Nunca olvide esta fecha del 13 de marzo.

En el Tribunal Federal de San Juan se dictará la sentencia de Félix “El Cano” Delgado, hombre que propició con su testimonio el descubrimiento del caso de corrupción pública más grande de nuestra historia.

Esto es significativo. Sobre todo, invita a una reflexión profunda en esta antesala de primarias y elección general.

“El Cano” lo tenía todo. Estaba en una alcaldía que contaba con superávit. Tenía presencia. Don de gente. Era articulado y resultaba simpático a los medios de comunicación. Como alcalde, ejecutaba bien sus funciones y realizaba obra palpable.

Se convirtió en un prospecto político. Más de uno llegó a comentar que tenía madera para saltar la bahía y quién sabe, si pudo haber ocupado otros cargos de mayor rango a nivel legislativo o hasta aspirar posiciones más altas. Pero como decimos en Utuado, “lo que natura no da, Salamanca no presta”.

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“El Cano”, en su interior, era avaricioso. Le gustaba la buena vida. Los lujos y francachelas. Le gustaba lo fácil y se prestó al chanchullo. Truqueaba subastas. Creó componendas más allá de su municipio llevando a la tentación a vecinos alcaldes. Un ser pretencioso que se jactaba de lo que adquiría sin esconderse. Se le olvidaba que, al fin y al cabo, era un alcalde cuya vestimenta, relojes y hasta vehículos de motor, no estaban acorde a su estilo de vida. Él solito se chotió.

Sin embargo, yo le doy las gracias al “El Cano”. Gracias por hablar. Por no morder la bala. Con su testimonio, limpió la casa. Nos mostró la cara de políticos que se pintaban como mansas ovejas. Muchos pudieron haber puesto sus manos en el fuego por un alcalde como el de Trujillo Alto, que se pintaba como casi reverendo, o por el de Guaynabo, que administraba muy bien su cara mientras era retratado con la famosa “yunta de pasteles” o de dinero en efectivo. “El Cano” los desnudó a todos. Rojos y azules por igual. Al final del camino, fueron seis alcaldes en funciones, incluyéndolo; un vicealcalde; un exalcalde y, al menos, tres empresarios.

Por eso no titubeo al decir que es el escándalo de corrupción más grande de la historia de Puerto Rico. Nunca antes habían caído a la vez tantas personas de alto nivel. Sí se habían visto casos de personas de nivel bajo participando en esquemas a nivel gubernamental. Sí habíamos tenido uno que otro legislador, alcalde o jefe de agencia arrestados. Pero que estuvieran conectados por la misma madeja, podemos decir que este es el primero. Eso sí.

No podemos hablar de sobornados sin antes hablar de esos empresarios dispuestos a sobornar. Si bien es cierto que aspiramos a políticos con pantalones que manden a las praderas del “caraxo” a cualquiera que se le acerca con malas intenciones, no es menos cierto que resulta asqueante ver empresarios dispuestos a ser sanguijuelas. No tienen moral. Eso, queridos amigos, invita a otra reflexión. Una reflexión de sociedad. Lo que vemos en esos niveles gubernamentales, se ve en lo cotidiano.

Tristemente, tenemos una cultura donde abunda la gansería. La jaibería. Aplaudimos al más “listo”. Aquel que está en la brega del tumbe, de lo fácil. Si esa es la realidad del de abajo, claro que lo veremos en los de arriba. Ellos provienen de nosotros. La ausencia de valores, ética, empatía, solidaridad, así como trabajo honesto nos grita que hagamos un alto.

Como decía Don Cholito; “encabuya, vuelve y tira”. Tenemos que trabajar en la educación. Moldear nuevamente esos valores. Trabajar con las generaciones que se levantan. Decirles que eso no está bien. Solo así tendremos futuro. Mientras tanto, miremos con atención lo que ocurrirá en la Federal. Estemos atentos a cuál será la condena y seamos juiciosos con el lápiz a la hora de entrar a la urna de votación.

Tenemos una asignatura pendiente.