Hace cinco años, el 20 de septiembre del 2017, la vida de los puertorriqueños cambió para siempre luego de largas horas de ansiedad, incertidumbre, lluvias, vientos furiosos y oscuridad.

Al llegar la calma nos encontramos con un Puerto Rico diferente. María sacó a la luz el Puerto Rico en el que vivimos desde hace años, un país con mucha necesidad. El huracán destapó una realidad que estaba oculta o a la que muchos se hacían, o más bien se hacen, de la vista larga. Hoy a cinco años de ese amanecer inolvidable vemos cómo aún la necesidad impera en nuestra isla. Al día de hoy, son miles los que viven debajo de un toldo azul. Son miles los que aun no han recibido la ayuda que les fue prometida. Son miles los que hacen de tripas corazones para echar hacia adelante. Y tan reciente como este pasado fin de semana hemos vuelto a revivir la agonía con Fiona.

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Mientras escribo, no puedo evitar pensar en los miles que perdieron la vida en el 2017 y en cómo estos pasados días el terror, la ansiedad y el miedo volvieran a invadirnos. No nos hemos repuesto desde ese entonces. Todavía hoy, cinco años después, hay familias que necesitan demasiado. Desde años contamos con un sistema de energía eléctrica pésimo y ahora una agencia que simplemente persigue los grandes intereses. Tan reciente como el domingo el portavoz de Luma, a preguntas de Jorge Gelpí, se contradecía en sus respuestas una y otra vez.

Me gustaría compartir lo primero que escribí cinco días del paso del huracán María, pues es -más o menos- la misma sensación que he sentido durante las pasadas horas: “Y, si con Irma volvimos a ser gente, con María nos llegó el alma al cuerpo. Con María hemos vuelto a escuchar con detenimiento el cantar del coquí, el apreciar con gratitud infinita el cantar del gallo a las 6 am y apreciar la luz del Sol que se asoma por la ventana para indicarnos que un nuevo día comienza. El mejor aroma; el del café que se cuela en cada una de las casas de mis vecinos, incluyendo la mía. Los mejores cuentos; los de mis abuelos con quienes he viajado a través del tiempo, haciéndolos recordar y viviendo nuevamente con intensidad cada experiencia, pero esta vez con ellos. Acostarse con las gallinas ya no tiene precio, ahora las 7 pm son para nosotros las 2 am. Ya no tenemos que llamarnos para saber cómo están los amigos, ahora como no hay señal, vamos hasta sus casas para asegurarnos de que están bien y le damos ese abrazo que no dábamos hacía mucho. Volvimos a ser gente. Nos volvió el alma al cuerpo. Ahora ya por fin SOMOS. Insisto, somos el país que soñamos y ese país que soñamos en esta aparente oscuridad, lo abrazamos y lo hacemos realidad”.

Algo aprendimos de María y es a seguir instrucciones, lo hemos demostrado en estos días. Mientras tanto, seguimos recibiendo las ráfagas del viento de una tormenta que no lleva por nombre María, ni mucho menos Fiona...