Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 17 años.
PUBLICIDAD
Yo siempre he dicho, y me reitero, que escribir es terapéutico, especialmente escribir una columna como ésta que tiene como propósito ayudar a otros a encontrarle sentido a lo pequeño, a lo cotidiano. Pero el que sea terapéutico no quiere decir que sea fácil. Hay ocasiones en las que puedo pensar en cinco o seis cosas que he visto, que he vivido, o que he leído, y sobre las cuales tendría mucho que decir. Hay momentos, sin embargo, en que la inspiración sencillamente no llega, y uno tiene que obligarse de alguna forma a encontrarla.
El domingo por la noche ya estaba comenzando a sentir unos destellitos de ansiedad ante la falta de un tema, cuando se me ocurrió entrar a mi página de Facebook en Internet y describir mi estatus como sigue: “Lily está tratando de fluir para ver si se le ocurre un tema para su columna de esta semana”. Lo escribí, lo dejé ahí, y me fui a ver televisión con mi marido. Media hora más tarde regresé a chequear la página y tenía muchísimas respuestas. Escribir algo en Facebook puede convertirse en una experiencia fascinante, porque de alguna forma es como soltar algo al universo y sentarse a esperar como empiezan a surgir respuestas de donde menos las esperamos.
Para hacerles el cuento largo, corto; mis amigos y amigas cibernéticos me dieron ideas para varias semanas. Pero, fue una amiga que está viviendo en Colombia, la que me prendió el bombillo. Esto fue lo que me escribió: “Se me ocurrió que tal vez tienes el tema en la mano y no lo has notado. Podrías hablar de fluir.” Así es, tenía el tema frente a mí, y ni cuenta me había dado. Ésa fue la primera lección que recibí de toda esta experiencia, el recordar que a veces la ansiedad no nos permite ver las soluciones y alternativas que tenemos justo al frente. Y ahí es cuando resulta útil separarse del problema o situación y dejar que las cosas “fluyan”.
¿Qué quiere decir “fluir”? Contrario a lo que muchos piensan, fluir no quiere decir dejar de hacer, sino dejar ir expectativas, que no es lo mismo. Estamos fluyendo cuando:
–Dejamos de preguntar y comenzamos a escuchar. En vez de obsesionarnos con pensamientos como “¿cuándo me va a llegar la respuesta?” o “¿cómo voy a solucionar esto?”, soltamos toda pregunta, nos enfocamos en otra cosa y nos abrimos a nuevas posibilidades libres de ansiedad.
–Reconocemos que pensar y hablar constantemente acerca de un problema o situación es hacerlo más grande y peor. Por lo tanto, reconocemos la abundancia que tenemos a nuestro alrededor y nos concentramos en lo que sí tenemos, y no en lo que estamos buscando.
Es en esta consciencia que comienzan a llegar las respuestas.
–Pedimos ayuda abriéndonos a escuchar de verdad. Puedes pedir ayuda a tus ángeles, a Jesús, a los Budas o a tus amigos de Facebook, pero si no estás abierto o abierta a las respuestas que te pueden llegar, entonces ¿para qué pedir? Fluir requiere un acto de fe, de esa fe que reconoce más allá de toda duda de que la respuesta está allá afuera, y que sólo es cuestión de esperar.
Así que si sienten hoy que no les está llegando aquello que necesitan o creen que necesitan, dense el permiso para “fluir.” Reconozcan ese flujo de la energía universal al cual estamos inevitablemente conectados, déjense perder en él, y disfruten el paseo.