“¡El primer papa americano!”, exclamó una periodista en televisión con la emoción de quien anuncia un acontecimiento extraordinario.

Yo, que apenas daba el primer sorbo a mi café, levanté la ceja y murmuré para mis adentros: “¿Y Francisco, qué fue entonces? ¿Sucesor de Carlos Gardel, pero no del apóstol Pedro?”.

La confusión no es nueva. Cada cierto tiempo, la lengua nos juega estas trampas que revelan más de lo que imaginamos. Y este caso es uno de los más reveladores.

Desde que se anunció la elección del nuevo pontífice, León XIV, muchos medios en inglés lo celebraron como the first American pope. Y en cuestión de horas, la frase cruzó al español como si nada: “El primer papa americano”. Pero no. No lo es. El primer papa nacido en América fue Francisco I, elegido en 2013, y oriundo de Buenos Aires, Argentina. Esto no es cuestión de percepciones ni de ideologías políticas… ¡Es un dato concreto y absoluto! Entonces, ¿por qué este malentendido?

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La respuesta está en una vieja apropiación lingüística: el uso exclusivo del término American para referirse a los Estados Unidos. En inglés, cuando alguien dice “I’m American”, se presume automáticamente que viene de los Estados Unidos, no de México, Chile o Puerto Rico. Este uso se ha impuesto a tal nivel que muchos hispanohablantes lo han interiorizado sin pensarlo dos veces, incluso cuando entra en conflicto con la geografía… y con la lógica.

Porque lo cierto es que América es un continente. Uno solo, dividido en tres grandes regiones: América del Norte, América Central y América del Sur. Todos los nacidos en estas tierras, desde Canadá hasta Argentina, somos americanos. Así de sencillo.

¿Entonces por qué los estadounidenses se adueñaron del gentilicio?

La historia es larga y tiene raíces en el poder político, económico y cultural que los Estados Unidos han tenido desde el siglo XIX. Su nombre oficial es United States of America, y al carecer de un término más específico (como ‘estadounidense’ en español), adoptaron American para definirse. Con el tiempo, esa autodefinición se convirtió en norma, al menos en inglés. Y de allí ha contaminado otros idiomas, especialmente en los medios y en el discurso global.

En español, sin embargo, tenemos una palabra precisa: ‘estadounidense’. Y también tenemos claridad de que ser ‘americano’ es pertenecer al continente, no a un solo país. Por eso, repetir sin pensar que León XIV es “el primer papa americano” no solo es incorrecto: también es una forma sutil de seguir cediendo ante una visión del mundo en que América se reduce a una bandera de franjas y estrellas.

No se trata de negar la nacionalidad del nuevo pontífice ni de criticar su procedencia. Se trata de usar el idioma con precisión y de recordar que las palabras importan. Cuando decimos que alguien es “americano”, debemos preguntarnos: ¿de qué parte de América? Porque todos, desde un guatemalteco hasta un canadiense, tienen el mismo derecho al gentilicio.

Así que no, León XIV no es el primer papa americano. Es el primer papa nacido en los Estados Unidos. El primero que habla inglés como lengua materna. Y eso, sin duda, marca un momento histórico. Sin embargo, nuestro hemisferio ya había llegado al Vaticano con acento argentino hace más de una década.

Defendamos, entonces, el idioma. Pero más aún, defendamos el derecho a nombrarnos como lo que somos: diversos, amplios y americanos en el sentido más completo de la palabra. Nombrarnos bien no es solo cuestión de semántica; es también una forma de identidad, de dignidad y de pertenencia.

¡Que viva nuestro SEGUNDO papa americano!