Hace unos días escuchaba a uno de mis maestros hablar del rol que tienen, o más bien que deben tener, las religiones y filosofías espirituales en nosotros. “Si tu religión no te ayuda a ser un mejor ser humano, entonces no te está haciendo ningún bien”, decía.

Palabras con luz. Parece lógico, ¿no creen? Sin embargo, todos conocemos o hemos conocido personas a quienes una religión o filosofía espiritual ha transformado en seres cerrados de mente y corazón, llenos de miedos y prejuicios que nada aportan ni a sus vidas ni a las de los demás. ¿Cómo podemos, entonces, saber que esa religión o filosofía nos está motivando a ser mejores? Las señales son fáciles de reconocer.

–Cuando comenzamos a asumir responsabilidad por nuestras vidas y nuestras emociones, y deja de tener sentido el echarles la culpa a otros por nuestros males.

–Cuando reconocemos que el aceptar ciertas cosas no quiere decir que nos estamos rindiendo, sino más bien entendiendo que hay que saber cuándo soltar.

–Cuando, en vez de enfocarnos en criticar a quienes creen en algo diferente, buscamos abrazar aquello que tenemos en común.

–Cuando, a pesar de lo doloroso que puede ser reconocer nuestros miedos y apegos, los enfrentamos.

–Cuando la motivación detrás de cada uno de nuestros pensamientos, palabras y acciones tiene como prioridad evitarles más dolor a otros.

–Cuando, aun en momentos de tristeza o desesperación, aprendemos a reconocer fuentes de esperanza.

–Cuando vivir una vida ética deja de ser un sacrificio para convertirse en nuestra única opción para la felicidad.

–Cuando perdonar deja de ser una obligación para convertirse en una necesidad.

Si no reconoces alguna de estas señales en tu vida, posiblemente estás buscando en el lugar incorrecto. ¡Encabuya y vuelve y tira!