El comediante Eddie Murphy tiene una nueva película en los cines que se llama One thousand words (Mil palabras). La trama de la película gira en torno a un hombre que habla mucho y que un día descubre que sólo le quedan mil palabras que decir antes del día de su muerte. Ese hecho, por supuesto, le cambia la vida.

¿No nos la cambiaría a todos? Confieso que hablo hasta por los codos. Menos mal que he escogido una carrera en la cual me pagan por hablar, principalmente, en las áreas de la locución y las conferencias motivacionales. Sin embargo, cuando me pongo mi otro sombrero, el de coach de vida, mis palabras pueden convertirse en un obstáculo dentro de un proceso en que lo más importante es escuchar.

Como bien dice el refrán: “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”. Tengo una amiga sobreviviente de cáncer que ha sufrido daño permanente en sus cuerdas vocales a raíz de los tratamientos a los que fue sometida. Después de no sé cuántos procedimientos y operaciones, todos los intentos por ayudarla a recuperar su voz, finalmente, esta dinámica joven maestra de educación física ha visto un rayito de esperanza. En estos días compartió a través de Facebook que estaba llorando de la emoción luego de haber podido pedir un hamburger por un servicarro. La habían podido escuchar claramente por primera vez en siete años.

¿Cómo utilizaríamos nuestras palabras si supiéramos que nos queda una cantidad limitada? Yo no sé ustedes, pero yo mediría cada frase y cada oración. Aprovecharía hasta el máximo cada conversación. Y, en el proceso, estoy segura de que por obligación comenzaría a escuchar más y a hablar menos, lo cual posiblemente me llevaría a vivir con más conciencia de los demás y del mundo que me rodea. No sé cuántas palabras me queden, espero que sean muchas, pero pienso que me hago bien si me invito a pensar cada vez que abra la boca, que podrían ser las últimas.