Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 15 años.
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Hace muchos años me separé del que entonces era mi esposo precisamente para esta época, y me fui a vivir con una de mis hermanas quien se había divorciado unos meses antes. Las fiestas navideñas pueden ser un poco duras cuando uno está pasando por un divorcio o una separación, aún cuando la decisión la haya tomado uno.
Lo primero que noté cuando llegué al apartamento de mi hermana fue que, en los meses que llevaba viviendo allí, ella no había puesto ni un cuadro en una pared. Aquello era deprimente y no había intención alguna de encender la Navidad. Mi primera tarea fue comenzar a activar el “crismas espirit”. Yo podré estar pasando por un momento difícil, pero no voy a pasar una Navidad sin bombillitas.
Los que me conocen saben que yo tengo muy poco arte para la decoración. Pero ni eso me detuvo. Monté el arbolito y a ella no le quedó más remedio que ayudarme. Después de trabajar con la decoración, me metí en su clóset. Ahora que vivía con ella me había dado cuenta de que toda su ropa era oscura. Ese fin de semana me la llevé de “shopping”. Me dio trabajo de primera intención porque tal parecía que le tenía fobia al color en aquel momento en su vida. Pero poco a poco cedió y hasta su semblante fue cambiando en la medida de que se abría a la posibilidad de más luz en su vida.
El día de Navidad le pedí que me acompañara a un lugar en el Viejo San Juan donde le dan servicios a deambulantes. Fue el tercer paso en el proceso de salir de nuestros pequeños dolores para dar a los que necesitan y “ver” un poco más allá. Esa Navidad invertí gran parte de mi energía en el proyecto “Saca a tu hermana de su depre”. Lo estaba haciendo por ella, pero tengo que confesar que la que posiblemente más se benefició fui yo. No hay nada que sane más que el ayudar a sanar a otros. Invéntate esta Navidad una forma de hacerlo.