En un segundo piso del Viejo San Juan, desde hace más de una semana entre 35 y 50 niños de 17 escuelas públicas distintas de la capital se congregan diariamente para aprender, dialogar de sus nuevas experiencias de vida y nutrir el espíritu mediante el arte, todo libre de costo.

Eso es de día y en el segundo piso de la chocolatería Casa Cortés, de la calle San Francisco.  De noche, la imagen es distinta. Según varios entrevistados, la desolada ciudad es una “boca de lobo”.

A casi un mes del paso del huracán María, pocos sectores de la ciudad tienen energía eléctrica y los turistas, elemento vital para la supervivencia de muchos de sus locales, brillan por su ausencia. 

Relacionadas

Elaine Sheab Cortés, dueña de Casa Cortés, reabrió el negocio dos días después de María, cuando sirvió un limitadísimo menú tipo combo por $5. 

“Nada estaba abierto en el Viejo San Juan y la gente tenía hambre”, comentó la comerciante, quien desde entonces, como prácticamente todos los comerciantes en el Viejo San Juan, mantiene el negocio con generador, que abre hasta las 3:00 p.m. 

“Lamentablemente el Viejo San Juan se convierte en un ‘ghost town’ (pueblo fantasma)”, dijo.

Esta mañana el tránsito en el Viejo San Juan era liviano y pocos caminaban por sus aceras. El negocio Wendys, de la Plaza de Armas no operaba, pero sus puertas estaban abiertas de par en par, aunque sin empleados. A pocos pasos, un camión con suministros se había estacionado frente al supermercado Súper Max. 

En el Marshalls, varios empleados laboraban en su limpieza. Uno dijo que abría pronto. 

Para Javier Ortiz, dueño de la librería Laberinto, en la calle De La Cruz, la necesidad de que los comerciantes comiencen a reabrir sus locales le brinda “un sentido de normalidad” al casco urbano y romper el mito de que San Juan está cerrado. Así se expresó también Jesús Ocampo, quien abrió su joyería Innovation Arts a dos días del azote de María y recibe allí  también a estudiantes de su escuela de joyería.

Ortiz, por un lado, opera solo hace semana y media la librería de 10:00 a.m. a 3:00 p.m. y sin generador. Cuatro empleados siguen en sus casos mientras se recupera el negocio.

“Las ventas han bajado dramáticamente. Estamos vendiendo de un 10% a 15% de lo que se vendía anteriormente”, dijo.

Para Ocampo, residente hace 15 años en Puerto Rico, el comerciante del Viejo San Juan no puede esperar por el gobierno. 

“Hay que empezar a mover la economía.  Puerto Rico no se ha acabado”, sostuvo.

Por la misma onda se expresó Janvier Monclova, administrador del restaurante Ajo del País, en la calle San Francisco. “El mensaje tiene que ser lo que estamos haciendo: estamos siendo agresivos, informando que estamos abiertos. El domingo tenemos lechón asado y música en vivo. La idea es despertar al Viejo San Juan”, comentó al explicar que logró “energizar” el negocio con un generador que consiguió en Santo Domingo, República Dominicana. Su operación le cuesta unos $125 diarios al abrir de 8:00 a.m. a 10:00 p.m. 

Al cerrar tarde, Monclova ha sido testigo de cómo la ciudad se va transformando en la medida en que cae el sol. “En la calle durante la noche no hay nadie. Somos los únicos (en la cercanía) que estamos prendidos. No hay vida nocturna ni barras”.

La preocupación por la seguridad llevó a Maritza Torres, jubilada profesora universitaria, y su esposo a regar entre comerciantes la voz de que estaban saqueando negocios, particularmente en los primeros días después de María. Ella se enteró de varios incidentes en joyerías cercanas a su hija y en una tienda de venta de vitaminas.

Morales sí indicó que el municipio ha colocado lumbreras que operan con diesel en algunas esquinas.

En cuanto a su día a día, dijo que compra víveres en dos farmacias de la comunidad y en el Supermax, que estuvo cerrado un tiempo por fallas en su generador. Cuando puede salir en el carro que comparte con su esposo, “pesca” en negocios de la zona metropolitana.

“Pero aquí los residentes somos como una familia”, dijo al asegurar que nació en el Viejo San Juan y espera morir allí. 

Aunque los turistas escasean en la ciudad, eso no significa que visitantes no estén comprando, apuntó a Carlos ‘Carli’ Soto, dueño de los restaurantes La madre y La O. El primero opera hasta las 10:00 p.m. ya que Soto pudo poner a funcionar el viernes pasado un generador que opera con gas. Todavía no sabe de cuánto vendrá la factura de San Juan Gas.

“Aquí el turismo son los empleados federales. Son los que están buscando dónde comer y dónde ir”, dijo. 

Soto vive en los altos de La Madre y según reconoció, la oscuridad “no invita para nada”.

“No motiva ni a salir a comer ni a pasear por ahí”, dijo.

Mientras unos comerciantes se las ingenian para poner a funcionar sus negocios, otros simplemente esperan por la llegada de la energía eléctrica. Ese es el caso de Ricardo Figueroa, codueño hace siete años del negocio Wafflera tea room, en la calle De La Cruz.

En su caso, conseguir un generador no es viable por el costo que representa y por las limitaciones que representan los edificios del Viejo San Juan. Por lo pronto, el negocio sigue cerrado -aunque hoy le colocó el letrero- y una decena de empleados siguen en sus casas.

¿Cuánto tiempo más puede estar así?

“Nosotros tenemos que operar con electricidad y no es costo efectivo ni tenemos el capital para un generador de $60,000. Cuando llegue la luz”, contestó.