El sol entraba por un espacio de dos pies que surgía desde la ventana de cristal que daba hacia el mar. Esa luz era suficiente para no dejar a mi amigo dormir más de lo necesario y lanzarse a atender sus responsabilidades y lo que le traería el día, que incluía su hijo, su mascota, su trabajo, su familia y una amiga.

Se trataba de un nuevo comienzo, de los que traen nuevas aventuras, risas, verdades y nuevos desafíos. La novedad de ese fin de semana había sido poder compartir en las sillas de una piscina rodeada de sombrillas azules que, me cuenta mi amigo, fueron integradas (con muy buen gusto) durante la pasada administración del edificio.

Acercándose el atardecer, y mientras las niñas jugaban con “barbies” en el agua, la conversación pausó por largo rato, cuando inevitablemente entre celulares y una agenda improvisada, había que sacar tiempo para coordinar calendarios que por más que se evitara, el momento se adornaba con estrés porque no era posible cumplir con tanto, sobre todo, cuando se quiere complacer a todos, incluyendo a su amiga.

“¿Qué hacer cuando se está en un remolino de vivencias que no se sabe cómo manejar todas a la vez?”

Mientras se incluían responsabilidades y compromisos en la agenda, nacía la ansiedad que despertaba estrés, no invitado pero recurrente. Cómo se hace para uno darse cuenta de que todo está bien, mientras la vorágine constante que incluye hijos, mascotas, responsabilidades e incertidumbre suceden con la intensidad que a veces hace pensar; ¡no puedo bregarlo!

Es común e inevitable que se creen roces entre los que nos queremos o convivimos, cuando nos confundimos o nos dejamos llevar por experiencias pasadas que nos empujan a reaccionar como no queremos, o a desperdiciar un momento presente para ser mejores.

Mientras cada paso va sucediendo con el retumbar del recordatorio de dos grandes verdades, en las que creo, y de las que recibo confirmaciones, cuando el esfuerzo está puesto: Que el presente es lo único real, y que el amor es la fuerza necesaria para lidiar con todo.

Eso incluye accidentes, tapones, actitudes inesperadas, insomnio, dudas, emociones, alegrías, cansancio y el resurgir de las fuerzas para volver a empezar, otra vez, cada día.

En las relaciones interpersonales saludables, la paciencia y la comprensión son imprescindibles.

“¿Si no estoy aquí, en dónde voy a estar?” Fue la próxima pregunta que hizo mi amigo. El reto era para ambos y tiene que ver con la tolerancia. Tal cuestionamiento no dudo que resuena con toda persona. Nos lleva a reconocer que estamos donde estamos, porque así lo hemos decidido. Y si lo hemos decidido, por algo es. El apoyo que le ofrezcamos a nuestras decisiones debe de ser certero y fuerte, así como el que le brindemos a los nuestros, familia y amigos.

El reto no es quedarnos donde estamos repitiendo lo mismo, donde todo es predecible o donde se siente que lo controlamos todo, o donde todo sale como queremos. El reto está en saber cómo utilizo cada oportunidad para crecer, para ser feliz, para lograr metas personales y para seguir evolucionando como ser humano.

Para crecer, será necesario no querer corregirlo todo, habrá que aceptar imperfecciones e inevitablemente tener tolerancia.

¿Seremos capaces de ello? Eso tendremos que descubrirlo, pero mientras comparto palabras que me dieron permiso de compartir, si tienes un amigo, será más fácil intentarlo y celebrar los resultados.

Sugerencias:

1. Respirar profundo.

2. Recordar quién eres en todo momento.

3. Recordar por qué eliges estar donde estás.

4. Repetir y sentir que todo, siempre está bien, aunque no parezca.