Enfrentamos una situación caótica y requerimos ayuda con urgencia para poder asistir a los miles de puertorriqueños y extranjeros damnificados por el horroroso huracán María, para levantar sus casas, poner en pie nuestra infraestructura, reconstruir carreteras, normalizar nuestras vidas, activar las operaciones del Gobierno y el desarrollo de nuestra economía.

Imposible evitar que nos bajen las lágrimas por la situación que enfrentamos. Es un llanto colectivo, duele lo que estamos viviendo, hiere la destrucción de Puerto Rico. Es una crisis humanitaria, es real, no es inventada.

El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, nos hizo una visita furtiva y en su brevísima incursión por áreas devastadas y luego de reunirse con algunos perjudicados, tiene que haber constatado que nuestra situación es dramática, trágica. 

María nos ha sacudido, a unos más que a otros, y a unas regiones más que a otras. Hay sectores de la población cuyas vidas están en riesgo, su salud está en precario, no han comido y están sedientos, duermen a la intemperie entre escombros sin que todavía se llegue a ellos.

Se sospecha que pudiera haber más muertes que las contadas en residencias inundadas a las que tampoco se ha podido llegar, lo que nos lleva a recordar las expresiones de la alcaldesa de San Juan, Carmen Yulín Cruz, en torno a que la diligencia y rapidez con que se preste la ayuda hace la diferencia entre la vida y la muerte.

Tantos días sin servicio de energía eléctrica -los que nos faltan- primero con Irma y ahora con María, es de las situaciones que provoca más disloques emocionales. Sufrimos temperaturas de 100 grados, que muy probable experimentó Trump. El 95 por ciento de la población no tiene servicio de electricidad, por lo que el calor se aguanta a pulmón, sin abanicos ni ventilación.

Ha habido cambios en el comportamiento ciudadano y modificaciones de conducta, aunque forzadas: sin luz, sin internet, sin Wifi, sin Facebook y sin Twitter. Se ha estado rompiendo vicio en seco, en tanto que el acceso a información es limitado; estamos incomunicados.

Lo más perturbador ha sido el toque de queda, una restricción de la libertad que abona al malestar. Pero la ley más repudiada y rechazada fue la Ley Seca. A los boricuas no les gusta “esa vaina”. 

Entonces surgen las controversias y las polémicas y las quejas de los alcaldes de tantos municipios que se han sentido abandonados y desatendidos.

Dicen que el pesca’o muere por la boca. Así se vio en estos tiempos modernos por los tuits que se publican, como es el caso del presidente Trump y su ataque a la alcaldesa de San Juan. La manera como ella lo enfrentó la enalteció, valiéndole el reconocimiento de importantes medios de comunicación y personalidades a nivel internacional. Todo porque la funcionaria reaccionó con malestar a las expresiones de la directora interina de Home Land Security, que describió la situación de Puerto Rico como un “good news story”.

Si de algo ha adolecido Puerto Rico ha sido de una presencia federal pro activa. Ha sido lenta e insuficiente. Las quejas de los alcaldes sobre la dejadez de los federales, de la inacción, de la lentitud, es la percepción de tutto il mondo.

En medio de nuestra emergencia, Trump ocupaba su tiempo tuiteando y cuando nos prestó atención fue para decir: “Los puertorriqueños queremos que nos lo hagan todo”, o sea, que somos unos perezosos. 

Habrase visto expresión más ofensiva por parte de un presidente, que parecería ignorar la historia de cómo nos colonizaron y cómo las tropas y buques de guerra estadounidenses nos atacaron y nos capturaron como botín de guerra. Nos avasallaron convirtiéndonos en sus esclavos.

Entonces viene un presidente, 119 años después a expresarnos su desprecio y a decirnos que queremos que nos lo den todo.

No señor presidente. Los puertorriqueños queremos reconstruir nuestro País con la ayuda humanitaria que nos llega y la ayuda que está obligado a dar el imperio que nos sojuzga y a la que tenemos derecho, por todo lo que nos han usurpado y quitado por más de un siglo.

Ni bocabajo, ni serviles ni arrastrados. Solo exigimos nuestros derechos.