Alucinando estoy / alunizando seguiré / alumbrando firmamentos de boricuas / porque mis pies no dejan de tocar el suelo de mi patria / la que me quiere ver antes de morir.

Fragmento de “Alunizando”, de Félix Stricker Batista

Zúrich, Suiza. El frío suizo no hace mella en el cálido corazón de un grupo de boricuas que han establecido su hogar en este país al centro de Europa. Aquí llegaron por trabajo, siguiendo a sus parejas, buscando futuro.

Dos años o 30... no importa cuánto llevan acá. Al escucharlos de lejos, ese acento, esa pronunciación tan particular, destaca entre el murmullo alemán en el restaurante donde quedamos para encontrarnos. Llegaron antes y ya estaban acomodados. Cuando entramos al local no los veíamos, pero sí los oíamos... Se habían quedado con el canto.

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“¡Wepa!”, “Ejtá frío afuera, ¿verdá?”. Es innegable. Estamos a 4,600 millas de distancia de la Isla, pero entre puertorriqueños. Las sonrisas, los abrazos, el deseo de que estemos a gusto era palpable en todos, sobre todo en Erich Demel, el más suizo de estos boricuas cuya amplia sonrisa, sentado en medio de la enorme mesa, aun cala en el recuerdo.

Llegamos en busca de un “Boricua en la Luna” y nos topamos con 34, entre padres e hijos, que forman parte de un grupo que ha crecido a medida que corre la voz de su existencia.

“Todo el mundo, en algún momento, piensa ‘estoy solo’. Así que fue bien emocionante conocer a todo el mundo. Y aunque la oportunidad de vernos sea tres o cuatro veces al año, es bueno. El contacto con otras personas de nuestra cultura te acerca a casa”, expresa Abel F. Ávila Jiménez, quien vive en Suiza hace seis años.

Estos caribeños han hecho de este país su hogar.

“María” los une

La historia se repitió en distintos lugares de la mesa, pero Aileen Barreto resumió cómo se juntaron. Cuenta que desde que llegó, hace seis años, buscó sin éxito a otros boricuas en Suiza a través de las redes sociales.

“Aparte de Shiara (Molina), que trabaja conmigo, no tenía mucho contacto con otros. Entraba cada cierto tiempo a Facebook y lanzaba posts procurando otros boricuas y nada”.

Entonces pasó el huracán María y, como ocurrió en otros lugares, con la imperiosa necesidad de comunicarse con los suyos comenzaron a aflorar los mensajes en Facebook tratando de conseguir alguna información que los ayudara a saber qué pasaba en la Isla.

“Comienzan a hacerse visibles y empiezo a identificarlos y ver cuán cerca vivían algunos. Así me entero que había un grupo que en un inicio era cerrado, pero en esos días deciden abrirlo y comienza a crecer”.

Vivir tan lejos y en una cultura tan diferente a la nuestra conlleva sus retos. Por ejemplo, Nelwin González, esposo de Aileen, cuenta lo costoso que fue adaptarse al tráfico, “nuestro primer año pagamos miles en multas”.

“Una milla (de velocidad) que te excedas es una multa. Y si no la pagas no te dejan salir del país, porque la deuda está en un sistema al que la aduana tiene acceso”, agrega Shiara.

La comida es un tópico crucial. Sheila Acosta y Lorna Drinan relatan las peripecias para conseguir las cosas cuando quieren comer criollo. “Algunas las consigues en el supermercado. Pero otras las tienes que buscar en los mercados de otras culturas”, explica Sheila.

Poco a poco se acercaban para contarnos sus historias. Félix Stricker Batista, quien vive hace 33 años en Europa, 19 de ellos en Suiza, es como el “padrino” para muchos en el grupo, el que abrió camino. “Llegué un verano con un grupo de compañeros de la Escuela Libre de Música y me quedé”.

El tiempo había pasado y la mesa se vaciaba. Afuera el resto se acomodaba para una foto grupal que los llenaba de emoción. Igual que cuando llegamos, al salir del restaurante para buscarlos no se veían… ¡Ah, pero cómo se escuchaban! En medio de la silenciosa noche suiza, “¡Yo soy boricua, pa’ que tú lo sepas!” retumbaba en la plaza cercana.