¡Culitrincos! Así nos ponemos cada vez que aparece en el mapa uno de esos fenómenos en forma de asterisco por allá por África, desde donde emprenden ruta casi siempre hacia acá. Entonces comienza ese ritual estrésico de mantenernos ahí, pegados, siguiéndole el paso.

Antes, cuando el internet no pensaba nacer, marcábamos la trayectoria en un mapa. Ahora, en estos tiempos modernos, devoramos la información que ofrecen los medios y, por supuesto… no faltaba más, las redes sociales. Todos nos convertimos en meteorólogos… hasta pronósticos damos.

Al segundo día corremos despavoridos hacia cualquier establecimiento para vaciar las góndolas. Las de agua son el primer punto de ataque… una, dos, tres cajas. De ahí corremos hacia las sopas enlatadas, el corned beef y las emblemáticas salchichas que consumimos en cantidades industriales antes, durante y después de cada temporal. La cerveza y los licores no pueden faltar. “¿Tas loco?”, preguntarían algunos que no pueden imaginar unos días de pavor con la garganta seca. En la casa no habrá una soga o un panel, pero el alcohol siempre está presente para adormecer la angustia y embobar el cerebro.

Relacionadas

La histeria es colectiva. Sacude nervios y activa el PTSD -post traumatic syndrome disorder- una vaina que llena la mente de recuerdos espantosos de la nefasta María, la Irma y la más reciente, Fiona. No queremos revivir lo que sufrimos al quedarnos meses sin servicio eléctrico, sin agua y con una bobera que nos mantenía en un limbo en el tiempo. No sabíamos ni la fecha. Súmenle que nos quedan de recuerdo los toldos que cubren a los desafortunados hermanos que quedaron sin techo.

Bret nos puso los nervios de punta. Que si viene, que si no, que si pasa cerca o lejos, que las coordenadas, los vientos cortantes, vientos máximos y sostenidos, cono de incertidumbre, ya nos sabemos de memoria el vocabulario especializado que utilizan los meteorólogos en su labor. Si en algo ponemos nuestra atención es en la trayectoria de posibles tormentas y huracanes. Ojalá fuéramos tan atentos con otros issues que sacuden al país y lo van partiendo en cantos.

Estamos en el mismísimo centro del paso de cualquiera de esas pelotitas que pueden convertirse en pelotas. En un momento dado hasta toman forma de una de esas navajas afiladas que se enjorquetan en las sierras para cortar. Y con cortarnos nos amenazan. Por el norte, por el sur y por el centro.

Sin embargo, aunque sabemos que estamos en el medio y que siempre estamos en riesgo, lo dejamos todo para última hora. Bendito sea Dios, ¿cómo es posible que estando ubicados donde estamos, nunca estemos preparados?

Mi abuela, que en paz descanse, lo decía: “Hay que tener una tablillita”.

Ella la tenía, y en filita india colocaba latas de sardinas, salchichas, galletas de soda, agua, aceite, velas, fósforos y unos quinqués con un tanquecito que mantenía siempre lleno de aceite, por si las moscas. Detrás, escondidita, una botella de Felipe Segundo, porque un “shot” de brandy hacía la magia de quitarle los miedos.

Nosotros lo dejamos para el final, a pesar de que es la misma historia año tras año. Lo cierto es que muchos, en niveles de pobreza, no pueden guardar. Pero otros sí. Es más, en vez de comprarse uno de esos televisores que para entender hay que hacer un curso en la universidad, deberían -con esa misma cantidad de cheles- preparar su alacena. Grande, mediana, pequeña, pero les aseguro que de mucho servirá en tiempos de amenaza huracanada.

“El lobo viene, el lobo viene”, se anunciaba en el cuento. Menos mal que Bret fue un susto na’ más.