Olivia es hermosa, despampanante, de un negro azabache brilloso, mágico y misterioso. Es frondosa, suelta, suave y libre. Así la cosieron, hebra por hebra, para que se convirtiera en una pieza excepcional de cabello destinada a cubrir la cabeza también hermosa y rapada de Paola, una sobrina que nos ha regalado la amistad con sus padres, y quien como muchas jóvenes treintonas lucha contra esa cosa que no le pertenece (así le llamo yo, porque no me da la gana de nombrarla).

Olivia es el fruto del trabajo de manos ágiles y delicadas, enfocadas en crear pelucas fantásticas que apapachen a las pacientes que batallan cada día contra esa cosa (insisto en no mencionarla). Algunas deciden lucir sus calvas y se ven regias, con esa lindura que nace de la valentía y el arrojo. Otras llevan su Olivia, porque así lo prefieren. Cada una decide, cada una puede y todas se ven bellas.

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A Olivia se le ha bautizado con nombre propio para humanizarla, para reírnos cuando hablamos sobre lo linda que es y lo estupenda que se ve quien la lleva. La hemos humanizado porque el proceso de sanación requiere cada gota de sentimiento positivo que tengamos en nuestro ser quienes rodeamos a cualquiera de las mujeres que se han tropezado con ese mal que cada vez se asoma más.

Paola es fuerte, decidida y encara los vaivenes del proceso con fuerza, valentía, FE e inteligencia. Nosotros, su team, nos entregamos a un ejercicio colectivo de gratitud por su sanidad y por cada gotita que recibe a través de ese tubo que visita sus venas cada semana para proveerle la medicina que necesita y que la está curando. Como tantas otras familias de sangre o extendidas de Puerto Rico, la declaramos sana, se nos friza el alma con sus miedos y brincamos en una pata cuando los sobrepasa.

¿Qué tiene que ver esto con Maripily? Pues nada, directamente, pero sí con la impresionante euforia que ha recibido en respaldo a su participación en el espacio televisivo que acaba de finalizar.

Cuando vi las muestras de júbilo y de algarabía de la mayoría del pueblo, no pude dejar de pensar en lo maravilloso que sería que esas mismas emociones se trasladaran a otras mujeres que las necesitan. Que celebremos todos juntos -matarile rile rile- con música, gritos, vítores y pancartas a cada mujer que se viste de coraje y se convierte en guerrera tipo Marvel para salir a pelear -¡con todo!- por su salud. Que celebremos el acceso que tengan a médicos especialistas -que tan escasos están- al tratamiento y a los medicamentos. Que celebremos su proceso de sanación, su vida. Y que, finalizado ya el camino hacia su salud plena, nos congreguemos gritando y brincando de felicidad.

Ya sé, estoy tripeando, pero nada pierdo.

Paola está acompañada. Somos un grupo de apoyo apretado y solidario que desbordamos nuestras oraciones y energías no solo en ella, sino también hacia otras jóvenes que no conocemos, pero que acogemos en el corazón. Hacemos chistes, compartimos mensajes positivos, canciones lindas, y hasta las porras del chijí, chijá. Solo nos falta el uniforme de colores, los banderines y los pompones. En este país hace falta esa solidaridad, ese bembé de corazones para energizarlas.