Hay momentos en que uno se detiene, mira alrededor y piensa: “Caramba, el idioma ha cambiado más en cinco años que en los treinta anteriores”. Entre redes, chats, textos de WhatsApp y plataformas que se hablan entre sí sin pedirnos permiso, las palabras aparecen, desaparecen y se transforman a una velocidad que ni el diccionario alcanza.

Esta semana me llamó muchísimo la atención una noticia que salió de Madrid: la Real Academia Española acaba de presentar un conjunto de herramientas diseñadas especialmente para que nuestro idioma pueda sobrevivir y brillar en la era de la inteligencia artificial.

El proyecto se llama LEIA (sigla de Lengua Española e Inteligencia Artificial).

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No es casualidad que suene a nombre de heroína: la RAE lleva años trabajando en esto, buscando que el español no sea un pasajero más en el mundo digital, sino un protagonista. A principios de noviembre, el director de la RAE, Santiago Muñoz Machado, junto a la académica Asunción Gómez-Pérez y la directora de Inteligencia Artificial del Gobierno español, Aleida Alcaide, mostraron al mundo lo que han estado cocinando. Y, sinceramente, es impresionante.

Empiezo por mi favorito: el observatorio de palabras. Imagínate una herramienta que se dedica, todos los días, a bucear por el internet entero —prensa, redes sociales, blogs, boletines, todo— para detectar palabras nuevas. La inteligencia artificial analiza un millón de formas diarias. Un millón. Ahí entran neologismos, tecnicismos, regionalismos, extranjerismos y esas ocurrencias que, de repente, todos usamos sin recordar quién las inventó. Cuando algo raro aparece, la herramienta le pone un ojo encima y la clasifica como “en observación”. No significa que esté aprobada; significa que merece atención. La RAE, en otras palabras, está escuchándonos.

Otra herramienta que me encantó es el sistema de consultas lingüísticas. Ya tú sabes: todos, en algún momento, hemos buscado en Internet si algo lleva tilde o si esa palabra que inventamos existe de verdad. Pues ahora la IA ayudará a clasificar todas esas dudas, a compararlas con respuestas anteriores y a organizarlas mejor. Pero que quede claro: quien responde es un lingüista, no una máquina. La tecnología agiliza, pero no reemplaza la inteligencia humana.

LEIA también incluye un recopilador de variedades del español. ¡Y este me encantó! Funciona a base de juegos y retos en los que cada usuario aporta cómo llama a un objeto, cómo describe una imagen o qué palabra usa para algo específico. Así se construye un mapa vivo del español, lleno de colores y acentos. Para probarlo, organizaron un evento con 1500 escolares que aportaron más de 22 000 respuestas. Imagínate el fiestón lingüístico.

Otra joya es la digitalización de más de 800 000 fichas de punto rojo —los documentos en los que aparece por primera vez una palabra—. Antes estaban guardadas bajo llave en la Academia; ahora estarán disponibles para todos. Es como abrir un archivo secreto del idioma.

Finalmente, están las herramientas de verificación lingüística. No corrigen solas, pero te dicen qué está mal, por qué y cómo arreglarlo. Una especie de maestro paciente que no te juzga, pero sí te educa.

Todo esto estará accesible pronto y gratis en la web de la RAE. Y me alegra porque necesitamos que el español tenga fuerza en un mundo donde la tecnología a veces decide ignorarnos.

Al final, proteger nuestro idioma no es un gesto romántico ni una misión exclusiva de los académicos: es una responsabilidad compartida. El español es parte de quiénes somos, de cómo pensamos y de cómo nos relacionamos. Si queremos que siga vivo, tenemos que cuidarlo entre todos.

Seguimos...