Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 18 años.
PUBLICIDAD
¿Alguna vez te has encontrado intentando ayudar a alguien a tomar mejores decisiones en su vida mientras esa persona insiste en repetir sus patrones destructivos? Es como si quisieras metértele por dentro a esa persona y hacerla entender que hay otra forma de vivir la vida, una más saludable, una que la va a hacer más feliz. Pero no entienden, o por lo menos parecen no entender.
Hace poco leí un artículo escrito por alguien que ha sido maestro y guía espiritual de muchos. Él explicaba que la experiencia de tratar de ayudar a personas que no se dejan ayudar lo han hecho sentir cómo una madre sin brazos observando como se le ahoga un hijo. Podemos hacer de la experiencia una dolorosa, frustrante y traumática, o podemos simplemente soltar y llenarnos de compasión.
Yo me identifiqué mucho con estas palabras porque tanto a nivel personal con seres queridos, como a nivel profesional con aquellos que buscan mi apoyo como “coach de vida”, me he encontrado con muchas personas quienes, a pesar de sus quejas constantes, escogen quedarse en el mismo espacio emocional. A uno le parece, de primera intención, que quieren hacer el esfuerzo, pero cuando se les enfrenta con opciones para transformar sus vidas y actitudes, no toman decisiones.
Tenemos que entender que cada uno de nosotros es responsable únicamente de sus propias decisiones y reacciones, las de los demás, no están bajo nuestro control. Entender esto es un ejercicio en humildad y en fe. El esperar que otros hagan lo que nosotros entendemos que les haría más felices, aun cuando podamos tener razón, es buscar controlar cosas que no son nuestras. Si cuando damos consejos o apoyamos a alguien en sus procesos nos agarramos de nuestras expectativas; si cuando ayudamos a alguien esperamos que nos pague haciendo lo que nosotros esperamos que haga, entonces no estamos ayudando, sino manipulando.
No es fácil ver a personas que queremos, seres de gran potencial, y con tanto que dar ahogándose en los vasos de agua que ellos o ellas mismas crearon. Yo sé que no es fácil. Pero es ante estas personas que podemos practicar el soltar nuestro ego, nuestras expectativas de aquello que creemos que es lo mejor para ellos, y comenzar a desarrollar la compasión que nace de ese: “Te bendigo y te dejo ir”.
- A ti que insistes en que los otros siempre tienen la culpa por lo que te ocurre, te bendigo.
- A ti que te quejas siempre de lo mismo y no haces nada por cambiar tus circunstancias, te bendigo.
- A ti que no tienes la fuerza para admitir que se te han acabado las excusas, te bendigo.
Y en el proceso de bendecirte, me libero. Porque aunque me duela, reconozco que el no haberte podido ayudar no tiene nada que ver conmigo, sino con tu capacidad para ver el ser maravilloso que eres a pesar de tus debilidades, miedos y adicciones. Te doy las gracias por haberme brindado la oportunidad de practicar la compasión al dejarte ir y soltar mis expectativas acerca de tu felicidad. Después de todo tu felicidad es tu responsabilidad. Yo lo único que puedo hacer por ti es orar, enviarte luz, y continuar viéndote como lo que eres, un hijo o hija perfecto de Dios que no ha podido reconocerse todavía.