Era sábado en la mañana. Es el año 2023, cuando los nuevos comienzos están antepuestos en las agendas y hay optimismo en el ambiente. Estaba meditando, como decidí hacer prioridad diaria desde hace mucho. Ese tiempo, para mí, es sagrado. Algo se sentía diferente esa mañana, me sentía abrazada por el amor, el agradecimiento brotaba, y es que cuando uno se enfoca en el bien que sí tenemos (más allá de solo lo material) es inevitable ver por todos lados las bendiciones disponibles para todos.

Los pasados años los he dedicado con todo mi enfoque al trabajo, a mi proyecto, mis clientes, mi familia y a continuar profundizando en mi fe. Por eso, sanar los últimos acontecimientos vividos con alguien a quién le di la oportunidad -y él se la dio también- de comenzar una relación, también tomó gran parte de mi energía y tiempo, busqué la ayuda necesaria y pude comenzar este año con el capítulo cerrado y completamente en paz.

La experiencia que ofrece meditar no tiene precio y tampoco es fácil explicarla con palabras, puedo decir que es una medicina que cura y que aclara. Pero esa mañana algo intervino. Al terminar, justo antes de levantarme de la alfombra de patrón ecléctico con tonos azules, miré mi celular y me encontré con un mensaje que impidió por un momento que me separara del suelo porque mi cuerpo comenzó a temblar y no de emoción por alegría.

Quién diría que me iba a atrever a escribir estas líneas, ahora entiendo a las mujeres que se frenan de denunciar o expresarse cuando son maltratadas. Que quede claro, los niños y los hombres son maltratados también, lo he visto y lo he trabajado en mi oficina con clientes. Esto no se trata de hacer equipos y divisiones entre mujeres y hombres, y pelearnos unos con otros haciendo el problema más grande entre señalamientos y competencias, perdiendo la oportunidad que tenemos para crecer, atendiendo cada cual su propia violencia. Para mi, somos todos seres humanos y nos corresponde ser responsables en tratarnos con dignidad humana unos a otros.

Había borrado su número de mis contactos, pero fue fácil reconocer quién me había escrito, por los dígitos y porque nadie en mi vida, me ha escrito algo así. Además, es la segunda vez que lo hace. La primera fue, cuando decidí no continuar, porque las señales estaban presentes. La segunda, desconozco que lo impulsó, pues no ha habido ningún contacto desde entonces. Pero el psicólogo y una colega, me lo habían advertido.

“Si no lo denuncias es posible que te vuelva a contactar con un insulto, una calumnia o una amenaza”. Y así fue. Mientras otra vez tiemblo y el corazón se me quiere salir, recuerdo que el mensaje contenía palabras soeces, terribles, que prefiero que se las imaginen. Y un reclamo difamatorio que nada tiene que ver con la verdad ni con lo que aporté en la relación mientras la vivimos. ¿Por qué hace esto? Y la respuesta es una sola, estaba actuando como un agresor. Y el agresor, agrede.

Me dolió, y sorpresivamente ha tenido efectos que no esperé vivir. Porque fue alguien que quise, es alguien a quien le deseo plenitud, amor, que es digno de la felicidad, y de la evolución, como todos lo somos.

La experiencia me llevó a aprender tanto más sobre el tema, ahora entiendo mejor la Ley 54, gracias a la teniente Echevarría, a quien le agradezco su tiempo, a la trabajadora social y al oficial de la Oficina de protección a víctimas de violencia de género en Guaynabo. Lo positivo de la experiencia, fue que conocí a hermanos puertorriqueños que aman lo que hacen, que tienen verdadero compromiso y me explicaron todo con compasión y con el esmero que se les ve a las personas que respetan su trabajo y a sí mismos.

Tengo la impresión de que nos hemos acomodado demasiado relajados en una realidad y un tiempo en que los insultos, las difamaciones, los golpes, los tiros y asesinatos se están aceptando como algo cotidiano, a lo que se le “pichea” o lo que con un bloqueo al celular se resuelve.

Qué mal nos va si seguimos así. Decidir ignorar el problema no es resolverlo y atacarlo de vuelta, tampoco. No levantarnos con la honestidad de ser nuestra mejor versión, devolviéndole al creador su eterna gracia y misericordia es otro insulto.

Algo me revolvía el estómago, era como un grito interno que me preguntaba otra vez, para qué escribes, para qué ejerces tu profesión. Estas preguntas me anclaron en mi propósito nuevamente, y aquí estoy.

Te recuerdo que vales, un insulto escrito o verbal, una calumnia de quien crees que estaba de tu lado, te puede causar un daño psicológico que, si no se atiende, podría ser irreversible. Quiero recordarte, que no estás sola o solo, que la ayuda existe, que hay más personas alineadas al camino del bien y que a veces hace falta hacer algo distinto para que quien comete el error se pueda encontrar a sí mismo en la oportunidad de reflexionar sobre sus acciones, y hacer algo por su bien.

Aprendí, que a veces hay que hacer algo incómodo para seguir adelante, que violentos podemos ser todos y que medirnos y trabajar para tener al “león” interno dormido, debe de ser un menester diario.

Que sin Dios en nuestra vida es bien difícil o imposible, andar en luz y que tenemos todos los días la ocasión para ser mejores que ayer, alimentar el espíritu, perdonar, y abrirnos para seguir amando.

Hoy es un día nuevo, en el que atrás dejo las imágenes del sábado, agradeciendo que tuve las fuerzas para seguir practicando lo aprendido y afianzando mi paz para poder compartirla. Ojalá de algún modo este escrito te salpique, pero para levantarte, para valorarte, para sanarte, para cuidarte, y tratarte con la dignidad humana que nos toca a todos por igual.