Dicen que la lluvia, así como la luna llena, nos inspira…

El pasado lunes fue presagio de lo que venía para el fin de semana, veintitrés horas de exceso de lluvia. Nos agarró cuando ya habíamos empezado la clase de yoga, así que no podíamos irnos. Estábamos empapados, y con frío porque el viento también aportó a la experiencia, cruzó por las cuatro esquinas del kiosco sin paredes. Los mats mojados serían una trampa si decidía continuar la clase con posturas, estaba todo mojado y resbaloso. Justo terminando la relajación inicial cuando todos están tumbados en el suelo en postura de savanasa, entendí que había que improvisar. Les pregunté si preferían que discutiéramos algún tema de crecimiento personal o si preferían una meditación guiada. Optaron por la meditación, me trajo alegría su decisión por el inmenso bien que nos hace un rato en silencio con respiraciones profundas.

Esta vez no fue la excepción y sin querer controlarlo, la lluvia pasó de ser una molestia a ser apoyo con su ruido. Respiramos, y repetimos en la mente afirmaciones como:

- Acepto mi presente tal y como está.

- Veo la lluvia limpiar mis caminos.

- Soy paz dentro de cualquier circunstancia y así lo creo.

- Soy amor y puedo compartirlo.

- Soy amado por Dios y el Universo.

- Me amo.

Al terminar todos tenían otro semblante. Se veían más que relajados, sin tensión alguna. Se percibían pacíficos y hasta más jóvenes. La lluvia cesó por pocos minutos, nos fuimos sin idea de lo que nos encontraríamos en el camino. Algunos se desviaron por las inundaciones y otros llegaron a sus casas horas más tarde por el tapón.

De regreso a mi apartamento, una nueva verdad me esperaba para aceptar, no había forma de entrar a mi saca, las únicas dos

entradas estaban inundadas. Así que me fui al restaurante chino que queda al lado y que conozco bien porque voy bastante desde hace mucho. Seguía empapada, y también optimista admitiendo otra vez, lo que no tengo nada de control.

Me sentaron en una mesa donde el aire no da de frente, cuando el mesero de siempre se acercó supe que no me había reconocido por la mascarilla. Le recordé mi nombre y con entusiasmo me dijo: “Sí claro, mi amor platónico.” El pasme que me dí iba a tono con todos los acontecimientos.

¿Qué? ¿Su amor platónico? Eso creo que se le zafó, no porque esté erróneo que lo sea, pero se sintió indiscreto. Sin embargo, se notaba que lo había dicho espontáneamente.

El hambre crecía, no había a dónde ir hasta que los bomberos destaparan el desagüe. Pedí lo que más me gusta, y cuando me trajo la comida me la entregó diciéndome, ¿Por qué siempre estás sola?

Esa no me la esperaba. ¿Por qué ver a una mujer comiendo sola en un restaurante para algunos todavía es extraño? ¿Me hará una pregunta personal cada vez que venga a la mesa? Su mirada era de pena mientras su lenguaje corporal no escondía coquetería. Me vinieron varias razones a la mente. ¿Por qué estoy sola? Bueno, en ese instante y en el restaurante, porque acabo de salir de dar una clase y no puedo llegar a mi casa. Mas su pregunta trajo un “siempre”, así que se refería a que todas las veces que me ve estoy sola. Y puede que así sea. Tuve la opción de no contestar y dejarlo pasar, pero prefiero no ignorar, quizás alguna de mis respuestas podría provocarle reflexión, y decidir no volverle a preguntar a una mujer sobre su aparente soledad o necesidades, en una circunstancia casual y fuera de lugar como esa. Sí, porque cuando le contesté que la paso muy bien conmigo, y que para estar mal acompañada es mejor acompañarse uno, entonces el valentón se atrevió cuestionarme con la frase: “Pero hay necesidades…” A lo que levantándome de la mesa le respondí: Y como puedes ver, las cubro todas.

Me fui de allí pensando en eso. Ciertamente estar en pareja, cuando la relación es saludable, no fácil, pero sana, es un regalo. Claro que algunas necesidades se cubren más y mejor cuando hay un intercambio de respeto y amor entre dos. Pero mientras tanto, es un arte aprender a amarse uno mismo completamente, además de sentirse en plenitud con lo que se tiene y no en queja de lo que falta.

Recordármelo, me trajo de vuelta a la alegría con la que terminé la clase. Ya en mi casa me encontré con el piso todo mojado, me puse a limpiar reflexionando en que si estuviera acompañada de una pareja de seguro estaríamos riéndonos, tal vez bailando e inspirados por la lluvia. Así que bailé con mapo en mano y se sintió divino.

No nos confundamos, la soledad bien llevada es sabrosa. La pena no aporta, ni aprovechar para hacer avances -a veces descuidados- para los que sabemos muy bien lo que queremos y quienes somos.

Adentrada la noche, aún más tranquila, me pregunté, si yo fuera mesera y tuviera un amor platónico, un hombre que a menudo atiendo, ese día de lluvia y viento, ¿me hubiera entusiasmado a decirle que me gusta? No lo sé. Pero esa noche me fui a dormir satisfecha y en paz, sola y con la ayuda de la lluvia.