Mucho antes de que en la década de los ochenta cautivara a muchos con su personaje de “Guille”, existía “Tiki”, el apodo con que cariñosamente sus padres apodaron al célebre artista puertorriqueño Víctor Alicea.

De un hogar con recursos limitados, una enfermedad en la adolescencia que lo acercó por meses a la muerte, y el intento de estudiar pedagogía para asegurar un futuro profesional económico, surgió el trasfondo de un artista que creyó en su talento y el afán de brillar en la actuación.

La imaginación siempre fue aliada en el desarrollo del responsable de personajes como “Epifanio González Villamil”, “Ruperta la Caimana” y “Luzma”, quien comenzó a darse a conocer en el mundo del entretenimiento con su talento en el baile.

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“Yo nunca me crié con juguetes”, reveló Víctor Alicea a Primera Hora en un encuentro marcado por el orgullo de celebrar 45 años de trayectoria. “Yo me iba al cuarto, le quitaba el sombrero a la lámpara y hacía sombras y hacía figuras”, dijo, dejando escapar una sonrisa sobre su niñez en el Barrio Amelia, en Guaynabo.

“Me acuerdo que mi mamá cogía una caja de zapatos, las habichuelas secas y los garbanzos secos, y con eso yo jugaba. Como yo veía las películas de Fred Astaire, en blanco y negro, las películas mexicanas con Tongolele, yo hacía coreografías. Le ponía una telita a los palillos de ropa y hacía coreografías. Pero yo no sabía que eso era arte”, expuso con cierta nostalgia el actor, quien este fin de semana -del 3 al 5 de octubre- realizará el monólogo “Tengo la placa lista” en la Sala Experimental del Centro de Bellas Artes de Santurce.

“Yo nací en el caserío Zenón Díaz Valcárcel, en aquella época no se decían residenciales, ese concepto. Eran caseríos, eran tan bonitos, había bibliotecas”, mencionó con énfasis. La lectura se sumó a su manera de conocer sobre el arte, dejándose envolver por literatura que alimentaba su interés en este mundo. Las experiencias comenzaron a acercarse a su puerta. En ese repaso de memorias, el artista narra cuando superó un percance de salud y, posteriormente, se prendó definitivamente del teatro.

Sus juegos de infancia eran crear figuras de sombras y coreografías, muchos años antes de saber que ya estaba haciendo arte.
Sus juegos de infancia eran crear figuras de sombras y coreografías, muchos años antes de saber que ya estaba haciendo arte. (Xavier Araújo)

“Me dio una peritonitis que estuve un año en el hospital y salí con 60 libras. Eso fue a los 14 años. Ya estaban haciendo los trámites para la funeraria porque no me aseguraban”, relató con cierto asombro sobre la experiencia que ocurrió cuando vivía en Sierra Bayamón. “Cuando salgo de intensivo, me cuidaban tanto. Un día me dio con caminar hasta el centro, que veo esas dos máscaras de teatro, que todavía quedaban un poquito de residuos de la comunidad del señor Edwin Pantoja, que en paz descanse. Me dijo ‘pasa pa’cá’ y me empezó a enseñar los clásicos “Vejigante”, “La carreta”, “Tiempo muerto”, “Don Goyito” y “El hijo olvidado”, me fui a coger teatro y lo demás es historia”.

Recordó con ilusión la primera vez que sintió la admiración del público, poco tiempo después de ese encuentro. “Félix Antelo escribía obras cortas, lo que llaman microteatro ahora. Hice ‘El hijo olvidado’, que era un drama de este muchacho que era drogadicto. Es una obra preciosa de un preadolescente. Ese fue mi primer aplauso”.

Los conocimientos en danza se añadieron a su formación, aunque la actuación era la que seguía dominando su fascinación. Pero dedicarse al mundo artístico no era una visión respaldada por su padre.

