Nunca fui buena en matemáticas. A decir verdad, era malísima. Con miedo y sustito contaba con los dedos escondiéndolos bajo la mesa del pupitre, y aterrada y nerviosa esquivaba la mirada de la maestra para que no me preguntara el resultado de tal o cual suma, resta, multiplicación, división y todas esas ecuaciones que mi cabecita de niña encontraba supercomplicadas porque no nací con destreza numérica.

Pero bueno, mi torpeza en materia de números no me impide realizar mentalmente una cuenta simple y rápida basada en la noticia de que le aumentarán un dólar -un solitario y triste dolarito que han anunciado con bombos y platillos- al salario mínimo.

Relacionadas

O sea, de $8.50 a $9.50. Hasta me parece escuchar la voz del comediante Johnny Ray en aquella imitación que hacía de Iris Chacón: “tremmmendo”.

A ver, $9.50 la hora multiplicado por 8 horas de trabajo son $76, que multiplicado por 5 días son $380, que multiplicado por cuatro semanas (obviemos en este ejemplo los meses que traen cinco) da un “gran” total de $1,520. Tan tan, caput, finito y para de contar.

A ese total réstele lo que le retiran por concepto de Seguro Social, Medicare, income tax, seguro médico y por ahí pa’ bajo la ristra de deducciones. De lo que queda escurriéndose entre los dedos, pagas casa propia o rentada, agua, luz, carro o transportación, gasolina, internet, teléfono y comida, que son los gastos básicos para vivir o, mejor dicho, para sobrevivir.

Entonces, donde quiera que vayas, y lo que sea que compres, pagas IVU, IBA, VENÍA y SE FUE, además de cargos extraños que aparecen en las facturas como por arte de magia. Te cobran, aunque sea una centavería, por tal, cual o mas cual. Y centavo a centavo nos van drenando.

No tengo otra forma de decirlo: está del carajo.

Ruega al cielo que no se te dañe el carro, muera la batería, o le entre alguna triquitolina a la nevera… que no te enfermes, que no tengas que acudir a un hospital y gastar en medicamentos, deducibles y parking…. que tus hijos no tengan proyectos escolares que necesiten materiales, que no les duren los zapatos. Y olvídate de “Yuyo, el que mata puercos”, como dice el refrán, de darte un merecido gustito, un airecito, un respiro de entretenimiento. Para hacerlo, tienes que atrasar o ignorar algún pago.

Así es la cosa. El salario mínimo no da. Punto. La inflación ahoga. Y entenderlo es bastante fácil. Antes una lata de habichuelas, típica de nuestra canasta familiar, costaba sesenta centavos y ahora casi alcanza los $2. Se vive a empujones. Y ni hablar de quienes trabajan a tiempo parcial. De esos no escribo, porque la vejez me ha puesto sensitiva y soy capaz de empezar a llorar y no parar. Y usted conmigo. Entonces me entra un espíritu maligno y tengo malos pensamientos contra los vagonetas, que reciben todas las ayudas que deben ser para personas o parejas que trabajan, se fajan y a fin de mes el sueldo no les da. A esos se tendría que recompensar por el esfuerzo, las ganas y dejarse el pellejo.

Ah, pero no nos preocupemos, señoras y señores, que han anunciado otro aumento. Sí, en un año aumentarán el salario mínimo un dólar más. No le digo yo…