No crean, por el título, que voy a comentar sobre alguna de las tantas sagradas familias que habitan en nuestro país. ¡Y mire que hay muchas! Unas llevan apellidos simples, otras complicados, y algunas cargan una retreta de nombres y apellidos rimbombantes y de alto copete entrelazados y hasta con guión por aquello de que nadie de alcurnia se quede afuera.

Las hay en la política, en la aristocracia (una vaina que todavía existe), en las artes, en los negocios, vaya, que hasta en los deportes.

Tampoco crean que con La Sagrada Familia me refiero a la mega conocida obra del famoso arquitecto Antonio Gaudí, que lleva en construcción, en la ciudad de Barcelona, doscientos cuarenta y cinco mil setecientos veintiocho años y que se espera que esté lista -¡albricias!- en el 2026.

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Me refiero a la obra teatral que lleva ese título y que es una pieza magistral que le arranca carcajadas a la más dura de las piedras. Mire usted que en materia de comedia la risa no se me da fácil. Paso las de Caín y hasta vergüencita me da ir al teatro y quedarme como si nada cuando se supone que me destornille riendo. Pues le cuento que en esta maravilla de obra escrita y dirigida por Emineh de Lourdes y actuada por Suzette Bacó, Lizmarie Quintana, Alfonsina Molinari, Jorge Castro, Héctor Escudero y Alexandra Cedeño por poco me hago pipí. El ataque de risa fue épico, de esos que obligan al cuerpo a doblarse en la butaca y las manos a aplaudir mientras uno pone cara de tonto/a y casi se ahoga en su propia carcajada.

La escenografía es espléndida, chulísima, la musicalización perfecta y las luces de Linnette Salas una “fricking” maravilla. Todo se confabula para que el público se adentre en un libreto tan divertido que usted no quiere que llegue al final.

Las actuaciones son de rechupete y aunque no quiero entrar en detalles y soplarles lo que pasa, porque tengo fe en el Padre Celestial y todos los santos de que aparezcan -aunque sea por arte de magia- nuevas fechas para que regrese al Centro de Bellas Artes y usted la pueda ver, tengo que advertirle que cuando Suzette narra el cuento de Blanca Nieves con los siete enanos incluidos, usted se reirá como si no hubiera un mañana.

Es una pieza genial, de esas que da gusto y placer ver mientras se experimenta esa magia tan fantástica que es la risa colectiva. Nada mejor que reírse mientras se escucha la risa de los demás. Y en este país en el que la comidilla diaria se basa en noticias horripilantes, vale la pena sacudirse el estrés riendo rodeado de mucha gente que se esté destripando de la risa igual. Inmunidad de rebaño podríamos llamarle a esa vivencia colectiva que nos sienta de maravilla. Sale uno livianito del teatro, se lo juro. Yo, además, salí ojerosa, porque lloré a risotadas y las lágrimas barrieron con el rímel que me unto en los cuatro pelos que me quedan de pestañas.

Debería abrirse un espacio en ese calendario de presentaciones del CBA, que me imagino pimpoleto de proyectos, para que regrese al escenario de la sala René Marques esta maravilla diseñada, confeccionada e hilvanada con excelencia, astucia, gracia y el propósito de que la experiencia sea como tiene que ser: genial.