Esta semana me encuentro nuevamente en las montañas de Colorado, en el centro de meditación donde termino la última etapa en los estudios para mi certificación en trabajo espiritual del proceso de muerte, pérdida y enfermedad. Cuando venía de camino, en el aeropuerto de Texas, conocí a una señora de Oklahoma muy simpática. Me preguntó qué me traía por esos lares y yo le conté.

Le pareció fascinante lo que estaba estudiando e inmediatamente me dijo que ella era cristiana y que la oración era sumamente poderosa con los enfermos porque había sido testigo de muchos milagros. “Lo que no sé”, siguió diciendo, “es por qué algunas personas se sanan y otras no”. Yo de inmediato le dije que pensaba que Dios no tenía la culpa de eso, que sencillamente tal vez era que les tocaba y punto. “Yo pienso que es el diablo”, me dijo. “Es el diablo que no nos permite sanarlos”.

Yo respiré profundamente e intente exponerle mi punto de vista sin ofenderla. “¿Y si en vez de pensar que la muerte es algo malo, algo del diablo, la viéramos como un proceso natural de la vida? ¿Y si a algunos les toca morirse más viejos, y a otros más jóvenes y en circunstancias distintas porque todo es parte de un plan? ¿Y si esa muerte, esa pérdida, puede a la larga transformarse en bondades para otros?” Inmediatamente le conté acerca de los muchos casos que conozco en Puerto Rico y fuera sobre cómo una muerte se convirtió en el motor para salvar otras vidas. Le hablé de la madre que ha dedicado su vida a luchar por acabar con los conductores ebrios en las carreteras luego que su hijo muriera víctima de uno. Le hablé de las familias que han iniciado fundaciones a nombre de sus hijos fallecidos para dar apoyo a otros niños y niñas que padecen la misma condición. “Hay veces que hay grandes tragedias que podemos transformar en bendiciones en vez de verlas como castigo”, le dije.

Ella me miró como si yo le estuviera hablando de algo que ocurría en otro planeta. “Fíjate”, respondió, “yo nunca lo había visto de esa forma”. No sé si ella continuará siempre viendo la muerte como un castigo, lo que sí sé es que por lo menos la hice pensar por un momento.

Al otro día, ya en el grupo de estudio, se nos pidió hacer una lista de las pérdidas más significativas que habíamos tenido a lo largo de nuestras vidas. En mi caso, al ver la lista me percaté de que en un periodo menor de cuatro años yo pasé por un divorcio, dos mudanzas, la muerte de mi ex marido, un rompimiento que fue peor que un divorcio y la muerte de un novio. Y no crean, había otros que estaban peor que yo.

Pero cuando discutimos en el grupo lo que habíamos descubierto del ejercicio, uno de los compañeros resumió el sentir de todos. “Aun después de ver el dolor que muchos hemos vivido, ninguno de nosotros lo cambiaríamos, porque por eso estamos aquí ahora estudiando, buscando ayudar a otros a aliviar su dolor. Nuestras pérdidas nos han hecho seres más compasivos al sufrimiento de los demás”. Ojalá todos puedan algún día encontrarle ganancia a sus pérdidas a través del servicio a los demás. Porque en este Universo nada pasa por casualidad.