Las cuevas en Puerto Rico que pocos conocen y que revelan secretos de los taínos
Atrévete a explorar Las Cabachuelas en el pueblo de Morovis.
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Esta historia forma parte de la serie Coge Calle por la isla donde te presentamos los lugares turísticos en Puerto Rico que pocos conocen y que valen la pena ponerlas en calendario para visitarlas en algún momento.
Para alguien que disfruta de adentrarse en la naturaleza, cualquier asignación que le envía fuera de la jungla de cemento metropolitana con destino a un paraje rural siempre es más que bienvenida. Sin embargo, la reciente visita a las cuevas de Las Cabachuelas, en las montañas de Morovis, además del agradable paseo por el monte, revelaría un insospechado encuentro con nuestro pasado ancestral.
La cita era relativamente temprano, a las 8:00 a.m., en un negocio en una carretera por Morovis, así que, luego de “madrugar”, y beber una cantidad de café con toda probabilidad superior a la recomendada para todo un día, salí a lidiar con el siempre fastidioso e inescapable revolú que conlleva conducir por las vías de la ciudad y sus suburbios.
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Más o menos una hora después, había sorteado los tapones y estaba en la carretera PR-155, llegando al punto de encuentro en el barrio Barahona, donde nos esperaban nuestras guías, Myriam Rivera y Aridni Martínez, para la visita a una parte de este laberinto cársico que comprende más de 60 cuevas en total.
Ya en la Reserva Natural de Las Cabachuelas, un área que, gracias a un acuerdo de comanejo con el Departamento de Recursos Naturales y Ambientales (DRNA), está bajo el celoso cuidado de Cabacoop, cooperativa a la que pertenecen nuestras intérpretes ambientales, recibimos un casco protector y unas instrucciones esenciales, antes de avanzar monte adentro por un camino cuyo extenso uso desconocíamos.
Caminamos entre el verdor, bajo fresca sombra, subiendo por momentos entre piedras por pendientes más empinadas, hasta llegar a la entrada de la Cueva Gemelos.
Lo que hay
“En Las Cabachuelas podemos encontrar cuevas, cavernas, zanjones, arte rupestre, humedales, fauna cavernaria y distintas experiencias en el bosque”, comentó Martínez, como parte de su introducción de la cueva que se abría ante nosotros.
“Aquí tenemos cuevas grandes, cuevas pequeñas, tenemos fauna cavernaria, tenemos el guabá, la cucaracha de cueva que es endémica de Puerto Rico, los grillos, y la maravilla de nosotros que son los murciélagos”, añadió Rivera, acotando que, de las 13 especies de murciélago que hay en Puerto Rico, 9 están presentes allí.
“Y aquí se hace investigación científica, investigación paleontológica. Además, tenemos flora endémica nativa, exótica, tenemos muchas aves endémicas, aves migratorias. Así que hay una gran variedad de elementos que brindan al participante una maravilla”, continuó la entusiasta intérprete.
Historia milenaria
Todavía en lo que pudiera llamarse el portal de la cueva, Rivera y Martínez comenzaban a explicar los detalles de todo alrededor, como los primeros petroglifos que se asomaban en las rocosas paredes o la cámara en la pared derecha donde hallaron restos que dan a entender que tenía un uso funerario.
Y es que, en esta Cueva, como ocurre a través de la Reserva, “no solo hay evidencia de la presencia de indígenas taínos. Aquí hay evidencia científica, con pruebas de carbono 14, empezando por esta cueva, de la presencia de los primeros indígenas que llegaron a la Isla, que fueron los arcaicos. Así que estamos hablando de que, 2,420 años antes de que Jesucristo naciera, ya teníamos gente viviendo aquí, en Las Cabachuelas”.
Más adentro, continúan la lección, alternando las materias de historia, geografía, biología. Uno tras otro nuestras incansables guías van mostrando detalles de interés, como los restos fósiles de corales y conchas de caracoles y bivalvos, y hasta un pequeño diente de tiburón, que revelan el pasado distante en el que todo ese conjunto montañoso del carso norteño, estuvo bajo las aguas de un mar de poca profundidad.
También nos muestran petroglifos y pictografías que representan figuras humanas o animales, como el gecko que parece trepar por una estalactita, o el enigmático dibujo oculto en una cavidad, único encontrado hasta el momento con esa figura, que ha sido interpretado como la posible imagen de unos gemelos siameses, y que es el que da nombre a la Cueva Gemelos, y que también ha sido adoptado como el símbolo de la cooperativa Cabacoop.
En una galería de la cueva, vemos la gran huella de la explotación de guano de murciélago en el siglo XIX, durante la cual se entiende se encontraron muchos restos arqueológicos que, o bien se botaron a la basura, o fueron a parar a colecciones fuera de Puerto Rico.
De pronto, pasando junto a una gran roca, frente a la otra abertura de la cueva, Rivera se detiene para presentarnos a uno de los integrantes de la fauna local, la peculiar cucaracha de cueva, una dócil criatura endémica que, más que parecerse al conocido y generalmente detestado insecto que se identifica por ese nombre, se asemeja más a ciertos crustáceos o incluso a los legendarios trilobites de la era paleozoica. Unos pasos más adelante, cambiamos a luz roja y hacemos silencio, para poder observar otro animal, el elusivo guabá.
