Recientemente, el periódico “The Seattle Times” publicó una historia sobre los hallazgos de un estudio llevado a cabo por la Universidad de Washington y que revelaba que desde la edad de dos añitos, los niños son capaces de entender que los ruidos fuertes o súbitos pueden despertar a un bebé.

Esto, por sí solo, puede que no parezca la gran cosa, pero el hallazgo está relacionado con la capacidad para ponerse, como quien dice, en los zapatos de otro y ver las cosas desde su perspectiva, no solo desde la propia. Y eso no es nada para tomarse a la ligera, dado que todos conocemos adultos que, al parecer, todavía no entienden el concepto.

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Si no, nada más ponte a pensar en cuántas veces a la semana –por no decir al día– estás en el banco o en el supermercado y oyes que la persona que está a tu lado está teniendo una conversación por teléfono, a lo mejor, hasta hablando cosas que otros deberían escuchar… y ellos, como si nada.

Y es que la capacidad para ver las cosas desde una perspectiva ajena es una habilidad superimportante, que toma años en desarrollarse, según explicó uno de los codirectores del Instituto para el Aprendizaje y las Ciencias del Cerebro de la Universidad de Washington.

Con anterioridad, esa faceta del desarrollo del intelecto y la personalidad solo había estudiado en el aspecto de la perspectiva visual. Por ejemplo: cómo un bebé sigue la mirada de su mamá para ver qué es en lo que ella se está fijando. Pero, en este nuevo estudio, Rebecca Williamson de la Universidad de Georgia State, y Rechele Brooks y Andrew Meltzoff, de la Universidad de Washington son los primeros en explorar cómo la habilidad de la perspectiva se desarrolla en el aspecto auditivo. La importancia de esto radica en que, según han aclarado, es más difícil captar lo que otro está oyendo que lo que otro está mirando.

También, es un paso enorme hacia comprender cómo es que el cerebro humano “computa” la noción abstracta de, como dijéramos antes, “ponerse en los zapatos ajenos” para tratar de entender qué es lo que el otro pueda estar sintiendo. Esto, a su vez, es lo que ayuda a que uno pueda entender, aunque no comparta el mismo punto de vista, por qué aquel prefiere “x” o “y” sabor de mantecado, o por qué aquella favorece a un partido político en lugar del que a uno le gusta.

Por eso, y para ver cuán temprano los seres humanos empezamos a desarrollar la habilidad de comprender cómo nuestras acciones afectan a otros, se hizo el siguiente experimento con infantes entre las edades de dos y tres años: Los investigadores tomaron dos juguetes que hacían mucho ruido y otros dos juguetes que hacían poco ruido.

A continuación, los científicos trajeron un moisés y, en voz bien bajita, les dijeron a los niños que en dicho moisés había un bebé, durmiendo.

Entonces, a algunos de los niños les dijeron, específicamente, que deberían tratar de dejar que el bebé siguiera durmiendo.  Por otro lado, a otros niños les dijeron que ya era hora de que el bebé despertara.

No obstante, a ninguno de los dos grupos de niños se les dijo, abiertamente y explícitamente, que hicieran o no hicieran ruido.

A pesar de ello, los chiquillos a los que se les informó que era hora de que el “bebé” despertara, por su propia cuenta decidieron hacer más ruido, ya bien fuera sonando los juguetes alborotosos o golpeando dichos juguetes contra las mesitas frente a las que estaban sentaditos.

En cambio, los niños a los que se les dijo que el “bebé” debía seguir durmiendo, hicieron una de dos cosas: o jugaron con los juguetes menos ruidosos o procuraron hacer menos ruido con los juguetes alborotosos.

De hecho, se comprobó que los infantes que tenían hermanitos o hermanitas menores eran los más dispuestos a ajustar el nivel de ruido que hacían, según la necesidad, lo que, de acuerdo con los investigadores, sugiere que eran conscientes de lo que se siente cuando a uno lo despierta un hermanito o hermanita alborotoso.

El estudio fue publicado en el “Journal of Cognition and Development”.