“Estoy amargá,” me decía mi prima. “Y te explico por qué,” continuó en un momento de amplia apertura no muy común. Cuando me contó de todas sus incomodidades y frustraciones, me salió un honesto, “ahhh, como a todos nos pasa”. Claro, por el trabajo que hago, es frecuente el contacto íntimo con las personas y por esta razón es inevitable encontrar más seguido nuestras similitudes, que de hecho son mucho más que nuestras diferencias.

En la mayoría de los casos cuando estamos incómodos, amargaos, aborrecidos o hartos es porque hemos sido afectados por lo que sucede en la película que está de frente a nosotros. No la del Ipad o el televisor, sino la de la vida diaria.

Nos afectamos por no tener lo que hemos querido, porque algo no sale como lo planificamos o porque las personas no son como nosotros. Así de sencillo y tan complejo a la vez, cuando hay que llevarlo a la práctica para entenderlo.

No fue fácil inspirarla a buscar un nuevo punto de vista, que la posiciona en un lugar donde el control de sus emociones lo tenga ella misma. Ciertamente somos seres emocionales y sentir es de humanos, pero ¿Cuánto poder le damos a lo que no tenemos el control de ello? Es ahí donde está la clave para minimizar los vaivenes internos según lo que pase afuera.

Sí, las condiciones a veces son pesadas, y encontrar fuerza de voluntad o control de uno mismo se presenta como otro imposible reto para atender. Pero si nos recordamos a menudo que la vida que tenemos es esta y que el momento presente es el único, - ¿quién nos asegura que mañana estaremos aquí? - será más fácil hacer lo necesario para no vernos tan afectados por lo externo, y acomodarnos en la felicidad -porque no hay que buscarla, está- momento a momento.

Hace poco uno de mis clientes pasaba por una situación también inesperada, no le salieron las cosas como las había planificado con la chica que tenía todo su interés. En pocas palabras, lo dejó plantado. ¿Quién no se afecta por algo así? He visto personas que les toma menos tiempo o casi ninguno reponerse del rechazo, a otros les toma meses, años o no se reponen, pero el joven de diecinueve años me sorprendió cuando me compartió lo que hizo. Se sentó a meditar, me dijo que sintió rabia, celos, pero siguió respirando hasta calmarse pensando en las veces en que él hizo sentir a otros de la misma forma. Al final se dijo a sí mismo: “Hay que ser feliz sí o sí.”

“Yo siempre voy a estar bien”. Me dijo confiado. Obviamente no sabemos que le traerá el futuro, los desafíos que vendrán, algunos difíciles, otros no. Él ya está claro de hacer, con fuerza de voluntad, lo que sí está en su control para sentirse bien consigo mismo. Entendamos que no podemos cambiar los asuntos del mundo ni las personas, sí podemos cambiar cómo todo nos afecta.

Si fuera por mí, arreglaba todas las circunstancias de alrededor de mi prima para que se sienta mejor, pero no está en mis manos, así que haré lo que sí está, darle mi atención y cariño cada vez que compartamos.