Con una vocación de maestras, nuestras intérpretes continúan saciando nuestra sed de conocimiento. Nos hablan de los caminos ancestrales, como el que recién usamos llegar a Cueva Gemelos, por el que solían andar los indígenas para llegar a comerciar a las orillas del Río Grande de Manatí en Ciales; del arte rupestre fechado en los años 600 a 700 después de Cristo; de las puntas de flechas de vidrio español encontradas en La Tembladera, que dataron de 1820, dos años después de la fundación de Morovis, y que prueban que, contrario a la creencia generalizada de que para el siglo XVII ya no quedaban indígenas en Puerto Rico, todavía vivían allí taínos; o las investigaciones paleontológicas que han desenterrado restos de animales como el oso perezoso, el dugongo y otros más extintos hace miles o millones de años.
“Las Cabachuelas es bien importante, porque la evidencia científica demuestra que se cambia la historia”, insiste Rivera. “Así que, el que venga a Las Cabachuelas, va a reconectar con su historia, y muy probablemente va a conocer una parte que no le habían contado hasta ahora”.
Sin notarlo, han pasado ya un par de horas desde que entramos al camino que ahora sabemos que desde tiempos ancestrales han usado incontables generaciones de arcaicos, taínos y jíbaros. Aunque tanto mi colega fotoperiodista como yo estamos energizados y con deseos de ver y conocer más, es momento de repasar la información que se traducirá en la invitación al público para que acuda a este maravilloso paraje de exuberante belleza natural abarrotada de historia, y de tomar la ruta de regreso para continuar con las demás tareas del día.
¿Cómo visitar el lugar?
Para conocer más de Las Cabachuelas, puede buscar información en las redes sociales, bajo Proyecto Cabachuelas, en Facebook, Instagram y TikTok.
Las visitas al lugar son por reservaciones, según estén disponibles los espacios. Para hacer reservaciones puede contactar al número 939-450-1295, por WhatsApp o a través las redes.
Los grupos son de 10 a 15 personas, y de hasta 25 estudiantes para grupos de escolares o universitarios. Los recorridos se ofrecen en español y en inglés.
Al momento, por razones obvias, dado que la Reserva está en su estado natural y las veredas son ancestrales, no es un espacio apropiado para personas con alguna discapacidad física. De hecho, quien venga a visitar el lugar, tiene que ser una persona que esté preparada para caminar.
En términos de seguridad, los guías “estamos bien preparados, todos certificados por la NAI (Asociación Nacional de Interpretación). Estamos en contacto con Manejo de Emergencias del Municipio de Morovis, y a ellos le notificamos cada vez que vamos a hacer un recorrido. Todos estamos entrenados en primeros auxilios, primeros auxilios remotos y cpr (resucitación cardiopulmonar) y contamos con nuestros equipos de seguridad, con los que vamos a todos nuestros recorridos”.
Al momento, se ofrecen seis recorridos diferentes, cuya dificultad, duración y edad mínima para participar varían, según cada caso. Los costos oscilan entre $45 y 55, según el recorrido. Como parte del trabajo conjunto con la comunidad local, por $10 adicionales, los visitantes pueden tener un almuerzo hecho por doña Mildred.
Cabe resaltar que “con cada persona que venga y haga un recorrido en Cabachuelas, no es simplemente disfrutar, tú entonces vas a aportar a la comunidad, vas a aportar a la educación, a la economía del pueblo. Así que nuestros recorridos, más allá de un recorrido interpretativo subterráneo en cuevas, son recorridos con propósito, porque queremos mejorar y ayudar en la economía del pueblo y de la comunidad, que es una comunidad pobre”.
Por último y no menos importante, a la entrada de la Reserva, un letrero bien grande ilustra con claridad todas las actividades que están prohibidas allí (hacer fogatas, acampar, usar motoras, usar bicicletas, fumar, tirar basura, entre otras). Además, al tratarse de un área protegida por ley, uste puede observar, “escuchar, tomar fotografías y videos, y llevarse sus memorias”, pero “no se puede mutilar o sacar ningún elemento de la cueva”, ni afectar la flora o la fauna. La persona que viole esas prohibiciones se expone a recibir multas, dependiendo del tipo de daño que provoque.
Los recorridos disponibles son:
-Gemelos Míticos: visita la Cueva Gemelos; edad mínima 6 años; duración 2 horas
-Aventura Cársica: es una aventura más extrema; se exploran dos cuevas en refugio rocoso; edad mínima 12 años; mínimo de 4 horas duración
-Cuevas Históricas: abarca tres cuevas; edad mínima 8 años; mínimo de 4 horas de duración
-Magia Cristalina: es un recorrido más ligero; va en senderismo, visita unos zanjones (grietas únicas en el planeta), interpreta un zanjón, y llega a Cueva Cristales, que como índica su nombre, está cristalizada; unas 3 horas de duración
-Fantasía Nocturna: para quienes quieren ver la Reserva durante la noche; dura unas 3 horas
-Gemelos Míticos y Alfarería: combina la interpretación de la Cueva Gemelos con un taller de alfarería, según lo hacían los indígenas taínos, con la maestra artesana Alice Chéveres; dura unas tres horas (dependiendo de la habilidad que tenga la persona para trabajar su vasija.