¿Te has fijado que muchas palabras tienen una contraparte?

Está lo lindo y lo feo, lo divertido y lo aburrido, lo alto y lo bajo.

Esos son antónimos muy comunes.

Sin embargo, según nuestra cultura, usamos las palabras en parejas, no como meros antónimos, sino para crear un contraste entre lo bueno y lo malo, lo aceptado y lo rechazado en nuestra sociedad. Estos conceptos opuestos son reflejo, en muchos casos, de nuestros estereotipos y prejuicios. Lo interesante es que, dentro de estas parejas de palabras, solemos nombrar primero lo que se considera bueno y segundo lo que se considera malo.

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En nuestra sociedad, ser lindo es mejor que ser feo, ser divertido es mejor que ser aburrido, y ser alto es mejor que ser bajo. Primero mencionamos lo lindo, lo divertido y lo alto.

A partir de ahí, hablamos de que algo es “blanco y negro”, partiendo del prejuicio racial de que el primero es mejor que el segundo. Igual ocurre con “el hombre y la mujer”, fruto de siglos de inequidad y de falta de igualdad de género, mencionándolos como opuestos y dándole mención primera al que se considera como el sexo dominante. En la tradición machista que ha imperado a lo largo de la historia en nuestra cultura, el hombre suele ser la referencia principal desde donde todo parte. Fíjate, por ejemplo, cómo llamamos a nuestra especie humana; decimos que somos ‘hombres’ (en la Biblia se menciona que Dios creó al ‘hombre’ a su imagen y semejanza). La mujer es considerada como una variación del hombre, que provino de la costilla del varón. Siglos de prejuicios están presentes hoy día en nuestro lenguaje, y no nos damos cuenta.

Esto lo vemos, también, en los términos contrastantes de la izquierda y la derecha. Es curioso que, en este caso, se menciona primero el concepto que se considera negativo; puede que sea por el hecho de que, en nuestra cultura, leemos de izquierda a derecha. Sin embargo, todo lo izquierdo (o siniestro) es considerado negativo, mientras que todo lo derecho (o diestra) es positivo. No es casualidad que si no sabes bailar tienes dos pies izquierdos, o si empezaste mal el día es porque te levantaste por el lado izquierdo de la cama, o si conoces a alguien torpe e incapaz es un cero a la izquierda.

Hay un movimiento filosófico llamado estructuralismo que ha estudiado estos asuntos del lenguaje y han llamado este fenómeno de los contrarios como ‘oposiciones binarias’. El estructuralismo plantea que nosotros, los humanos, solemos entender los conceptos a base de ideas que consideramos contrarias entre sí. Algunas pueden ser puros antónimos (como noche y día) y otras son ideas que nos parecen contrastantes como resultado de nuestra herencia histórica, social y cultural.

Por ejemplo, existen oposiciones binarias en términos tan cotidianos como la sal y la pimienta, o el aceite y el vinagre, o el tenedor y el cuchillo, a pesar de que ninguna de ellas son, realmente, conceptos opuestos. Sus aparentes oposiciones vienen, en estos casos, como resultado de las costumbres alimentarias de nuestra sociedad.

Según los estructuralistas, las oposiciones binarias son necesarias para darle sentido a algunos conceptos. La idea de lo hermoso no tendría sentido si no existiera la ideal de la fealdad, ni tampoco pudiésemos entender lo que es la gordura si no visualizamos lo que es la delgadez. Son estos contrasentidos que nos dan un marco de referencia para poder entender mejor las ideas.

Piensa en otros ejemplos de términos que consideramos contradictorios y que tienen una carga positiva y negativa. Te sorprenderás de la cantidad de estereotipos y prejuicios que parten de ellos. El lenguaje es, en ese sentido, un espejo de nuestra historia social y cultural.