Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 17 años.
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En el pasado mes he asistido a cuatro graduaciones. La primera, en mayo pasado, fue la de mi ahijada mayor, quien se graduó de cuarto año en Puerto Rico. Fue hermoso ver a mi “enanoide,” como cariñosamente llamo a la mayor de mis sobrinas, recibir su diploma. Atrás quedaron los proyectos que trabajamos juntas, los ensayos que le ayudé a corregir, y el correcorre por terminar los reportes de libros que siempre dejaba para última hora. Pero dentro de todo, ésta fue una graduación liviana y libre de estrés.
Y dos semanas más tarde llegamos a Napa, California. Allí, donde vive la familia de mi esposo Tom, nos esperaban no una, no dos, sino tres graduaciones, todas el mismo día. La primera era de una sobrina que se graduaba de escuela elemental. Las otras dos eran de dos escuelas superiores distintas. Estas últimas se llevarían a cabo en el estadio de fútbol que comparten las dos escuelas, una en la tarde y otra en la noche. Todo esto bajo el sol a una temperatura que estaría rondando los 95 grados. Para obtener buenos asientos tendríamos que aterrizar en el estadio por lo menos una hora y media antes y alguien tendría que quedarse allí entre una graduación y otra, para asegurar guardar los espacios. Todos estábamos más o menos preparados para la incomodidad física que íbamos a enfrentar ese día. Lo que era intolerable los días previos a la graduación era la anticipación ante los posibles encuentros que se iban a dar allí. Déjenme explicarles.
Las tres parejas de padres de los graduandos están divorciadas, dos de ellas recientemente, y la tercera hace unos cuantos años. Pero en los tres casos hubo y sigue habiendo drama. Uno de los hermanos de Tom, a quien no habíamos visto hacía siete años, viajó desde Tejas para ver a su hijo graduarse de escuela superior. Pero el día antes de la graduación todavía no sabíamos si el muchacho se iba a graduar o no. Y, por supuesto, el padre y la madre se echaban la culpa el uno al otro por la irresponsabilidad del muchacho. Mientras tanto, mi cuñada y su ex marido discutían por cuánto tiempo iba a pasar la nena con quién y a qué hora, el día de su graduación. Y yo inhalaba y exhalaba mientras repetía mis mantras y oraciones tratando de enviarles luz y a la vez no dejarme arrastrar por el drama.
Y llegó el gran día. En la primera graduación todo fluyó. La mamá de la niña evitó encontrarse con la familia paterna, y nadie miró mal a nadie. La nena, ajena a toda la tensión adulta, celebró su momento estrenando, orgullosa, su nueva cámara fotográfica. Qué maravillosa es la inocencia… No fue hasta el medio día de ese mismo día que recibimos la llamada confirmando que, efectivamente, mi sobrino se graduaría. Así que todos fuimos para el estadio. Allí nos encontramos y nos sentamos todos en la misma área. Mi cuñado sentado frente a su ex esposa, quien, a su vez, estaba acompañada por su novio. Detrás de ellos estaba mi cuñada sentada frente a su ex marido y su ex suegra. Y por unas cuantas horas, aun a pesar del calor y de los sentimientos encontrados, hubo cordialidad.
Vi a una de las sobrinas de Tom, una joven adulta, quien no le hablaba a su padre desde hacía meses, sentarse a su lado e inclusive irse con él luego de la actividad en el mismo carro. Vi a mi cuñado y su ex esposa abrazarse y llorar juntos cuando su hijo finalmente lanzó su birrete al viento. (Esta pareja no se había hablado cordialmente desde hace años.) Al verlos, yo, por supuesto, también lloré. Lloré de emoción al ver como ellos, sin querer, permitieron que sus murallas se derrumbaran por un momento, para dejar salir aquel amor que una vez sintieron el uno por el otro. Qué mucho veneno pueden generar el coraje y el resentimiento que resultan al romperse una relación. Y qué mucho pueden intoxicar los padres y madres a sus hijos en ese proceso.
Al igual que su primita menor esa mañana, estos graduandos estaban completamente ajenos al drama externo. Aun después de la ceremonia, Tyler todavía estaba en shock por el simple hecho de que había logrado graduarse. Y Celine, la luz de los ojos de mi marido, lo único que quería era que le tomaran fotos con sus mejores amigas y amigos. A pesar de todo, logramos fotografiar a ambos graduandos con sus respectivos padres y madres, y todos sonreían. Todavía queda mucho trabajo de sanación por delante en todas estas parejas. Pero por lo menos ese día, pasaron de grado.