Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 17 años.
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La otra noche estaba viendo el programa “Planet Earth” del Discovery Channel. Esta edición trataba acerca de las planicies en la tierra y los animales que las habitan.
La competencia por parte de los animales carnívoros para obtener alimento es feroz. Se me hizo muy difícil ver como un zorro, por ejemplo, se puede llevar cinco o seis gansitos recién nacidos, en la boca, mientras la mamá gansa se queda dando aleteos, completamente impotente ante la situación. “Que crueles son los animales,” piensa uno de primera intención. Pero de repente, la cámara sigue al zorro, y te das cuenta que no es un zorro, sino una mamá zorra, que está llevando alimento a media docena de pequeños zorritos hambrientos. Una madre pierde, mientras que la otra gana. Así se vive en el mundo animal. Nada aquí es personal, sino el ritual natural de la naturaleza.
Una de las escenas que más me impactó fue la que mostró como una manada de unos treinta leones, logró acorralar, derribar y devorarse a mordisco puro, un elefante adulto. El narrador explicó que es una escena pocas veces vista, y menos aún filmada, ya que no es común que un animal tan grande como un elefante, caiga preso de un león. Pero en este caso era de noche, y los leones tienen mejor visión nocturna que los elefantes. Y además, eran cuarenta contra uno.
En un momento dado, el camarógrafo logró una toma espectacular de los rostros de los leones mientras se movían sobre la presa para devorarla. Los ojos de esas criaturas se me quedaron grabados. Si fuera a describirlos en términos nuestros, términos “humanos,” diría que parecían estar llenos de odio contra aquella víctima indefensa, de deseos de destrozarla, completamente ajenos a su sufrimiento y a su miedo. Eran ojos de hambre a punto de ser saciada. Pero al intentar describir esos ojos con mis términos, estaría siendo injusta con esos animales. Porque aquí, nuevamente, nada es personal. No hay odio, sino instinto, no hay falta de consideración o de empatía, sino sencillamente la dinámica natural que se da entre un depredador y su víctima. El animal está atacando, pero sus ojos no.
Y pensé en como en el caso de nosotros, los seres humanos, el asunto de las miradas sí se vuelve personal. No hay nada que me duela más que la mirada que vi en aquellos leones, en los ojos de hombres y mujeres adultos y, supuestamente, maduros. He visto ojos de envidia, de coraje, de rencor, de soberbia y de desprecio. Lo animales tienen sus instintos como excusas, ¿y nosotros qué? Si quisiéramos, si estuviéramos viviendo en consciencia, podríamos controlar estas miradas que matan y los pensamientos que las generan. ¿Qué estamos queriendo lograr al mirar “mal” a otros? ¿Qué nos están diciendo esas miradas acerca de nosotros mismos? Nos dicen que nos falta mucho con lo cual trabajar por dentro. Nos recuerdan que si no observamos nuestra mente, nuestras inseguridades y nuestros prejuicios, nos vamos convirtiendo poco a poco en salvajes emocionales, reaccionando a nuestros instintos más bajos y negando aquellos que nos hacen superiores.
Quisiera que nuestras miradas, siempre estuvieran dirigidas a construir, no a destruir; a abrirnos puertas unos a otros, en vez de cerrarlas; a invitarnos a la confianza y no al miedo. Aún cuando haya alguien que piense diferente a nosotros, o compita de alguna forma, que podamos mirarlo con ojos de empatía, de compasión y de entendimiento. Dicen que los ojos son el espejo del alma. Por lo tanto, todos los días, y a través de cada mirada, estás permitiendo que el mundo te vea. Yo te pregunto hoy, ¿qué quieres que vean?