Humacao. Don Alfonso Lugo Colón contemplaba embelesado su casita de madera remozada en las parcelas Punta Santiago. A sus 79 años, una dulce sonrisa se le dibujaba en el rostro y no se cansaba de darles las gracias “a esa buena gente”.

Se refería a una brigada de 40 voluntarios -todos estadounidenses y un puertorriqueño residente de Texas- quien partía ayer de la Isla, tras llegar el pasado 26 de diciembre.

En su corta estadía, los voluntarios, además de ayudar a acondicionar las estructuras devastadas del Centro de Primates del Recinto de Ciencias Médicas, de la Universidad de Puerto Rico, tendieron la mano a varias familias de las Parcelas Viejas, donde pintaron casas y reforzaron viviendas que fueron aniquiladas por el temporal, como la don Alfonso, a quien el ciclón dejó a la intemperie. El viento y el agua arrasaron con la casita que quedó sin techo y sin puertas. Apenas quedaron en pie las paredes principales de la estructura de madera. 

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“La mayoría de nosotros no nos conocíamos. El que organizó el viaje puso una llamada a todos los centros de investigación en los Estados Unidos y aquí estamos”, expresó Joel Ortiz, quien era el único del grupo que hablaba español.

“Nuestra meta es mejorar la situación para los animales en el cayo y para la gente en la comunidad. Hay muchísimo trabajo y nos vamos a tener que ir sin terminarlo, pero por lo menos pudimos ayudar un poquito. Dejamos las cosas un poquito mejor de como las encontramos”, sostuvo el puertorriqueño, que labora en la escuela de medicina de la Universidad del Estado de Texas.

Comentó que en Punta Santiago ayudaron a reparar siete casas, pero la más perjudicada era la de don Alfonso, ubicada frente a las oficinas del Centro de Primates.

“La cablería se puso toda nueva, que fue afectada, pero también era un poquito vieja. Cuando energicen va a tener el sistema eléctrico mejor del vecindario, porque lo puso un ingeniero”, sostuvo Ortiz. 

La comunidad de Punta Santiago sigue sin electricidad desde que pasó el huracán.

Ortiz relató que como puertorriqueño en la diáspora sentía el deber de venir a ayudar en la recuperación del País. 

“Fue muy difícil porque muchos de nosotros no sabíamos qué podíamos hacer. Sabíamos que queríamos venir a ayudar, pero no sabíamos cómo”, narró.

“Nuestro director sabía que yo estaba loco por venir a ayudar y me dijo: vamos a encontrar formas. Me pagaron todo, vuelo, hotel, comida. Mucha gente aquí pagó su viaje y todo”, detalló.

¿Te vas con la satisfacción del deber cumplido?, preguntó Primera Hora.

“Sí y no, porque hay mucho trabajo todavía por hacer. Creo que si pasaría un año aquí no fuera suficiente, pero me siento bien de poder ayudar a mi isla”, dijo entre lágrimas el voluntario, a quien el grupo sorprendió con un bizcocho, pues estaba de cumpleaños.

Dijo que lo más que le impresionó fue el agradecimiento de la comunidad. 

“La gente se ha portado tremendo con nosotros, con mucha gente que nunca habían visto en su vida y que nunca volverán a ver. Muchos no se pueden comunicar, pues no hablan español, pero todo el mundo nos ha tratado superbién”, expresó.

“Algún día regresaré. Les voy a dar dos o tres años para que se levanten, pero regresaré para ver cómo terminan las cosas”, aseguró Ortiz.

Don Alfonso no tenía palabras para expresar su agradecimiento, tanto a los voluntarios como a los empleados del Centro de Primates.

“Tengo casa nueva gracias a ellos. Me siento demasiado agradecido de esta gente y se los pongo en las manos a papá Dios, que les dé sabiduría y fuerza para seguir adelante con sus familitas. Han venido de allá a darnos la mano a nosotros para levantar este hogar”, sostuvo.

Contó que encima de la casa, “en un tiempo de agua, se trepó una mujer con unos muchachos” para poner los “paños” de aluminio.

“Esas son cosas que uno tiene que llevar aquí (tocándose el corazón) y guardarlas. Son recuerdos que jamás en la vida se le van a olvidar a uno”, dijo don Alfonso, quien reside solo tras enviduar hace dos años y no tiene hijos; hace 50 años que reside en la parcela.