El amor de los abuelos es distinto al de los padres, de eso no queda ninguna duda. Y el de mis abuelos ha sido extraordinario. Tan reciente como el domingo celebramos el Día de las Madres, día en donde reconocemos los sacrificios que cada una de ellas ha hecho por todos los hijos en el mundo. Pero, este año fue uno particular ya que, precisamente el sábado, mi amada y santa abuela Tata partió a los brazos del Señor. Esta columna la escribo con el corazón en la mano, pensando en todos aquellos que han perdido a su abuela.

Hoy se me antoja escribir sobre una mujer bravísima, con un carácter fuerte. Una mujer apasionada, pero, sobre todo, valiente. Esa mujer es mi amada abuela... Tata. Ella me cuidó desde niña y lo seguirá haciendo ahora desde otro plano. Tata fue una mujer fuerte de espíritu y de carácter. Una mujer con los pantalones bien puestos. Que supo crear el balance perfecto entre ser mujer, esposa, madre, trabajadora y buena cristiana. Sin duda alguna la admiro. Hablaba sobre la vida, sobre su fe y sus experiencias con una pasión y una determinación envidiable. A ella le debo el don de la palabra. Tenía una dicción perfecta, articulaba cada una de las palabras y le ponía intención y verdad a todo lo que decía. Alardeaba de haber tomado cursos de oratoria en la universidad y yo la escuchaba hablar y me quedaba boba.

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Soy afortunada de haberme criado con mis abuelos, pues con ellos aprendí a escuchar y a valorar el paso del tiempo. A pesar del fuerte carácter que caracterizó a Tata, siempre tenía dibujada una sonrisa en su rostro, nunca había un “no” por respuesta y siempre los problemas tenían solución. No había manera de terminar una conversación con ella y no salir aliviado, pues siempre tenía palabras de aliento. Era un roble, el roble de mi familia. Fue mi archivera por excelencia, recopilaba todo lo que sale en la prensa y estaba al día con lo que tenía que ver con mis trabajos. Fue mi cómplice, mi amiga, mi segunda madre, mi guía espiritual y mi bendición. ¡Qué suerte tenerla cerca hasta su último suspiro!

Ustedes que me leen, si tienen a sus abuelos, abrácenlos y dedíquenle tiempo. No hay nada mejor, porque la vida es muy corta. Tata es para mí esa estabilidad que me reafirma que voy por el camino correcto. Tata, como muchas abuelas, fue ejemplo de amor, fe, resistencia, lucha y carácter. Una mujer fuerte que se desvivió toda la vida por su amantísimo esposo Ichy, y por toda su familia. Vivió 94 años regalándole a este mundo sus oraciones, buenos deseos y espiritualidad.

La sabiduría que le regalaron los años le permitió ver la vida como es, enseñárnosla como tal y darnos las herramientas de prepararnos para el mundo. A través del tiempo supo adaptarse a los cambios y abrazar los mismos. Siempre con las palabras que uno necesitaba escuchar. Claro, palabras apoyadas por la complicidad de papá Ichy, pues ellos dejaron de ser dos para ser uno. Todos los días de mi vida me esfuerzo por ser como ella y emular su ejemplo. Tata, la de la letra bonita, la que hablaba con temple y corazón, la que amaba y corregía con certeza, que Dios y la Virgen te reciban en sus brazos y desde el cielo que siempre estés a nuestro lado ayudándonos a construir nuestro caminar.

Salúdame a las abuelas que ya no están en este plano y déjale saber que sus nietos acá en la tierra continúan poniendo en práctica sus enseñanzas. A mis lectores, aprovechen todos los días para abrazar a los suyos y dejarles saber que les aman.