El veterano dirigente de voleibol, Miguel Rossy, está feliz y contento. ¡Está vivo! Y mire que pasó una experiencia de la que muy bien pudo no haber vivido para contarla.

Hace unos días, en San Juan, el entrenador y maestro arecibeño estuvo a punto de perder la vida y con ello su familia, sus seres queridos, el trabajo de voleibol que tanto le apasiona y que usa como plataforma para el bien de la juventud.

“Cuando me vi lo que estaba pasando, en microsegundos vi a mis hijos, mi esposa, nietos, mis padres, mi trabajo, los planes que me quedan”, contó.

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“Gracias a Dios estoy vivo y lo puedo contar”.

Rossy contó que el lunes pasado, temprano en la noche, pero aun con la luz del día alumbrado su ruta, manejaba en San Juan cuando sintió un cantazo en su auto por la parte trasera. No fue un golpe que le sacudiera la cabeza, menos aún que le preocupara por el daño material.

Dijo que en lo que miraba por el retrovisor a ver quién le había golpeado, el auto que le chocó se movió y se detuvo a su lado derecho. Agregó que, con candidez, bajó la ventana pensando que el conductor del otro carro se puso en esa posición para comenzar a resolver el choque.

Tamaña sorpresa.

“Estaba el que iba guiando y otros dos muchachos. Y escucho que el pasajero dice: “¡Ese no es! ¡Síguelo!”, narró. “Yo me quedé frío. No me amenazaron con armas ni nada. Pero no hay que estudiar en Harvard para saber cuáles eran sus intenciones”.

Rossy ríe al final de narrar la terrible experiencia porque tuvo todas las de perder en ese juego. Reveló que actuó confiado, sin prevenir lo que pudo haber pasado. Dijo que jamás pensó que era un intento de asesinato, menos aún de que lo confundían. Contó que lo ocurrido fue frente a una luz roja, sin más autos alrededor que el de él y el de los jóvenes en ese lunes feriado, lo que le hubiese dado todo el tiempo del mundo para que le quitaran la vida allí.

Pero, por otro lado, al mismo tiempo ríe porque tenían todas las de caer en la trampa.

Reveló que el auto que guiaba era nuevo, de hace tres días que el dealer se lo había entregado. El fogoso dirigente dijo que no reaccionó bajándose del auto al sentir el cantazo, como hubiese hecho el ciudadano promedio enfurecido de que le dañaron tan rápido lo que tanto le costó tener.

“Tal vez si me bajo del auto los muchachos reaccionan distinto. Uno madura”, dijo Rossy.

Reveló también que, increíblemente, los jóvenes tuvieron la decencia, entre comillas, de asegurarse de que él no fuera su víctima, sobre todo en estos días en que esa ‘deferencia’ se ha extinguido.

Y Rossy solamente puede dar las gracias por haber puesto lo material en un segundo plano, por haber bajado la ventanilla del auto y hacerse reconocible aunque fuera con candidez, por la imagen que entró a los ojos de los jóvenes que le miraban y la decisión que estos tomaron.

“Solo se lo puedo atribuir a Dios, que me guardó”, dijo.

Ahora, además de reír y de seguir abrazando a los suyos, Rossy reflexiona y comparte el consejo que hay que andar con los sentidos bien puestos en la calle, desconfiando de los alrededores para prevenir hasta situaciones ajenas que se arriman a las personas inocentes.

También reflexiona en sus asaltantes, que usan la calle como escena de crimen de una película o videojuego.

“Lo que puedo pensar es en el deporte para sacar a esos muchachos de las calles”, dijo el que en el pasado fue dirigente a nivel superior con las Capitanes de Arecibo y Ganaderas de Hatillo y quien ha dedicado su vida a trabajar en el desarrollo de jóvenes y niños en el voleibol en Arecibo.