“Yo empecé en teatro, pero mi papá no quería. Tú sabes cómo son los viejos de antes, que te dicen ‘el teatro es de pu… o de pa..., y terminé en pedagogía ‘porque te vas a morir de hambre’. Yo le doy gracias al universo que yo creo que soy de los pocos actores que llevo 45 años y no me ha faltado el trabajo. Yo he vivido de esto. He comprado mis propiedades, he hecho mis cosas. No soy rico, soy un obrero del arte, pero he sabido vivir de esto”.

Su mamá lo consentía en su anhelo por hacer trayectoria en el mundo artístico. “Yo bailé con Carmita Jiménez. Mi mamá me lavaba los ‘tights’, escondía, la faja de baile, y me daba el medio peso para la escuela de Junito Betancourt, que era la escuela de danza”, prosiguió con orgullo sobre sus orígenes. “Yo regresaba a pie hasta Sierra Bayamón porque como yo era becado, tenía que estar limpiando los espejos y el estudio. Cuando salía, ya la guagua se había ido. Yo caminaba a pie hasta Bayamón, por ahí para abajo, y llegaba, por toda la Roosevelt. No había esa autopista ni nada”.

Aunque trató de permanecer a escondidas, su papa lo reconoció en la televisión. “Cuando salgo en Carmita Jiménez, mi papá empieza a decirle a mi mamá, ‘Oye Jovita… ese que está ahí con Carmita es Tiki’. (Y mi mamá le decía) ‘no nene, es que se parece, Pepe’”, recordó sobre la complicidad. “Cuando me vio bailando con Iris Chacón, ‘ese es Tiki’, pero como él amaba a Iris Chacón…”, agregó entre risas. Desde entonces, su papá se convirtió en uno de sus mayores admiradores.

Aunque el baile se le adelantó, su debut en “Pedro Navaja” es el que escogió para marcar el comienzo de sus 45 años de trayectoria profesional.

“Fue el 19 de septiembre de 1980, cuando se estrena a nivel mundial ‘La verdadera historia de Pedro Navaja’”, manifestó sobre la pieza escrita por Pablo Cabrera. Tras audicionar, logró el papel de “Lindbergh”, piloto que era miembro de una pandilla. “Tuve que entrar por audiciones de baile, canto, actuación. Me acuerdo que hice un monólogo escrito por mí. En baile yo estaba seguro”. El reto llegó cuando se le pidió vocalizar una canción. “Me salían mil canciones. Me acordaba de ellas en la ducha, y cuando me tocó cantar, se me olvidaron... ¡y canté ‘Cumpleaños feliz’!”, confesó. “Y yo dije, ‘¡anda, no me cogieron!’. A las dos semanas o tres, me llamaron, y lo demás es historia. Fuimos Off-Broadway, al Delacorte con orquesta en vivo, fuimos a Venezuela, al Teatro Nacional de Santo Domingo, y ese fue el trampolín”, expuso sobre los diversos escenarios que se sumaron al Teatro Sylvia Rexach en su tierra natal.

La oportunidad en la televisión llegó en el canal 7 con el legendario productor y actor Tommy Muñiz, que lo integró al espacio de “El derecho de lavar” y “El condominio Pepín”. Allí se formaron “Epifanio”, “Meñique” y “Guille”. “Yo entré a televisión por accidente. Yo jamás pensé que iba a tener un nombre a nivel nacional porque ese no fue mi objetivo. Mi objetivo era el teatro. Pero claro, la televisión vende. El personaje de ‘Guille’ explotó, ‘Epifanio’”.

¿Cómo “Guille” marcó tu vida?

“Cuando ‘Guille’ explotó a mí me traumatizó mucho, no por el personaje, el cariño era… o sea, te estoy hablando que era una cosa tipo Menudo. Una vez hicimos un musical en un parque y cuando terminó salieron todas esas mujeres jovencitas, yo era más joven, como si fuera un ídolo. Entonces ahí me agarraron cuatro guardaespaldas y me llevaron a la guagua. Una vez fui a la casa de la mamá de Carmen Nydia Velázquez, a Ponce, y de momento todo el mundo se enteró y la casa estaba llena, todo el mundo mirando por las ventanas”, recordó en detalle el talento de “Alexandra a las 12”. “Llegó un momento que yo no podía ir a la playa. Me afectó mi relación. Yo no salía”.

