El hallazgo, la semana pasada, dejó boquiabiertos a los arqueólogos de la excavación en un pequeño poblado al norte de Italia. Nunca habían visto nada igual. Eran los restos de un hombre y una mujer, que fueron enterrados juntos y abrazados hace cinco o seis mil años. Todavía es muy temprano para saber la causa o la edad de su muerte, pero allí están, como un testamento de un amor que se negó a morir después de que sus corazones dejaran de latir.

Tan pronto vi la foto, mi imaginación comenzó a correr. ¿Quiénes serían? ¿Habrán sido amantes, esposos, o tal vez hermanos o amigos? ¿Cuánto miedo habrán sentido en ese momento de su muerte? ¿Habrán muerto en paz? Es muy poco lo que podrán decirnos las pruebas científicas más allá de la edad y causa de muerte, pero mejor así, porque no importa lo que fueron sus vidas, esta imagen para mí será siempre símbolo de ese amor que va más allá de cuerpos físicos, ése que se extiende más allá de la muerte; que trasciende el tiempo y el espacio para hacerse eterno.

Y ese amor está bien lejos del “amor” del cual escuchamos hablar todos los días. ¿Cuál es ése? El amor que nos enreda la vida y las emociones y hace que tantos hoy estén viviendo un infierno en la tierra. Es el amor egoísta, el amor que posee, el amor que mata, el amor que necesita, el amor que nos drena emocionalmente, y ese amor que con dar un paso “se convierte en odio”. Ése, amigos y amigas, puede ser un facsímil razonable del amor, pero jamás es el verdadero. El amor incondicional posee unas características bien específicas. La forma en que manifestamos ese amor hacia diferentes personas, por supuesto, cambia. Lo que no debería cambiar es la esencia. El problema es que cuando pasamos ese sentimiento por el filtro de nuestros miedos e inseguridades, le succionamos la esencia y lo transformamos en egoísmo, necesidad y miedo. El amor se acerca a un amor “eterno” cuando:

- Te preguntas ¿qué “nos” hace felices?, en vez de ¿qué “me” hace feliz?

- Se siente orgulloso del desarrollo y crecimiento de la otra persona.

- No condiciona ni exige que te lo tienes que ganar.

- No te pide que dejes de ser tú para que te amen.

- Te hace más libre en vez de atarte o limitarte.

- Te convierte en un mejor ser humano

- Puede ver más allá de los defectos para concentrarse en las virtudes

- Ayuda a fortalecer los puntos débiles del otro, en vez de utilizarlos en su contra.

Nunca es tarde para identificar cuando estamos “amando mal”, o para empezar a manifestar esa capacidad de amor incondicional que todos llevamos por dentro. Comienza por limpiar tu cuerpo, tu mente y tus emociones de esos miedos que te impiden amar libremente. Reconoce que todo lo que necesitas en realidad, ya lo tienes, y entonces ama sin apego con todas las fuerzas de tu alma. Te aseguro que de aquí a cinco mil años todavía estarás abrazando a aquellos que amas.