Posiblemente esta frase esté trillada pero, ciertamente, los buenos somos más. El don de gente que poseemos los puertorriqueños es inigualable. Y es que da gusto hablar con un boricua. Por más mal que nos la estemos pasando, el boricua saca una sonrisa y deja que su espíritu cándido salga a flote.

El otro día, mientras entraba a un estacionamiento, un muchacho al parecer contemporáneo conmigo, con una sonrisa me dijo: “Toma este parking, por hacernos reír. Nuestro país necesita de más trabajos como el que ustedes hacen pa’ que echemos pa’lante”. Él, sin saberlo, alimentó mi espíritu en un santiamén. Y así mismo sucede cada vez que coincido con aquellos que disfrutan su trabajo y viven a plenitud su vocación.

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Es de conocimiento popular que no nos la estamos pasando bien como país. No quiero entrar en detalles, pues las razones son demasiadas, pero aún así nuestra gente se desvive por atender y servir. Semana tras semana, nos paramos frente a una cámara con la responsabilidad de hacer reír a un país.

Un país que está sumergido en una tristeza profunda, pero que como quiera da su mejor cara. Cada vez que coincido con un par de ojos que me agradecen con la mirada, les devuelvo el gesto con una complicidad absoluta.

Hace unos cuantos años, una famosa marca de refresco nos nombró como el país más feliz del mundo, y la verdad es que no se equivocó. Con luz o sin luz, somos el país más feliz del mundo. Y esto se debe a nuestra innegable alma caribeña. Aunque se nos enseña a pensarnos desde Norteamérica, somos caribeños.

El Caribe es esa combinación de elementos, que como bien menciona Benítez Rojo en el texto La isla que se repite: “Una sopa de signos”. Si bien es cierto que la diversidad caribeña es palpable, hay algunos puntos de convergencia. Entre ellos, se encuentran la literatura, las coincidencias históricas a nivel social, la cultura popular, la presencia del negro, los sincretismos religiosos, la música, la comida, entre otros.

Hago esta referencia para que comprendamos de dónde probablemente nace el espíritu de nuestra gente. Nuestro país, más allá de estar padeciendo una crisis económica, está padeciendo una crisis social. Así que, a ti que me lees, te invito a que, no importa lo que hagas, seas feliz. Lucha por nuestros niños, jóvenes, ancianos y seamos felices en lo que hacemos. Solo así tendremos un mejor país.

Todavía hay esperanza al ver personas que disfrutan su trabajo, que viven plenamente lo que hacen y la sonrisa nunca se les borra del rostro. Insisto, los buenos somos más. ¡Que viva nuestra gente!