Pese a tratarse de una práctica antigua, la suspensión corporal no deja de implicar unos riesgos a la salud, según el dermatólogo Luis Ortiz Espinosa.

El galeno explicó a este medio que la piel es un órgano con una enorme fuerza de agarre por la resistencia que le confieren las fibras de colágeno. Según Ortiz Espinosa, una hebra de colágeno es casi tan fuerte como una viga de acero.

“Esa práctica o ritual es posible porque, si se coge un pedazo de piel (para suspenderse), esta va a tender a aguantar por la fuerza tensil. Pero no está exenta de unos daños agudos al momento y daños permanentes a largo plazo”, dijo.

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El dermatólogo explicó que la piel está compuesta por tres capas, la epidermis –de solo unos milímetros de grosor–, la dermis –donde ubican, entre otras cosas, el colágeno y los vasos sanguíneos– y la subcutis o el tejido subcutáneo, por donde atraviesan los nervios más grandes.

Atravesar los ganchos de metal solo por la dermis puede provocar el desgarre de la piel, dijo el médico. Empero, ello también podría ocurrir si las perforaciones no se hacen simétricamente para distribuir de manera efectiva el peso, advirtió.

Ese es precisamente uno de los riesgos de la práctica, al que se suma la posibilidad de alguna infección o reacción alérgica al metal, daño en los nervios, sangrado, cicatrices o la aparición de fístulas (aberturas en la piel).

Según Ortiz Espinosa, aunque la piel es suficientemente elástica para soportar grandes pesos, “no puedes colgar así a una persona que tenga una piel muy fina, condiciones de colágeno o enfermedades que debilitan la piel porque no producen bien el colágeno”.