Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 17 años.
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El sábado pasado cumplí cincuenta años. Ya me lo saqué del sistema. El otro día comentaba con unas amigas acerca de la sabiduría de la naturaleza. A la misma vez que van aumentando las manchitas y líneas de expresión, va disminuyendo nuestra capacidad visual para verlas a simple vista. En otras palabras, que a menos que no tenga los espejuelos puestos o un espejo de aumento frente a mí, todavía me siento de treinta. Y sigo sin saber qué voy a ser cuando sea grande.
Pero lo cierto es que no se cumplen cincuenta todos los días y la vida es corta. Por eso decidí que para este cumpleaños iba a hacer algo diferente. Así que aquí estoy con Tom en París viviendo unos días maravillosos. Hemos bailado navegando sobre el río Sena, disfrutado de una vista espectacular de la ciudad desde el tope del Arco del Triunfo, y recorrido sus calles sobre las ruedas de un Segway. (Si no saben lo que es, entren a www.segway.com y vean qué maravilla). Pero fue durante el recorrido del Museo del Louvre, al encontrarme frente a una hermosa estatua de Juana de Arco, que en realidad caí en cuenta del significado de estas cincuenta velitas.
La estatua es obra de un escultor francés y su título es Juana de Arco escuchando sus voces. Para hacerles un poco de memoria, esa que hoy conocemos como Juana de Arco era una devota joven católica quien a sus catorce años comenzó a escuchar voces que ella atribuyó a ciertos santos. Estas voces en ocasiones le profetizaban sucesos, pero mayormente le insistían en que tenía que salvar al rey y a su pueblo ante la invasión de los ingleses. Irónicamente, a pesar de que fuera quemada en la hoguera por la misma iglesia que la inspiró, Juana de Arco fue declarada posteriormente “santa” y es hoy la santa patrona de Francia. Tan pronto vi la estatua de aquella joven intentando escuchar sus voces para tomar las decisiones que tenía que tomar en su vida, me identifiqué con ella.
Mis voces no han sido las de santos ni tampoco me han dictado profecías. Pero si algo tengo que celebrar y agradecer en este momento en mi vida es el haberme dado la oportunidad de escuchar esa voz interna que en ocasiones me ha llevado a tomar decisiones sumamente difíciles en mi vida. Aprender a reconocer esa voz es resultado de un proceso de autoconocimiento que nunca termina. He metido la pata sobre la marcha en muchas ocasiones y seguramente todavía me faltan unas cuantas más. Sé que algunas de mis decisiones han herido a personas que he amado mucho, pero siento que han sido necesarias para poder darle sentido a esto que llamamos vida.
Pero sobre todas las cosas, escuchar esa voz me ha permitido encontrar un propósito en la vida, una razón de ser. Y cuando se tiene un propósito uno aprende a ver las cosas a largo plazo y a no ahogarse en el momento. Uno aprende a enfocarse en lo que ha podido lograr y no en lo que ha perdido en el proceso, y recuerda las lágrimas como esas gotas de “saladito” que han servido para intensificar el sabor de lo dulce.
Me siento tan bendecida que no puedo menos que compartir con ustedes este sentimiento deseándoles que, no importa el número que estén celebrando este año, lo celebren descubriendo y escuchando sus voces. Es el mejor regalo de cumpleaños que me pueden dar.