¿Cómo lidiaste con la situación?

“No tenía la madurez. Era tímido, bien tímido. Pero en la vida uno aprende con los golpes, aprende a desaprender. Yo uso esa palabra mucho. Y desarrollé las herramientas y como estoy en una etapa de casi recuerdos, cuando me encuentro la gente en la calle, es otra cosa. Es respeto, ‘cómo usted está’, dondequiera que me paro, un ‘selfie’. Pero en aquella época fue duro. Duró un tiempito. Yo creo que cuando me fui de (Luisito) Vigoreaux en el 2000, ahí fue suavizando la cosa, aparte que yo fui enfocando más a ‘Epifanio y Susa’, que ahora cumplimos 37 años. Después de muchos años yo camino por Santurce y es tan hermoso decir ‘espérate, yo tengo un legado’, porque la gente te dice ‘te quiero tanto’, ‘gracias por ser un maestro’, o me encuentro con jóvenes que pueden ser mis hijos y me dicen ‘yo me sentí identificado cuando veía a ‘Guille’, que alguien me representaba, mi mamá me aceptó gracias a ti’”.

Benito le expresó su admiración

Antes de que el artista puertorriqueño Bad Bunny confesara recientemente que “Guille” es uno de sus bailarines favoritos, la voz de “Debí tirar más fotos” ya le había revelado personalmente a Víctor Alicea su admiración.

“Yo me lo había encontrado en Telemundo, en ‘Alexandra’. Yo estaba vestido de ‘Luzma’. Él me abrazó y me dijo ‘yo me crié contigo’. Es un ser humano bien lindo de una vibra preciosa y yo creo que lo que está haciendo… el arte tiene compromiso. Hay que educar y él está educando, él está poniendo los niños a leer quién es (Eugenio María de) Hostos, (Ramón Emeterio) Betances. ‘Lo que le pasó a Hawaii’ yo la escuché por primera vez y se me salieron las lágrimas porque eso está pasando en Puerto Rico con la gentrificación”. Con la expresión del “Conejo Malo”, en esos días se convirtió en tendencia en las redes sociales en el extranjero, según supo por allegados.

El actor expuso que no pudo asistir a la residencia “No me quiero ir de aquí” en el Coliseo de Puerto Rico José Miguel Agrelot porque no logró conseguir boletos. “Cuando él dijo eso se hizo tan viral que la gente se creía que en el último concierto yo iba a estar encima de la casa bailando con Los Pleneros de la Cresta. Claro, me hubiese gustado”, afirmó entre risas.

Ilusionado con su monólogo

El entusiasmo se apodera de Víctor Alicea al hablar del monólogo “Tengo la placa lista”, escrito y dirigido por Miguel Diffoot. “Quise volver al teatro, a mis raíces, porque yo fácilmente pude haber hecho uno de mis personajes, pero quería hacer algo nuevo. Entonces empezamos a trabajar esto en equipo, entre Miguel y yo. Desde que yo lo leí me emocioné porque es lo que se conoce como comedia dramática”. La cercanía de la Sala Experimental del CBA se suma a su ilusión.

“A mí me fascina. Yo soy estudiante de Victoria (Espinosa). Yo amo la sala experimental porque es a tres lados. Y entonces tienes el público ahí, sientes el calor”.

Alicea le dará vida a “Victoria”, una carismática vendedora de paneles solares que, luego entrar en confianza, compartirá anécdotas de su niñez en Ceiba, su adolescencia, los años universitarios y su regreso a Puerto Rico con un panorama de incertidumbre. “El público viene a una presentación. Pero luego, durante el monólogo, ella se va desenmascarando y al final van a saber quién es ‘Victoria’”, dijo sobre la puesta en escena que apostará a provocar reflexiones.

Los boletos están disponibles a través de Ticket Center y en la boletería del CBA.