Santa Isabel. Emilio Alvalle Lullando solo habla cosas buenas de los encargados del refugio en la Escuela John F. Kennedy, pero, por mejor que lo hayan tratado todo este tiempo, ya añora instalarse en un hogar propio.

“Se me dañaron todos los equipos que tenía, hasta la computadora. Me quedé sin casa, pero, pues, qué se va a hacer. No tengo más zapatos que estos que tengo puestos y toda la ropa me la han dado aquí”, dijo el expolicía estatal de 88 años de edad, damnificado del huracán María.

El sueño de don Emilio, quien tiene como única compañía a su perro Bobby, es que le consigan espacio en la Égida de Santa Isabel. 

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“A mí me llenaron unos blancos (formularios) para la égida, pero no me han llamado porque la luz y el agua está floja. Está todo ready. Yo estoy loco porque me llamen porque quiero estar bien”, afirmó Alvalle Lullando, quien enviudó hace ocho años.

Cuando dice que quiere estar bien no implica que no lo haya estado durante las tres semanas posteriores al huracán. De hecho, se desborda en elogios hacia dos empleadas del refugio que se encargan de su cuidado.

“Las más dulces son esas dos, que hasta me bañan. Las quiero como si fueran mis hijas. Me siento bien. Estoy bien orgulloso de ellas. Ojalá Dios permita que siempre tengan trabajo”, expresó el guayamés. 

Una de ellas, Heidi Castillo Sosa, no puede evitar el llanto al escucharlo. Don Emilio es uno de sus amores en el refugio, como lo es también Gloria Sánchez Santiago, de 84 años y residente en el sector Canta Sapo.

“Esos son nuestros amigos. Somos amigos, ellos son mis hijos”, indicó doña Gloria al referirse a Castillo Sosa y a Edwin Sosa Santiago, quienes son los encargados del refugio.

“Me he hecho de amigos aquí, porque no tenía ninguno. Le doy gracias a papá Dios por ellos y por todos aquellos que me han dado su cariño. Yo no tengo nada, solamente mi alma y mi corazón para amar a aquellos que me aman a mí”, agregó la mujer, cuya casa se inundó durante el temporal.

Castillo Sosa explicó que en la casa de cemento de doña Gloria se filtró agua por el techo y se mojó todo. La intención del municipio es limpiarla y habilitarla, pero ello no sería posible hasta que la bomba que suple agua en este barrio fuera energizada.

“Hay ratas, gusanos, hay que sacarle todo. Y ella está desesperada por irse para allá”, comentó la empleada municipal.

“Estoy sufriendo lo que nadie sabe porque quiero estar en mi casa. Estoy loca por irme. No quiero vivir más aquí”, manifestó doña Gloria.

Vilma Vega, por su parte, también desea marcharse del refugio donde, indicó, “me han tratado muy, muy bien”. 

La vivienda que compartía con un hermano en la extensión Luis Muñoz Rivera es herencia de su padre y ahora la familia tiene que decidir qué hará con ella, tras quedar destruida.

“Esa casa mi papá la hizo con sus propias manos cuando yo tenía 13 años. Tenemos un árbol que hace años toda la comunidad escribió para que lo fueran a cortar, pero nunca llegaron. El árbol cayó sobre mi casa, la casita del lado parece que explotó y las ramas de arriba también le sacaron bastante zinc a la residencia de mi otra vecina”, detalló la mujer de 65 años, quien residió 36 de ellos en el Bronx, Nueva York.

Por lo pronto, Vega quiere pasar un tiempo más en la isla y luego irse a Estados Unidos.

“Yo lo que sé es que me quiero ir para un asilito, yo estoy vieja ya, tengo mis condiciones. Después que me den un asilito está bueno, para poco a poco recuperar las cosas, y a ver si en el nombre del Señor me puedo ir con mis hijos a Nueva York”, compartió la santaisabelina. 

Un renacer en hogar propio también es la aspiración de Raquel Rodríguez Durán, de 28 años, y su esposo José Carlos Rodríguez Quesada, de 32. Estos son padres de Jencarlos José, de seis años, y Kiana Mari, de cinco.

“Vivimos en el sector Islote de Playita Cortada. Allí se salió el mar y el río, y se nos dañó todo. Se fue todo el zinc, en el cuarto de la nena el piso se levantó un poco y las ventanas las arrancó. La casa quedó destrozada. Fue triste”, indicó la ama de casa.

Inicialmente, la familia estuvo en la Escuela Pedro Meléndez de Playita Cortada, pero se movieron a la John F. Kennedy porque no les gustó la experiencia. En su actual albergue dijeron haber encontrado tranquilidad.

“Estaremos aquí de manera indefinida. Ella tiene una hermana y vamos a ver si nos recibe allá. Si no, hay que ver lo que se hace”, comentó Rodríguez Quesada, quien trabaja en la Hacienda Caliza en Salinas.

Su esposa agregó que lleva años solicitando vivienda pública y “nada que ver”, pero que espera conseguirla ahora. “Si nos brindaran una casa para pagarla mensualmente, estamos dispuestos”, sostuvo.