recuperación, aunque fuera de manera preliminar, pero pasó el tiempo y llegaron los temblores de 2020 y todo empeoró.

“Ahora, ¿quién saca un muerto allá abajo? Eso está peor y hay muertos al lado de la quebrá. Es triste ver eso, sabe”, manifiesta apenado sobre el escenario actual del antiguo cementerio, que tiene que ser reubicado en su totalidad en otra zona por recomendación de geólogos que realizaron un estudio de suelo en el área y determinaron que el camposanto no es apto para albergar tumbas ni hacer nuevas construcciones. En cambio, la determinación final la tomará la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, en inglés), que tiene bajo su análisis todas las sugerencias de los expertos.

Don Luis se ha hecho disponible, nuevamente, en caso de que lo necesiten para la ambiciosa faena.

“Siempre he estado disponible para ayudar. Soy un perito en esto. El muerto que nadie pueda sacar, yo lo voy a sacar y a lo mejor muchos no me van a creer, pero he bregado con situaciones bien difíciles y lo he hecho. Así que si me dan la oportunidad lo hago. Y no es que yo coja contratos. Es que venga alguien y me diga: ‘ayúdame’. Y yo lo haría con mucho cariño y sin interés... no me importa el dinero”, insistió.

Mientras, don Luis ya tiene planificado cómo quiere que se atienda el proceso de su muerte cuando le llegue el momento de partir del plano terrenal.

¿A usted cómo le gustaría que fuera ese proceso?, preguntamos por curiosidad.

“No, yo quiero que me cremen”, soltó causando sorpresa entre las personas que lo escuchamos.

Irónicamente, el sepulturero de Lares, no quiere que lo entierren. Comenta que ha sufrido tanto lo que ha ocurrido en el camposanto que considerar ser sepultado en una tumba provocaría un problema a su familia.

“Usted sabe todos los problemas que ha tenido la gente de aquí... no había dónde enterrar los muertos y se iban para Arecibo y por todos lados. Suerte a esos nichos que se hicieron (de manera provisional) gracias al alcalde (Fabián Arroyo) que el pueblo volvió a coger vida. Pero esto estaba todo el mundo decaído”, expresa.

Y, ¿usted para el nicho no quiere ir?, cuestionamos.

“No, a mí que me cremen y ya estoy haciendo el sitio para que me pongan. Eso sí, tengo un problema porque la mujer mía no quiere que me cremen. Pero no se sabe si ella muere primero o yo, Pero creo que deberíamos estar los dos juntitos porque cumplimos 54 años de casados y estuvimos cinco de novios. Se supone que debemos seguir juntos, pero ella dice que no. Que nadie le va a pegar fuego. Me dijo que me salía de noche si le pegaba fuego”, relata riéndose.

“Ahora en serio, yo solo le pido a Dios que yo pueda morir aquí adentro. Que me ‘jallen’ muerto aquí. Eso solo le pido a Dios... que sea aquí en el cementerio”, anhela el sepulturero.